Hay películas que cambian vidas, que se convierten en hitos y emblemas para sus espectadores. Una de ellas es El bueno, el feo y el malo, el western de Sergio Leone que en 1966 culminaba su trilogía sobre el salvaje oeste. Una obra maestra incontestable que creó una legión de fans que repiten sus frases y la tienen en un altar.
Casi todo el mundo sabe que, además, El bueno, el feo y el malo se rodó en España, pero no sólo en el mítico paraje almeriense donde se grababan los westerns, sino que unos cuantos pueblos de Burgos sirvieron como escenarios del filme, especialmente en una de sus escenas más míticas, el duelo en el cementerio de Sad Hill. Aquel paraje lleno de piedras circulares y tumbas donde se escondía el dinero estaba en Santo Domingo de Silos, y nadie se había preocupado en protegerlo y mantenerlo. Los fanáticos que sabían el secreto peregrinaban al lugar, pero tal era el estado que hasta tardaban en reconocerlo. La vegetación había tapado todo, y el cementerio parecía más una selva.
La muerte de Eli Wallach, el mítico Tuco del filme, hizo que decenas de amantes de la obra de Leone se juntaran en el pueblo burgalés para rendir pleitesía y respeto. Allí, cuatro don Quijotes modernos, David, Diego, Sergio y Joseba, se desvirtualizaron y pusieron cara y entendieron que su sueño podía hacerse realidad. Habían entablado amistad por redes sociales, y muchas veces habían explicado que les encantaría resucitar el mítico cementerio de Sad Hill. Al ver a todas aquellas personas emocionadas por un motivo común, crearon la Asociación Cultural Sad Hill y se pusieron manos a la obra.
Todo este periplo es el centro del documental Desenterrando Sad Hill, que se estrena el viernes en salas, y que llega de ganar premio en el Festival de Sitges. Su director Guillermo de Oliveira, se enteró del tema por un amigo que escuchó en la radio que Sad Hill seguía existiendo y que estaba abandonado y lleno de vegetación,pero que una asociación de Burgos quería desenterrarlo y darle vida de nuevo. “Busqué su web, me puse en contacto con ellos y fui a verlo por primera vez en septiembre de 2015, cuando ni siquiera habían empezado a cavar porque no tenían el permiso de la junta y del ayuntamiento”, explica a EL ESPAÑOL.
Allí se presentó con su cámara y con su dron con la idea de grabar unas cuantas imágenes para hacer un corto sobre esa “idea poética y hermosa de que los fans quieran rescatarlo”. Es entonces cuando se da cuenta de que la iniciativa se ha hecho viral y empiezan a llegar fans de Francia y la gente se lanza a apadrinar tumbas. “Poco a poco me voy enganchando a la historia, y me surge una pregunta, ¿qué lleva a un fan a hacer 1.200 kilómetros para a cavar un cementerio a cambio de nada? Y ahí intuyo que hay algo que es casi religioso”, añade.
Viendo la iniciativa me surgió una pregunta, ¿qué lleva a un fan a hacer 1.200 kilómetros para a cavar un cementerio a cambio de nada? Y ahí intuyo que hay algo que es casi religioso
Los cuatro protagonistas de Desenterrando Sad Hill no se creían que su sueño podía hacerse realidad. Aquellos “frikis”, como ellos mismos se definen, lograron resucitar uno de los escenarios más míticos de la historia del cine, y que hasta Clint Eastwood les dedicara un vídeo celebrando su iniciativa.
Franco y el western
En paralelo a la misión casi suicida de los fans de Sad Hill, Guillermo de Oliveira traza otra trama en la que se rescatan las anécdotas del rodaje de El bueno, el feo y el malo, que llega en una época en la que Franco ve al cine de Hollywood como una forma de mostrar aperturismo al mundo y lavar la cara a la dictadura. Productores como Bronston, o directores como Leone se aprovecharon de la situación, y trajeron sus filmes a España.
El western del director italiano era un filme que en su fondo censuraba cualquier nacionalismo y autoritarismo, pero al que la censura no le puso un pero para venir aquí porque la trama se desarrollaba en una tierra lejana y desconocida. Todo eso está también en Desenterrando Sad Hill, que busca y encuentra a aquellos jóvenes a los que la dictadura saca de la mili para destinarles a un rodaje de una superproducción.
Oliveira habla con las personas que construyeron y volaron el puente, con los que llevaban las provisiones… un plantel de militares que vivieron sus días más felices en Burgos. “En el momento en el que decidimos que no sería un corto documental, buscamos anécdotas del rodaje. Quería que la pudiera ver alguien que no haya visto la película, y darle información que el que va a Sad Hill ya conoce, porque es fan, como la participación del ejército como extras o en la construcción de decorados, y la ayuda de estos militares, que eran jóvenes que venían casi todos del País Vasco y que estaban haciendo la mili en Burgos y que de repente llegan al rodaje porque capitanía firma un contrato con la película y se pasan el verano casi de vacaciones, y encima les pagaban una pasta a mayores por cosas como hacerse el muerto en el agua”, zanja el director del documental.