“Si formas parte de un grupo, nadie te dice que van a matarte. No hay ni peleas, ni insultos como en las películas. Los asesinos llegan con una sonrisa”. Ray Liotta lo borda en su papel de Henry Hill, un tipo que entra por la puerta de atrás del Copacabana repartiendo dólares a todo con el que se cruza. Todos tratan bien a Henry y él prefiere saltarse las filas y las esperas.
Prefiere disfrutar de sus bulas y Martin Scorsese lo rueda en un plano secuencia histórico, que resume los privilegios que reportan el poder, la generosidad y el miedo. Hill es un tipo simpático que atraviesa el local a reventar, cruza por la cocina entre el trasiego de los platos, mientras saluda y suelta dólares. Todos se alegran de tenerle allí y le colocan una mesa en primera fila del local abarrotado. Su acompañante, Karen, le pregunta a qué se dedica y él responde que “a la construcción”.
En 1990 se estrenó Goodfellas, que aquí se tradujo como Uno de los nuestros, una obra cumbre de la filmografía del recién premiado con el Princesa de Asturias de las Artes, en la que descubre cómo actúa un grupo mafioso en los años cincuenta, en los EEUU. Scorsese llegó a la verosimilitud por las palizas. Pero lo que interesó al director de Taxi Driver, más allá de la sangre, fue levantar un retrato de un grupo insobornable, indestructible y protector, basado en la lealtad, la fidelidad y el silencio.
Fuera de control
“Me gustaba esa vida. Nos trataban como a estrellas de cine peligrosas. Teníamos todo con sólo pedirlo y nuestras mujeres, madres e hijos, todos disfrutábamos de lo que hacíamos”. Henry narra en off los beneficios de una vida al margen de la ley y del control. Nadie les cuestiona, nadie les pone en peligro. Tenía un azucarero con coca junto a la cama. “Podía tener todo lo que quería con una simple llamada”. Vivían una vida fuera de control sin enemigos a la vista, controlaban todo. El único peligro estaba en casa.
Para Jimmy Conway, Robert de Niro, hay dos cosas sagradas: “no traicionar a un amigo” y “no irse nunca de la lengua”. Son una comunidad blindada de los traidores, que sólo puede romperse desde dentro. El grupo no consentirá una grieta que cuestione el blindaje que los hace intocables en sus actividades. Sólo la propia compañía puede poner en peligro el poder de la propia compañía. Sus enemigos no son capaces de debilitarla. Por eso no consienten la más mínima fractura: si traicionas el grupo, “los asesinos llegan con una sonrisa”. Y te matan.
Este miércoles, el jurado del Premio Princesa de Asturias se presenta en la sala grande del Hotel Reconquista de Oviedo y comunica el nombre de uno de los cineastas más reconocidos de Hollywood. Scorsese es el elegido. Porque es “uno de los directores de cine más destacados del movimiento de renovación cinematográfica”. Sus películas, sigue el acta, “forman parte de la historia del cine” y se ha convertido ya en “una figura indiscutible del cine contemporáneo”.
Eroski: punto final
Justo en ese momento, mientras en Asturias se lanzan loas a la labor de Scorsese, en la capital de España, Cristina Cifuentes, desde la sede de la Comunidad de Madrid, comunica su renuncia como presidenta de la región. Los hechos se suceden a una velocidad trepidante -como si fuera una de las películas del director del Lobo de Wall Street- tras la publicación de un vídeo en el que la dirigente del PP es retenida por un agente de seguridad tras sustraer dos tarros de crema “regeneradora”, en un Eroski de Vallecas, en 2011, cuando era la número dos de la Asamblea de Madrid.
En la rueda de prensa, la propia Cifuentes asume su caída en su partido por haber exagerado su papel de pureza anticorrupta. "Es parte del precio de haber mantenido tolerancia cero contra la corrupción", dice y aclara la filtración del vídeo desde las filas de su propio grupo, de sus compañeros y silenciosos amigos "que llegan con una sonrisa".
La filtración del vídeo ocurre pocos días después de que Cifuentes trasladara a a la Fiscalía General del Estado una denuncia por “irregularidades” en la gestión del Campus de la Justicia, de Esperanza Aguirre. La bola que arrasa el PP de Madrid se inició antes, con la denuncia de una mentira en su currículo, por un Máster al que nunca asistió ni se examinó ni presentó el TFM.
Hill acaba identificando ante el juez a parte de sus compañeros de delitos durante años. Está destruyendo el grupo desde dentro, por cuentas pendientes, ajustes y venganzas personales. La escena de los juzgados es la revelación del resentimiento. Hill acaba con el grupo y con la vida de su rival y compañero, Jimmy Conway. Es entonces cuando Scorsese culmina su desgarrador tratado sobre la voluntad de poder y el honor.
Vida de don nadie
Antes del escándalo sonaba como sucesora de Mariano Rajoy, en 2020 y Cifuentes no quería dimitir, a pesar de la crisis de credibilidad. “Lo que más me costaba era dejar aquella vida, me gustaba esa vida”, decía Hill en la película de Scorsese. Cifuentes se resistía a dejar de sacar brillo a la estrella de la regeneradora del PP, que ella misma se había puesto. Incluso en Sevilla recibía la ovación de los suyos, a pesar de desangrarse delante de todos. Sus horas estaban contadas.
“Y ahora todo se acabó. Eso es lo más duro, que hoy todo es distinto. No hay aliciente, tengo que esperar como todo el mundo, ni siquiera me mandan comida decente. Nada más llegar aquí pedí espagueti con salsa marinara y me mandaron macarrones con ketchup. Soy un don nadie y tengo que vivir el resto de mi vida como un gilipollas”. Y Henry Hill cierra la puerta de su casa, tras recoger la botella de leche, en bata y pantuflas. La perfecta imagen de la derrota.