Juan Gutiérrez huyó de España durante el franquismo. No soportaba la falta de libertad y se refugió en Hamburgo, donde estudió filosofía hasta que con el final de la dictadura decidió instalarse en San Sebastián. Eran los años 80, y aunque Franco hubiera muerto y la democracia hubiera llegado, ETA seguía matando, y cada vez con más virulencia. Además, tenía el apoyo de una sociedad que se manifestaba a su favor.
Gutiérrez no entendía qué ocurría, y veía que había que hacer algo. Poco a poco fue involucrándose hasta que fundó el centro de paz Gernika Gogoratuz desde el que buscaba encontrar un acercamiento entre el gobierno de España y ETA. Sabía que era difícil, que los atentados lastraban cualquier avance, pero creía que sólo reuniéndose podrían lograrlo. Poco a poco se fue ganando una posición de prestigio y se convirtió en un mediador imprescindible en todos los intentos de tregua que hubo, el primero con Vera, y después con Jaime Mayor Oreja.
Si su historia ya era de por sí apasionante, imaginen si se le añade un elemento de película de espionaje. Juan Gutiérrez, en este proceso, conoció muchas personas, pero el misterioso Roberto ganó su confianza. Todos le decían que aquella persona era un ser raro, taciturno, pero él le tendió su mano, le abrió las puertas de su casa y de su familia hasta que desapareció. Años después le verían en una televisión siendo apresado por vender información confidencial a gobiernos extranjeros.
Roberto era un agente del entonces CESID mandado para saber las tripas de las negociaciones entre ETA y el Gobierno. Primera en una época en la que los servicios secretos tenían mucha herencia de Franco, y luego para que no hubiera ningún cabo sin atar. Las sospechas de la familia de Juan Gutiérrez no tardaron: ¿sería él quien traicionó a Juan, filtrando unas conversaciones privadas entre él y Mayor Oreja en las que se hablaba abiertamente de concesiones y diálogo?, ¿fue aquel amigo fiel quien logró que le vilipendiaran y acabara fuera de cualquier posible mediación?
Semejante historia que parece sacada de la mente de John Le Carré ocurrió de verdad, y la familia de Juan Gutiérrez la vivieron en primera persona. Quizás por ello ha sido su hija, Ana Schulz, la que la ha contado en el maravilloso documental Mudar la piel, que tras pasar por Locarno y San Sebastián se estrena en salas. Junto a Cristobal Fernández componen una reflexión sobre la identidad, también una radiografía del conflicto vasco en una época muy concreta, y cómo a pesar de todo lo que ocurrió, Juan y Roberto han mantenido su amistad incluso cuando el segundo estuvo preso.
“Yo no tenía la sensación de tener un historión, porque en mi familia siempre pasaban cosas extrañas, y pasaba gente tan extravagante que sólo era una historia más. Pero si que fue a raíz de que retomaran el contacto en la cárcel. Tomaba presente una historia que estaba en el recuerdo, de ese personaje que resultó ser un espía y que reapareció. Fue perplejidad ante la generosidad de mi padre, de asombro. De decir que injusto. También veía que esto daba pie para contar un momento histórico reciente y desde un punto de vista diferente, el de la historia personal y familiar, y teníamos a dos personajes con acceso privilegiado”, cuenta Schulz a la familia.
También con ello reivindica la figura de su padre, condenado al ostracismo tras aquella filtración. Ella asegura que él nunca le dio mucha importancia, y que siempre se ha levantado y ha seguido andando, incluso ahora a sus 86 años, pero que por su parte sí que ha habido “una voluntad de situar su aportación en aquellos años, y la de aquella gente silenciada y que aunque no concretara en un acuerdo, tuvieron una gran dedicación”. Sorprende ver una fotografía de 1991 en la que representantes políticos de todas las fuerzas de Euskadi posan en EEUU como si estuvieran en una colonia. Fue Gutiérrez el que logró esa reunión en la que por primera vez vio que si la gente hablaba podían solucionarse muchas cosas.
No podemos pasar página tan rápido. Hay cosas por digerir, vienen nuevas generaciones y hay que revisar mucho, que haya más figuras, no solo la víctima y el verdugo
Mudar la piel habla de dos temas espinosos: ETA y las cloacas del estado. Por ello han tenido problemas para financiarlo e incluso han sufrido las reticencias de los servicios secretos. Tenían claro que no querían “discursos grandilocuentes”, sino encontrar “la relación entre lo familiar y lo político”. “No hacerlo desde un lugar ideológico, sino profundizar en el pensamiento. Cuando hemos presentado la película en San Sebastián, la sensación y la recepción fue tan buena que pensamos que no podíamos pasar página tan rápido. Hay cosas por digerir, vienen nuevas generaciones y hay que revisar mucho, que haya más figuras, no solo la víctima y el verdugo, porque todos tuvimos la vida atravesada por el conflicto vasco”, explica la directora.
Es imposible no preguntar qué opina su padre de cómo acabó el conflicto, y le parafrasea y dice “que el cierre ha sido nefasto, porque no se ha cerrado”. “Ha sido la victoria de unos sobre otros, ese es el discurso que ha quedado, pero la demanda social no ha acabado, y cree que eso es un desastre aunque ve cosas esperanzadoras como que el otro día el alcalde de Rentería, que es de Bildu, haya hecho un homenaje a una víctima de ETA”, continúa Schulz.
Juan Gutiérrez también opina sobre lo que ocurre en Cataluña, y ya en el Festival de Locarno dejó a todos callados al asegurar que “no se ha aprendido nada de Euskadi y que durante años se decía que si seguía la violencia no se podía hablar, y ahora que hay una no violencia ostentativa, tampoco se habla”. “Él cree que el referéndum, aunque fuera ilegal, fue un ejercicio de no violencia”, añade su hija que también confiesa que él, y Roberto, siguen quedando como si nunca se hubieran traicionado.