Hace cuatro años Wes Anderson iluminó la Berlinale desde el momento de su inicio con su espléndida El Gran Hotel Budapest. Las siguientes inauguraciones del certamen se contaron por fracasos: Nadie quiere la noche de Isabel Coixet en 2015, Hail Caesar de los hermanos Cien en 2016 y Django de Etienne Comar el pasado año. Los responsables del festival de Berlín han optado de nuevo por su apuesta más segura y el resultado ha sido un magnifico arranque recibido con aplausos por la crítica. Isle of Dogs, última obra de Anderson, realizada en animación, ha servido como inauguración perfecta por su inocencia e imaginación para un evento marcado habitualmente por la urgencia del presente y el discurso político.
El director estadounidense se sitúa en las antípodas del realismo para contar una fábula de poderosa carga fantástica e inequívoca reflexión sobre el devenir de nuestro mundo. El film se ambienta en el Japón del futuro. Una gripe canina provoca que las autoridades niponas trasladen a todos los perros contagiados a una isla habitada únicamente por basura y ratas. Anderson verbaliza las impresiones de los animales, habitualmente en tono irónico, en su búsqueda por salir de su tenebroso destierro y recuperar su estatus de “mejor amigo del hombre”.
Esa es precisamente una de las cuestiones clave del film, la practicidad del ser humano y su facilidad para desprenderse de los afectos que le han acompañado durante siglos si eso contribuye a su comodidad inmediata. Anderson habla de una sociedad agresiva, seducida por el discurso populista materializado esta vez en un político vigoroso y sin escrúpulos. En lugar de dar una oportunidad a la ciencia, el pueblo parece inclinado a cortar el problema de raíz, aunque eso suponga el fin de sus mascotas. La única figura humana sensible es un niño que viaja hasta la isla en avioneta con la esperanza de rescatar a su perro.
En rueda de prensa Anderson explicó la génesis del proyecto: “Mis guionistas y yo empezamos con la idea de hacer una película sobre perros abandonados en un vertedero. Pero también habíamos pensado en hacer algo en Japón y sobre Japón, algo que expresase nuestro amor por el cine japonés, especialmente por Akira Kurosawa. La acción podría suceder en cualquier lugar, pero pronto llegamos a la conclusión de que debía ubicarse en una versión fantástica de Japón.”
Miyazaki aporta el detalle y también los silencios. En sus películas obtienes momentos de paz, un ritmo que no se encuentra en la tradición de la animación norteamericana
La representación del país asiático se plasma con un cuidado extremo, prestando tanta atención a la arquitectura urbana del futuro como a las tradiciones. Uno de los referentes esenciales del film, más en el espíritu que en la forma, es el gran genio de la animación nipona, Hayao Miyazaki, autor de obras maestras como La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro. “Miyazaki aporta el detalle y también los silencios. En sus películas obtienes momentos de paz, un ritmo que no se encuentra en la tradición de la animación norteamericana. Eso nos inspiró mucho. Al trabajar con el compositor Alexandre Desplat en la banda sonora y encontramos varios momentos en los que tuvimos que contenernos porque la película pedía silencio. Eso vino por Miyazaki”.
Sin duda Isle of Dogs aporta una visión de la animación extremadamente inusual en nuestros días, especialmente al hablar de cine comercial. Los creadores emplearon la técnica stop-motion. Sobre las dificultades del proceso, Anderson apuntó que “con este tipo de animación surgen problemas peculiares como que la marioneta que utilizas no está sonriendo realmente. Puedes llevar dos años y medio inmerso en el proyecto y de pronto te encuentras con eso. Hay muchos detalles así. Pero siempre hay forma de darle la vuelta, siempre encuentras una solución. No tienes más remedio que reinventar la forma, añadir algo o modificar la marioneta.”
Los responsables de poner voz a las criaturas animados son estrellas del cine norteamericano como Edward Norton, Scarlett Johansson, Bill Murray o Greta Gerwig. Sobre el doblaje Anderson comentó: “La mayoría de los actores ya habían trabajado conmigo y con el resto llevaba años deseando colaborar. Hay algo muy importante en las películas de animación, los actores no pueden decir que no están disponibles. Podemos hacer el doblaje en cualquier momento, en su propia casa, a cualquier hora del día. No hay excusas, eso ayuda”.
Como de costumbre en la filmografía del realizador, Isle of Dogs muestra un universo excéntrico y profundamente vitalista. Su visión del mundo puede parecer naif, pero su obra recoge el legado de los grandes directores de los orígenes, de Mélies a Chaplin, para los que el cine era una expresión de posibilidades creativas ilimitadas. Anderson ha vuelto a concebir una película de imaginación desbordante, repleta de capas y matices. Cada plano parece el resultado de un cuidadoso y pulido trabajo de artesanía fílmica. Una vez más el director despliega un sentido del humor tan cargado de ironía como despojado de malicia. El suyo es un regreso al cine primitivo al tiempo que encuentra fórmulas estéticas y narrativas inéditas que indican un esperanzador camino para el futuro.
Pocas veces la Berlinale ha amanecido envuelta en un optimismo tan genuino. Lo más probable es que el tono mute considerablemente durante los próximos nueve días. En ese tiempo se verán el resto de las 18 obras que compiten por el Oso de Oro, galardón que tiene desde ya a Wes Anderson como uno de sus favoritos.