La pesadilla del hombre moderno se ha hecho carne: la “feminazi” ha trascendido al mito. Ya no es sólo una chanza desagradable con la que los señores asustados por la igualdad han arremetido contra las mujeres que pelean por un mundo equitativo. De tanto evocarla, está aquí. Como una antagonista perfecta. ¿Pensaban que el feminismo era molesto, estaba polarizado, era agresivo y faltón, afectaría a las relaciones sexuales, esclavizaría y humillaría al hombre…? Pues ahora sí, ahora en serio: la guionista Diana López Varela sintetiza este temor masculino en Feminazi, su primer cortometraje como directora, cargado de lucidez, mala leche y pildoritas de humor negro. “No es que me haga la mínima gracia el machismo, es que la comedia siempre tiene algo de verdad y dolor, y es en este género donde yo consigo hacer mi propia catarsis”, explica la cineasta. “Además, soy gallega, y la ironía es la tercera lengua oficial aquí. Me cuesta mucho no expresarme irónicamente cuando estoy cabreada”.
Feminazi es la historia -vuelta sátira- de Rocío y Manu, una pareja de 30 años razonablemente feliz pero, también, tradicionalmente descompensada: es ella quien habla sin ser atendida, quien recoge la casa sin ser ayudada, quien ha de tomar todas las pequeñas decisiones domésticas para, encima, ser contradicha a última hora. Suerte que la venganza está al caer.
El último drama de la pareja es que Rocío ha decidido esterilizar a Coco, la mascota común, y Manu no está de acuerdo. Al chico le atormenta la imagen del pobre perro castrado y empieza a imaginar que un día aparecerán sus propios testículos en una bolsa a petición de su novia, que anda muy extraña desde que acude a esas reuniones de la plataforma feminista. “Cuidado con esas, que son unas lesbianas, a ver si vas a acabar convertida en una feminazi de los cojones”, le dice él a ella. “Tu historial de internet sugiere que te encantan las lesbianas”, guiña Rocío.
Cuidado con esas, que son unas lesbianas, a ver si vas a acabar convertida en una feminazi de los cojones
El runrún persiste. En esa casa donde se masca la tensión, a Manu sólo le queda un amigo, y, además, a punto de ser operado. “Hoy son tus pelotas”, le dice el joven al perro, con complicidad. “Pero mañana pueden ser las mías”. Pronto se da cuenta de que su pánico tiene fundamento: Rocío no le hace ni caso y se dedica a ver películas como una descosida, a comer con apetito, a beber cerveza y a tirar todos los desperdicios en el suelo. “Estoy harta de los estereotipos femeninos y de esas putas mierdas. Maldito instagram de Paula Echevarría”, comenta.
La revolución 'feminazi'
Todo ha cambiado: el feminazismo ha estallado en su vida, ha sido abducida por sus compañeras y en el hogar de la pareja se han acabado las tonterías. “Me gustan las mujeres fuertes y estoy un poco cansada del relato cultural de víctima. Incluso desde el punto de vista de la comedia, ¿por qué hemos de ser siempre las buenas?, ¿por qué tenemos que perder siempre o esperar a que nos rescaten? ¿Nos hace eso más feministas?”, expone Diana López Varela al teléfono, mientras en la ficción comienza a arder Troya. Rocío le cuenta a su novio que están “planeando una acción” en la Iglesia: el día de las comuniones, sus colegas y ella se desnudarán integralmente para denunciar “la manipulación del poder eclesiástico, que niega el sufrimiento femenino”. “¿Y hace falta algo tan agresivo, Ro?”, pregunta él. “Ya viene el hombre con su mansplaning con sus santos cojones a decirnos lo que es agresivo. Vosotros precisamente, que lleváis años aniquilando, destruyendo el planeta y sometiendo a las mujeres”.
La protagonista, ahora revolucionada, está harta de la “puta tasa rosa”, de “lavarme el coño inmediatamente para que te sepa bien” -a propósito del sexo oral-, de “depilarme, arreglarme, de estar cosificada”. Ahí, en el encuentro sexual, salen a relucir muchas leyendas asumidas, mucho diálogo atrofiado. Como, por ejemplo, “El macho alfa no hace nada altruistamente. ¿Sabes cuántas mujeres no se corren en su vida, cuántas mujeres tienen relaciones insatisfactorias para no dañar el frágil ego masculino? Y, ¿sabes cuántos hombres no saben ni para qué sirve el clítoris ni que tiene 8.000 terminaciones nerviosas?”.
El sexo ha cambiado
Hay mucho que hablar aquí. Cuenta la directora que “como casi todas las chicas de mi edad, crecí pensando que el sexo era un servicio para el disfrute del hombre y eso cambió justo después de leerme Tu sexo es aún más tuyo, de Sylvia de Béjar”. Explica que con ese título aprendió “no sólo que podía pedir, sino que debía hacerlo”: “Al final los chicos también son hijos de su educación y no siempre saben lo que tienen que hacer. He pensado mil veces en eso, en las veces que he rechazado sexo oral apeteciéndome un montón por no estar depilada o ‘recién’ lavada. Y en cuántas veces corté el rollo para irme al baño corriendo a darme un agua. Por favor, qué terrible es el machismo para todos”.
Por eso aquí, como ella señala, “las escenas de sexo son la liberación hiperbólica de nuestros complejos históricos en el sexo”. Ro tampoco quiere azotes en la cama ni “ninguna postura de sumisión patriarcal”, y, cuando se descuida, deja ver un tatuaje en el cuello: es la imagen de un falo roto. “Es mi adhesión de sangre al club”, explica ella. “La castración de los hombres”. ¿Qué pasaría si, realmente, la mujer que lucha por el feminismo se manifestase en estos términos? “Claro que no somos así, pero si se empeñan en que lo seamos, yo subo la apuesta y creo a la Feminazi justiciera que siempre he deseado ser cada vez que mi pareja dejaba para mí las tareas de casa”, propone López Varela. “Resulta obvio que esto es una parodia, pero ojalá sirva para despertar un poco la conciencia de la autodefensa feminista. Al menos para decirle a los machirulos: menos cachondeo, que nosotras también sabemos defendernos”.