Por qué Greta Gerwig será criticada pase lo que pase en los Oscar
Si no gana el Oscar a Mejor Directora por Lady Bird, habrá quien diga que es por ser mujer; si se lo dan, la criticarán por lo mismo.
18 febrero, 2018 01:53A falta de ver lo que ocurre en la entrega de los galardones de la Academia de Hollywood, no se puede decir que la revolución de las mujeres haya causado una profunda huella en las nominaciones en los Oscar. Tan sólo alguna pequeña concesión, como que por primera vez se haya colado una, Rachel Morrison, por Mudbound (dirigida por Dee Rees), en la categoría de Mejor Fotografía.
Eso sí, uno de los valores en alza de Hollywood, la actriz, guionista y directora Greta Gerwig, sí que ha conseguido una doble nominación como directora y guionista de su debut en la dirección en solitario, Lady Bird, una cinta que además opta a otras tres estatuillas como Mejor Película, Mejor Actriz Protagonista (Saoirse Ronan) y Mejor Actriz de Reparto (Laurie Metcalf).
Independientemente de lo que pase el próximo 4 de marzo, es una cosecha extraordinaria para una cinta en principio pequeña, pero que sabe crecer para narrarnos, con tintes autobiográficos, la relación entre una adolescente asqueada por su vida en Sacramento (California) y una madre que pretende llevarla a la buena senda pragmática de una existencia sin demasiadas pretensiones.
Una historia totalmente coherente con la trayectoria de la que ha sido hasta ahora una de las referencias del cine independiente estadounidense en su vertiente mumblecore (cintas rodadas con muy poco presupuesto, normalmente en digital y que abordan historias en clave de comedia romántica), en el que protagonizó uno de sus títulos centrales, Frances Ha, dirigida en 2012 por Noah Baumbach, con quien actualmente mantiene una discreta relación. Antes había trabajado con él en Greenberg (2010), y posteriormente protagonizó Maggie’s Plan (Rebecca Miller, 2015). Tal es su identificación con el indie, que cuando se supo que iba a participar en un finalmente abortado spin-off de la serie Cómo conocí a vuestra madre, las quejas de quienes la acusaban de venderse al mainstream inundaron las redes sociales.
Claro que también ha salido del terreno independiente para aparecer en A Roma con amor (Woody Allen, 2012), una cinta de la que, tras conocer las acusaciones de abusos de la hija de Allen contra su padre, afirma arrepentirse profundamente. E inevitablemente el tsunami que arrasa Hollywood la ha puesto en una situación difícil de cara a los galardones: si no gana la estatuilla, se podrá decir que de nuevo Hollywood ningunea a las mujeres, sobre todo si se tiene en cuenta que Patty Jenkins se quedó fuera de una aparentemente cantada nominación como Mejor Directora por Wonder Woman (película que, además, ha sido totalmente ignorada por la Academia en el resto de las categorías). Pero si la gana, no escasearán los dispuestos a ningunear su mérito atribuyéndolo a la necesidad de cumplir con la cuota femenina, sin pararse a pensar en que, en los 90 años de existencia de los premios Oscar, se trata tan solo de la quinta mujer en ser nominada como mejor directora.
Sea como sea, todo parece indicar que Hollywood ha encontrado a una nueva figura capaz de moverse en un delicado equilibrio entre el glamour y la espontaneidad, entre la elegancia y lo cotidiano. Sin embargo, como guionista y directora esa espontaneidad es más aparente que real: siente tal devoción a la música de las palabras, a la articulación y el ritmo en como sus actores declaman sus diálogos, que no permite que lo escrito se altere en lo más mínimo, ni siquiera con la inclusión de una pausa o una exclamación no previstas.
Próximamente la oiremos como una de las voces de La isla de los perros, la nueva y deliciosa excentricidad en stop-motion de Wes Anderson, otro de los popes que demuestran que otro cine es (aún) posible. Para entonces, ya sabremos si su nombre se une al de Kathryn Bigelow, la primera y por ahora única mujer ganadora de un Oscar a Mejor Directora por En tierra hostil (2008). Y si nos atenemos a sus propias palabras, nada la haría más feliz: continuamente recuerda cómo celebró la victoria de Bigelow, convencida como estaba de que era la de todo un colectivo, el femenino, postergado desde los inicios del cine, a pesar de las destacadas mujeres que contribuyeron a convertirlo en el arte que hoy conocemos. Seguro que, con una estatuilla, cualquier posible crítica le resultará más llevadera.