Hace apenas dos semanas se anunciaba que el Gobierno retirará todas las cabinas telefónicas de las calles. No dejará ni una como recuerdo nostálgico de todo lo que se ha vivido entre esas cuatro y claustrofóbicas paredes. Las cabinas han vivido nuestra historia, y ahora las apartamos. Tampoco se pensó en dejar una como homenaje a la obra maestra de Antonio Mercero, que hoy fallecía a los 82 años.
Mercero, que hoy será recordado en todos los telediarios como el creador de Farmacia de Guardia y Verano azul, no sólo fue el hombre que parió dos de las series más exitosas de la historia de la televisión, sino que la revolucionó de una forma mucho más radical. Porque Farmacia de Guardia, un producto blanco y para toda la familia, llegó con la democracia instalada y en una cadena privada, pero lo que hizo con su mediometraje La Cabina fue algo que marcó un antes y un después.
Corría el año 1972, y Franco todavía hacía y deshacía a su antojo, pero el director se las apañó para colar en la televisión pública una bomba de relojería en forma de película de género realizada para mejorar la imagen internacional del ente. Las dos cadenas que había entonces, lo que ahora correspondería a TVE y La 2, estaban controladas bajo la férrea dirección del franquismo. La televisión era un arma demasiado poderosa para dejarla escapar, y en España lo tuvieron claro. La dictadura las usó como métodos de propaganda, y también ofreciendo al pueblo un entretenimiento vacío y blanco, acordes con la moral católica reinante, y con el que se olvidaran de lo que ocurría en las calles.
Las críticas, como en el cine o la literatura estaban prohibidas, aunque en la televisión también se colaron. Lo que Franco no se esperaba es que fuera Antonio Mercero el que se la colara. El director ya había colaborado con ellos en Crónicas de un pueblo, programa que comulgaba con lo que se pedía a la cadena pública, así que a él le encargaron la creación de una película con la que lograr algo de prestigio. Dicen que se buscaba ganar premios fuera de España. En esta ocasión esa jugada les salió redonda, porque La cabina logró el premio Emmy a la mejor producción internacional, pero no fue ese su mayor logro.
La historia de un hombre normal que se queda acabado en una cabina de teléfono sin poder hacer nada por salir y sin que nadie pueda ayudarle, triunfó por muchos motivos. El primero por su capacidad para crear tensión, imágenes imborrables -que siguen en el imaginario colectivo del audiovisual español-, y una historia que en aquellos momentos fue un hito. A día de hoy la trama La cabina sigue siendo original y novedosa, y hasta directores como Roland Emmerich realizaron homenajes (casi plagios) de su obra en filmes como Última llamada -que en su título original se llama Cabina-.
Pero el verdadero logro de Mercero fue usar la ficción como crítica al franquismo sin que ellos se dieran cuenta. Ahora su obra se ve con los ojos de la democracia y todo está más que claro. La cabina era un ataque brutal a la dictadura, a la que metió entre cuatro paredes de cristal para destrozarla con imágenes, porque ese señor de clase media que tenía los rasgos de José Luis López Vazquez eran todos los españoles, que se creían a salvo del régimen hasta que se chocaban de frente con su represión.
La crítica al sistema está en la propia metáfora central del filme, pero también en todo lo que va ocurriendo. En esa sociedad española que mira al protagonista pero prefiere observar y callar a actuar y cambiar las cosas. Mientras a ellos no les toque mejor no levantar la voz. Se observa en la primera solución que ofrecen las autoridades para resolver el problema: usar la fuerza. Y sobre todo se siente en el giro argumental que muestra una conspiración en la que una poderosa empresa lleva a López Vázquez a unos sótanos misteriosos donde se descubre que el poder acaba con las personas. Él no ha sido el primero, sino sólo uno más aplastado por un sistema que violaba los derechos de los ciudadanos.
La cabina tendría que ser recordada como la obra maestra que es, y también por lo que supuso en su momento. En una época en la que todos hablan de la edad dorada del audiovisual español no está mal recordar que antes ya existieron francotiradores que revolucionaron nuestra televisión hasta cuando podían meterte en la cárcel por ello.