Hay una idea en The Florida Project relacionada con el punto de vista que me gusta mucho. El deseo de Sean Baker, director y coguionista, no es exactamente enseñarnos las vidas de sus protagonistas, un grupo de niños inquilinos de Magic Castle, motel cercano a Disney World. Su deseo es mostrarnos qué ven esos críos en ese castillo mágico (lleno de historias de supervivencia) que, al final, es su hogar, es su mundo y, por duro que resulte para un adulto, es su fantasía.
The Florida Project no es tanto una película que observa como una película que contagia su mirada, una obra de arte donde se usan con maestría los recursos cinematográficos para que veamos con los ojos de sus pequeños protagonistas. Y ver con los ojos de esos niños (antes de que sus miradas se vuelvan precozmente desconfiadas y afiladas) supone sacar de la ecuación las variables que más suelen dañar los retratos de los entornos desfavorecidos y las infancias amenazadas: la compasión, los juicios morales y la aflicción. Aquí no hay nada de eso. The Florida Project tiene una dimensión sociopolítica, pero está a años luz del cine social rancio, moralista y sensacionalista.
Autor de la magnífica Tangerine (2015), Sean Baker acoge en ese motel-castillo a los Estados Unidos más pobres y desprotegidos. Acoge en sus aposentos, habitaciones con las paredes de papel, las historias de supervivencia más duras, la mayoría protagonizadas por mujeres que pueden equivocarse pero luchan y pelean hasta el final. Y acoge una realidad familiarizada con las drogas, la prostitución y la violencia. Pero, por extraño que parezca, The Florida Project es un filme enérgico y lleno de vida. Como llenos de energía, de luz y de vida están la pequeña Moonee (Brooklynn Prince), que vive en Magic Castle con una madre veinteañera (Bria Vinaite) que ya no sabe qué hacer para pagar la habitación, y sus amigos.
Sean Baker recrea ese microcosmos marginal, ese universo apartado por el sistema e irónicamente próximo a otro microcosmos donde te venden que todo es posible (Disney World), desde la mirada de la niña, a la que la cámara sigue desde su misma altura e incluso invita a jugar (la magnífica escena del atracón en el hotel, con Moonee en primer plano). Por eso Magic Castle se nos revela un lugar luminoso donde los colores brillan más de lo normal, donde el rosa y el púrpura lo invaden todo (qué maravilla la fotografía de Alexis Zabe), donde te reciben con Celebration de Kool & the Gang y donde sale un arco iris enorme siempre que llueve. También donde el encargado del hotel (Willem Dafoe, inmenso), un tipo corriente que no parece haber sido mimado por la vida, se convierte en poderoso guardián del reino y azote de los monstruos que lo rondan.
Es muy impresionante cómo explica Sean Baker a sus personajes, la claridad con la que nos cuenta sus historias casi sin recurrir a las palabras o forzar instantes reveladores. Es brillante, insisto, proyectando una mirada infantil que lo invade y lo ilumina todo. Es brillante diseñando situaciones, gestionando la información y decidiendo lo que muestra y lo que no. Y es brillante, sobre todo, captando la energía y la espontaneidad de los actores, la mayoría no profesionales. Hay pocas películas en las que los niños estén tan naturales como Brooklynn Prince, dueña de un desparpajo, una gracia y un descaro absolutamente arrolladores.
Está increíble en cada plano de The Florida Project e inolvidable en uno de los finales de película más brillantes y bonitos que he visto en mi vida. No quiero contarlo de más para no estropeárselo a nadie, pero no puedo acabar esta crítica sin decir lo mucho que me ha impresionado. Sean Baker visualiza (en una secuencia rodada sabiamente de un modo distinto al resto de la película) de una forma tan bella como sobrecogedora lo que sucede cuando la fantasía de Moonee se desvanece y corre a refugiarse en otra, artificial y perfecta, en la que es más que probable que no la dejen entrar.