Unos días antes de la gala, Joaquín Reyes explicaba en la cadena SER que la Academia del Cine había cortado del guion todo lo que no querían escuchar, porque esto es un “encargo”. Pero, eso sí, no faltarían montañas de “chorradas”. Dejó claro que ni él ni Ernesto Sevilla iban a montar escandalera política, pero ya desde el monólogo inicial dejaron claro que tampoco habría humor. Eso sí, “chorradas” muchas. Poca frescura, poca elegancia, poco ritmo, muchas chapuzas…
Ni forzando los aplausos a los chistes: “Una película en la que un vasco folla”, sobre Handía. La sala ha enmudecido cuando Sevilla ha pedido al rapero El Langui que salga corriendo -“vuela”- a buscar a Reyes, que había desaparecido al inicio de la gala. Ni un aplauso.
Los chanantes vs Rovira
La referencia no era Dani Rovira, el último presentador -dilapidado- de la gala, sino Julián López, otro de los componentes de aquel grupo de humoristas que hace más de una década montó la divertidísima La hora chanante. López presentó hace unas semanas de los Premios Feroz y ya se puede decir: la organización de los Goya tienen mucho que aprender de ellos. En los Feroz, el guion escrito por Diego Sanjosé, sin censuras, fue sarcástico y mordiente, divertido, autocrítico, dardos inteligentes, propio de un guionista de la altura del creador -junto con Borja Cobeaga- de Fe de etarras.
La fórmula Reyes-Sevilla, humoristas + presentadores + guionistas, efectivamente no fue una buena idea. Fue una chorrada. Y una ocasión perdida por la Academia para que el cine español -y su noche- tuviera brillo.
El carro del feminismo
Después de errores increíbles que dejaron a Jesús Castro e Hiba Abouk clavados y desasistidos en el escenario a la espera del sobre de los nominados, llegó Reyes con el chiste de la rima de los Goya. La cosa sólo podía ir a mejor… “Os está quedando un campo de nabos feminista precioso”, le ha dicho Leticia Dolera a Reyes, tras tratar de hacer una broma con el mansplaining. Reyes ya había caldeado el ambiente: “Nos hemos subido al carro del feminismo”. Primer patinazo. En la alfombra roja añadió, en esa misma línea, que no se vestiría de mujer para presentar, “aunque tengo unas piernas muy bonitas”.
Ni siquiera el inesperado monólogo de la actriz Cristina Castaño mejoró nada. Ella estaba allí, pero sus palabras eran las de ellos. Estas cuotas para lavar la imagen de una gala fuera de control machista, no eran la solución. No han estado a la altura de la reivindicación lanzada por la industria y lo que es peor, la gala no ha estado a la altura del cine español. Arturo Valls tampoco.
Un poco de dignidad
El único suspiro llegó con Marisa Paredes, que agarró al cabezón, lo miró fijamente mientras el patio de butacas aplaudía. “Por fin nos vemos las caras tú y yo”, arrancó una elegantísima Marisa Paredes, Goya de honor por su carrera, que fue la primera en recordar a la presidenta de la Academia, Yvonne Blake, convaleciente.
“La vida de una actriz es como un tiovivo, como la ruleta de la fortuna. Yo he tenido la fortuna de que muchos directores confiaran en mí y ellos han tenido la suerte de que yo confiara en ellos”, ha dicho la ex presidenta de la Academia del Cine, que leyó el polémico discurso de la gala del “No a la guerra”. “Que hoy volvería a repetir”. Auditorio volvió a aplaudir. Piel de gallina por la gran dama.
Mariano Barroso y Nora Navas, representantes de la Academia del Cine trajeron un discurso, en el que el ministro salió de rositas: “Sólo derrotando la superioridad de género derrotaremos al monstruo de la violencia del género”. Y por primera vez asomaron los abanicos, en silencio, agitándose sin parar. En silencio, pero no invisibles. Como un aplauso incansable. Algo de brillo, por fin. Una paradoja significativa del desastre: el primer momento mágico de la noche fue improvisado.
Ni gota de gracia
Dos mujeres han sostenido el desastre, que tampoco ha podido arreglar Paquita Salas, en serio: ¿quién es el responsable de que ni siquiera ella esté graciosa?
El guion agotó la muletilla de interpelar a los actores y actrices en el patio de butacas, una y otra vez. Sin gracia, sin tacto. Afortunadamente, no habían escrito el guion de Julita Salmerón, que salió con su hijo Gustavo a recoger el Goya al Mejor Documental: “No puedo aguantar este monstruito. Toma llévatelo tú”. Se pasaron de una a otro la estatuilla, hasta que ella, con esa casa llena de Diógenes, sentenció: “Te lo regalo, ya no me cabe en mi casa”.
La noche fue un desastre desde el saludo a la despedida. Ni la música entraba a tiempo. No fue mala suerte, fue pura y dura negligencia. Sólo los discursos de las mujeres salvaron el hundimiento al que habían arrastrado Reyes y Sevilla la velada, que será recordada como “Muchas chorradas, un mansplaining y una gala”.