Los Javis han entrado a los Feroz pisando fuerte, dejando un surco emocional inapelable: dos jóvenes -Calvo y Ambrossi- rebosantes de personalidad, que, por naif que parezca, han puesto de moda ser buena persona. Eso de mirar al mundo con candidez, con esperanza. Lanzarse a lo que uno le late entre las costillas: “Lo hacemos y ya vemos”, como reza La llamada. Reírse con la boca y con los ojos. Ser honesto con lo que se quiere, con lo que se sueña, y cantar cuando el temporal apriete.
Ellos se han limado el colmillo de la reivindicación política y social frontal, feroz, implacable, y entienden que la letra no siempre con sangre entra. Que -en estos tiempos de polarización, de reyertas patrias a la primera de cambio -el mensaje de la diversidad cala mejor a fuerza de guiño, de sonrisa franca. Así se llega al gran público: con didactismo, con dulzura. Los Javis han conquistado esa transversalidad con la que fantasean nuestros políticos.
Así se llega al gran público: con didactismo, con dulzura. Los Javis han conquistado esa transversalidad con la que fantasean nuestros políticos
Un artista no es sólo las ideas y el estilo que imprime en su obra. Un creador completo, absoluto, es en sí mismo su propio producto, su propio discurso para el mundo. Lo decía Dalí cuando intentaron echarle del movimiento surrealista de París. “No podéis expulsarme”, explicó. “Yo soy el surrealismo”. A los Javis no pueden no invitarles a ninguna fiesta, porque ellos son la fiesta. La distensión, el buen rollo. Anoche, en la gala de los Premios Feroz, tanto los premiados y premiadas como las actrices que entregaban los galardones aludían constantemente, en tono de chanza, a esa verbena que esperaba después en la casa de Calvo y Ambrossi.
El discurso más aplaudido
Da igual si esa barra libre y ese guateque multitudinario se efectuó o no: los Javis llevan la fiesta puesta, la cargan sobre los hombros como un bar eterno, como una casa cálida donde acoger a los compañeros de vida. Se han llevado el Feroz a Mejor comedia por La llamada, y su discurso de recogida fue, de lejos, el más emocionante de la gala. Empezaron agradeciendo: “Yo quiero dar las gracias a Enrique Lavigne, porque un día vino a ver la obra, se llevó todo el merchandising y dijo ‘esto va a ser una película’. Gracias a mis padres, que traían el cátering cuando hacíamos la obra de teatro. Nos traían la paella y las tortillas de patatas. Gracias a nuestras actrices, que son maravillosas, a Antonio Fuentes, al director del Teatro Lara y a todo el mundo de televisión española”.
“Ya que estamos aquí, tenemos la oportunidad de decir algo que al menos sea importante para nosotros. La llamada habla del valor de ser tú mismo, de encontrar tu camino y de, pese a quien le pese, ser quien tú quieres ser”, explicó Javier Calvo. “Yo soy gay”, anunció. Ambrossi respondió, entre risas generales: “¡No me digas! Cariño, lo sabe todo el mundo”. Calvo siguió: “Tengo un novio que me quiere, una familia que me apoya y estoy cogiendo este premio. Si alguna persona, si algún niño o niña me está mirando, y siente que tiene miedo, siente que está perdido…”. Se detuvo, con la voz entrecortada, y repuso: “Si siente que no le van a querer, que sepa que le van a querer y que va a encontrar su sitio. Va a cumplir su sueño. Nosotros vamos a escribir historias para que tú te sientas inspirado. Siempre”, aseguró Javier Calvo, entre aplausos emocionados y alguna lagrimilla.
Así cerraba la intervención más ejemplarizante de la gala de los Feroz. Fueron, durante unos minutos, la Oprah de España. Clausuraron el pequeño speech con un abrazo cómplice y un beso. Esa sintonía, esa reconciliación amable con la propia identidad, es la misma que enseñan a los concursantes de OT en su faceta de profesores de la Academia. Idéntica a la de La llamada. Los Javis no funcionan por compartimentos estanco: todo lo invaden con su querer creer, con su liberarse, con su avanzar. Lo decían en Her (Spike Jonze, 2014): “Yo creo que me merezco la alegría”. Ellos han abrazado la suya y ahora nos la prestan a todos.