Madrid se convirtió durante un par de horas en una película de Wes Anderson. Por los alrededores del Cine Doré se sucedían los gorritos rojos, los modelos vintage y hasta las cintas de felpa en el pelo. Todo para recibir al director de Moonrise Kingdom, que venía a presentar a la sede de la Filmoteca su nueva película, Isla de Perros. Hasta ocho horas de cola hicieron muchos con tal de asegurarse un sitio para escucharle a él junto a sus guionistas Roman Coppola y Jason Schwartzman. Al final apenas pudieron entrar 70 personas, mientras que el resto esperaron bajo la lluvia y se quedaron sin ver a su ídolo. La película de Anderson se tornó en una de Coixet.
Pocas entradas -el resto fueron para prensa y otros invitados- para el interés por ver a una de las figuras más importantes y personales del cine de EEUU. Anderson y sus colegas aparecieron como si fueran estrellas del rock, chocando las manos a la gente del patio de butacas, y vestidos como si estuvieran sacados de La familia Tenenbaum. El director -que no suele viajar en avión y llegó a Madrid en un autobús que le lleva de gira por Europa- siempre repite su traje de color marrón que parece de su abuelo, y aquí no fue la excepción.
En Isla de perros regresa a la animación en stop motion, como ya hiciera en Fantastic Mr Fox, y entrega otra joya que es una fábula y a la vez su película más política. Mientras que todas sus obras anteriores se desarrollan en un mundo paralelo en el que lo social apenas se intuye, aquí adquiere todo el protagonismo. Su película es, de una forma clara y evidente, un cuento anti Trump sobre un futuro en el que los perros, por una sobrepoblación, son expulsados de Japón por culpa de un presidente racista que sólo mira por su beneficio y que actúa con formas mafiosas. Discursos contra el diferente, celdas, campos de refugiados y la idea de un muro están aquí sin perder un ápice del extraño sentido del humor de Wes Anderson.
En otro giro extraño que parece sacado de sus filmes, el encuentro con el realizador fue antes de ver la película, por lo que la prensa tuvo que tirar de su filmografía o de lo que habían leído de Isla de Perros para sacar algo del director, que se disculpó por ello antes de atender las preguntas de los periodistas y hasta de alguna fan que le entregó una carta que se acercó a darle en persona. Anderson confirmó que es sin duda su película “más política”, y que cuando escribían el guion tenían claro que querían hablar de líderes dictatoriales, y que la realidad les dio en la cara. "Queríamos hablar de un gobierno criminal y para buscar inspiración buceamos en la Historia, pero el mundo cambiaba a medida que escribíamos y la película se fue haciendo cada vez más política", contó preguntado por EL ESPAÑOL.
También se animó a especular sobre qué colores e imágenes le sugería nuestro país, y acabó con una confesión sobre su admiración a uno de los directores españoles más internacionales, Pedro Almodóvar, del que dice que se sintió muy influido en algún aspecto de Los Tenenbaums. "Me encantaban sus películas y hubo cosas muy concretas que me sirvieron de inspiración", señaló.
Queríamos hablar de un gobierno criminal y buceamos en la Historia, pero el mundo cambiaba a medida que escribíamos y la película se fue haciendo cada vez más política
A pesar de ser una historia animada, ha aclarado que esto no es una película para niños, aunque como en toda su obra haya una reivindicación a la mirada infantil. Por ello ha querido distanciar Isla de Perros de Fantastic Mr. Fox, ya que aquella estaba basada en una novela de Roald Dahl, mientra que esta es un guion propio en el que se permite hasta algo de sangre. "Yo no se la dejaría ver a mis hijos", apostillaba Schwartzman.
Para Isla de Perros han hecho falta más de 130.000 fotogramas, 1.000 marionetas, y meses y meses de producción, todo cuidado al milímetro para que en la animación no se perdiera toda la estética tan personal de un realizador que cree que esta vez “hemos llevado el stop motion no solo en las criaturas sino también en cuanto a la cantidad de escenarios y decorados diferentes. Gracias a Fantastic Mr. Fox, aprendimos mucho sobre esta técnica y todo eso nos permitió ir un paso más allá", afirmó Anderson que cree que la animación te ofrece una gran libertad creativa, y también reunir a un reparto de voces -Bryan Cranston, Greta Gerwig, Bill Murray, Scarlett Johanson...- por el que cualquier producción de animación real mataría.
"Todo cobra vida de forma muy misteriosa y con la animación por ordenador no sería posible hacer lo mismo", asegura el director que además de esa "magia" del 'stop motion' también destaca el ritmo muy particular que le concede a la película frente a otras modalidades de animación que aportan cadencias más "lineales". Un paso y un ritmo que también marca la música, que vuelve a tener mucho peso en su cine y en este caso, como en sus tres filmes anteriores, de nuevo es obra de Alexandre Desplat.
Está claro que el mundo se va a la mierda, porque hasta el universo mágico e irreal de Wes Anderson se ha visto salpicado por una realidad que ha impregnado su cine. Sus perros muerden las políticas de Trump, y consiguen un filme tan bello como rabioso de actualidad, algo que hasta ahora le faltaban a sus obras.