Si esta vez va la vencida y si usted es fan acérrimo de Daniel Day-Lewis (nacido en Londres en 1957, pero de doble nacionalidad británica e irlandesa), en cuanto se estrene la nueva cinta de Paul Thomas Anderson, El hilo invisible, debe correr al cine más cercano para asegurarse el ver por última vez a su ídolo en pantalla grande. Porque si en esta ocasión cumple lo prometido, su interpretación de un ficticio diseñador de moda inspirado en Balenciaga será su despedida ante las cámaras.
Cierto que en 1999 ya hizo algo parecido y se retiró para trabajar como zapatero en Italia (lo que, al parecer, no se le daba nada mal y con lo que podría haberse ganado perfectamente la vida), hasta que Scorsese logró sacarle de allí para rodar Gangs of New York (2002). Pero en esta ocasión se da un hecho inquietante: en sus inicios, Day-Lewis era uno de los actores teatrales mejor valorados, pero todo cambió cuando, durante una representación de Hamlet en 1989, dio la espantada y se salió del escenario para nunca más volver a pisarlo.
¿El motivo? Que le asaltó la ominosa sensación de que estaba hablándole al fantasma de su padre. Y ahora ha declarado que, durante el rodaje de su nueva película, un día se dio cuenta de que había construido un personaje que era exactamente igual que su progenitor. Fue terminar su participación en la cinta y lanzar el comunicado anunciando su jubilación.
Sea cierto o no, aunque Day-Lewis no rodara un solo fotograma más, lo dejado atrás en la veintena de películas rodadas desde que debutara sin ser acreditado en Domingo, maldito domingo (John Schlesinger, 1971) es de una solidez impresionante. No sólo en lo cuantitativo, por ser el único en ganar el Oscar a Mejor Actor en tres ocasiones: por Mi pie izquierdo (Jim Sheridan, 1989); Pozos de ambición (Paul Thomas Anderson, 2007) y Lincoln (Steven Spielbgerg, 2012). También por su capacidad para construir interpretaciones que han cautivado al público, como el Hawkeye de El último mohicano (Michael Mann, 1992), el Newland Archer de La edad de la inocencia (Martin Scorsese, 1993) o el Gerry Conlon de En el nombre del padre (Jim Sheridan, 1993).
Por si fuera poco, ha sabido construirse un aura de rareza que le confiere también el estatus que sólo estrellas como Brando han logrado alcanzar: ahí está, por ejemplo, su legendario método para meterse en los papeles que, por ejemplo, le hizo aprender a construir canoas o desollar animales para la película de Mann, o estar a punto de enfermar gravemente porque, durante el rodaje de Gangs of New York, se negaba a tomar antibióticos para curarse una infección pulmonar o a vestir ropa adecuada de abrigo, simplemente porque en la época en la que transcurría la cinta su personaje no habría tenido acceso a ninguna de las dos cosas. Así, no es extraño que para él el proceso de despegarse de sus personajes sea especialmente doloroso, porque los vive 24 horas al día desde incluso un año antes de comenzar el rodaje. De hecho, ha manifestado que dejar atrás a Lincoln, alguien que en principio no le atraía, le llenó de zozobra: le hubiese gustado seguir siendo él.
Hay especulaciones que indican que el hecho de que deje la interpretación no quiere decir que abandone el cine, y que estaría interesado en probar suerte como director o productor. Sea como sea, sus pausas de hasta cinco años entre película y película demuestran que, en realidad, puede vivir perfecta y tranquilamente sin el cine en el tranquilo condado irlandés de Wicklow, donde reside junto a su mujer, la escritora, directora y actriz Rebecca Miller, y los dos hijos que ha tenido con ella (antes fue padre de Gabriel-Kane Day-Lewis, fruto de su relación con Isabelle Adjani, quien se ha destapado últimamente como modelo y cantante). Un lugar, por cierto, donde tiene de vecino a John Boorman, quien localizó allí su Excalibur (1981).
Allí, este admirador de Gary Cooper en Sólo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952) tendrá todo el tiempo del mundo para meditar sobre qué va a hacer a partir de ahora si cumple su anuncio. Sea lo que sea, será algo concienzudo en lo que profundizará y profundizará... hasta que quizá el fantasma de su padre se le vuelva a aparecer.