Desirée de Fez
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¿Es Gorrión Rojo una película tan extrema para ser mainstream como dicen? Sí, pero no es solo extrema por contraste, no es extrema porque sus dosis de sexo, perversión y violencia no sean habituales en las películas de estudio, protagonizadas por estrellas como Jennifer Lawrence y con una clara voluntad comercial. Sería más preciso decir que, evidentemente, sorprende ver una propuesta mainstream tan radical. Pero también resultaría extrema de ser una película pequeña o independiente.

La nueva colaboración de los Lawrence (Francis Lawrence en la dirección y Jennifer Lawrence como protagonista), un thriller de espionaje basado en el libro homónimo de Jason Matthews, es extrema, perversa, salvaje, violenta, incómoda y, en realidad, más bruta que un arado. Además, es interesantísima. El director de Soy leyenda (2007) consigue algo tan complicado como insertar rotundos estallidos de violencia en un thriller de maneras elegantes y ritmo reposado y firmar una película compacta. En algún momento, en alguna escena, se le va un poco la mano y se desliza peligrosamente hacia la burda y grotesca explotación. Pero mantiene casi todo el tiempo ese pulso entre lo austero y lo histérico, la contención y el trastorno.

Gorrión rojo

La clave de ese equilibrio está en la supeditación de toda la violencia, la turbiedad y el mal rollo de Gorrión Rojo a los personajes, el entorno embrutecido al que pertenecen (social, político, profesional y familiar) y sus decisiones. Las escenas más extremas de la película, sobre una bailarina del Teatro Bolshói (Jennifer Lawrence) que, al ver truncada su carrera profesional, se ve obligada a trabajar de manera clandestina para el Gobierno ruso en peligrosas misiones secretas, no son puros añadidos de impacto. Podrían ir por libre: es innegable la eficacia de sus brutales escenas de tortura, dilatadas, explícitas, sangrientas y no aptas para aprensivos.

O la contundencia de la parte de la película en torno al retorcido adiestramiento al que debe someterse la protagonista para convertirse en gorrión. En una suerte de versión (aun más) al límite de Los juegos del hambre (no está de más recordar que Francis Lawrence dirigió a Jennifer Lawrence en tres de las cuatro entregas de la saga), la bailarina entra en un centro de formación, regido por una siniestra gobernanta (Charlotte Rampling), donde los alumnos tienen que olvidarse de los escrúpulos, la moral y el amor propio y pasar las pruebas sexuales más agresivas y repugnantes para convertir su cuerpo en un arma de seducción y de poder infalible.

Pero lo cierto es que esas escenas de choque –salvo, insisto, por algún resbalón, por algún momento de forzar lo ya forzado– están en sintonía con un relato turbio de raíz, desde la base, en el que los personajes entienden (o estudian para ello) la violencia, básicamente la física, como el más valioso mecanismo de control, dominio y poder.

Jennifer Lawrence en Gorrión Rojo.

Es la conexión entre la violencia física y la absoluta degradación moral que explora el relato lo más interesante de Gorrión Rojo. Su otro punto fuerte es la interpretación de la actriz Jennifer Lawrence, que con la película de Lawrence y con Madre! (2017) se convierte definitivamente en la estrella más audaz y kamikaze del cine actual. Es difícil no rendirse a su total y excelente entrega a personajes al límite, expuestos a situaciones incómodas y enredados en películas atípicas y arriesgadas. Tampoco a la convicción, el carisma y la fuerza con los que los encara. Es difícil imaginar a actrices tan famosas como Lawrence dándolo todo en escenas de sexo y tortura como las de Gorrión Rojo. No obstante, no todo es tan bueno en la película de espionaje de Francis Lawrence. Sus principales problemas tienen que ver con el ritmo.

Al contrario que David Leitch en la reciente Atómica (2017), con la que Gorrión Rojo tiene mucho en común, el director rechaza las escenas de acción a lo grande para poner el foco en los comentados horrores a puerta cerrada. Sin interludios nerviosos y con cierta tendencia innecesaria a regodearse en los procesos (ni el texto ni las situaciones ni las atmósferas son tan alucinantes como para recrearse de esa manera en ellos), la película de Francis Lawrence resulta monótona y cansina en algún momento. Sus muchos aciertos no pueden con sus dos horas y diecinueve minutos.

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