El físico de un actor puede marcar su carrera para siempre. El cine es una industria que muchas veces se fija más en lo de fuera que en lo de dentro. Si a un actor le califican como guapo puede hacer lo que le dé la gana; incluso si se afea y se pone maquillaje hasta le nominarán a decenas de premios. Pero si a alguien le marcan por algún rasgo concreto tiene difícil escapar.
En el cine español hay muchos intérpretes que luchan por demostrar que el físico no marca. Lo decía hace poco Itziar Castro en una entrevista con este periódico, que su protagonista en Matar a Dios es la primera vez que le dieron un guion en el que no estaba escrita la palabra gorda.
El espectador también forma parte con sus prejuicios de estos encasillamientos. Y con Roberto Álamo, actor versátil y formado hasta la médula en la escuela de Cristina Rota, ha ocurrido algo así. Puede que sea su físico imponente, casi de portero de discoteca, lo que haya hecho que todo el mundo lo asocie a papeles de bruto testosterónico. A lo mejor también influyó su papelón en Urtain, con Animalario en teatro, o aquel policía que expresaba su caída a los infiernos con arrebatos violentos en Que dios nos perdone (su segundo premio Goya).
Pero sólo hace falta hablar con el intérprete cinco minutos para darse cuenta de que dentro de ese cuerpo hay una sensibilidad especial -la misma que saca en los retratos que hace a sus compañeros de reparto- que había costado ver en cine. La saca en Alegría Tristeza -que llega a salas este viernes-, película con la que Rakuten entra en la producción y que dirige Ibon Cormenzana. Álamo da vida a un padre viudo con un extraño trauma, no distingue las emociones, y no sabe reconocerlas ni expresarlas. No consigue descifrar si su hija está triste o contenta. Tampoco su estado de ánimo. Un trauma real, que en este caso nace de un suceso traumático de nuestro país que conviene no desvelar.
Para Roberto Álamo lo de que se le asocie a personajes toscos es algo que nace de los “prejuicios”, pero tiene muy claro que no es así. “Absolutamente, creo que es por eso, no te voy a mentir. Mira, no sé quién me dijo una vez que coincidió en Cannes con Marlon Brando, y que cuando le vio no era excesivamente alto, pero tenía esa gran cabeza, esa mandíbula, y esas espaldas… ese andar tranquilo. Y para mí, es el mejor actor de la historia. Si le hubieran puesto la etiqueta de persona bruta cuando hizo Un tranvía llamado deseo no hubiera tenido sentido. Mi maestra de interpretación decía que cuando tienes el corazón y las emociones blanditas, puedes manejarte mejor, y que el abanico es más grande para interpretar. Pero si el corazón es duro, y si eres un duro, pues poco podrás interpretar más allá de papeles de duro”, cuenta a EL ESPAÑOL.
El dinero y la gente
Alegría Tristeza intentará, al estar producida por Rakuten, acortar el tiempo entre ventanas de explotación, y acabar en su plataforma según termine su paso por salas. En esta polémica sobre si el cine tiene que pasar obligatoriamente por salas o no, el actor recuerda que aquellas películas que más le han impactado, y que le han hecho tener ese “corazón blandito”, las que le “han hecho crecer como actor, las vi todas en una televisión de tubo que a veces se veía mal y que mi padre compró con mucho esfuerzo, porque eramos una familia muy humilde”. “Las que me han cambiado la vida no las he visto en el cine. Lo que quiero decir es que por un lado está el tema de la pasta y por otro el de la gente que recibe las emociones y las películas. Son dos mundos que no casan a priori, pero que tienen que casar. Yo creo que, en mi opinión, no importa tanto donde se vean las cosas como lo que se vea”, explica.
Roberto Álamo ha sido durante años uno de los actores habituales del Teatro del Barrio, la compañía de Alberto San Juan y Willy Toledo, y junto a ellos protagonizó una de las obras más polémicas de la escena española reciente, Alejandro y Ana, lo que España no pudo ver de la boda de la hija del presidente. Una representación que estuvo en el ojo del huracán por su visión crítica del gobierno de José María Aznar, que mucha gente criticó, y que en un momento como el actual, donde a Dani Mateo se le ha querido hacer un boicot por una broma en la que se sonaba los mocos con la bandera, suena a imposible.
“Posiblemente estemos peor respecto a la libertad de expresión. No me había planteado si aquella obra estaría prohibida, pero sí sé que antes de estrenarla, cuando recibimos las revistillas donde pone la fecha de estreno, el título, y esas cosas, que hacía la Comunidad de Madrid, para nuestro pasmo la obra se pasó a llamar Alejandro y Ana, una bonita historia de amor. Y llamamos para decir que estaba mal. Es verdad que en un par de ocasiones, tres o cuatro personas, y fueron más de 300 representaciones, pues nos escupían en los zapatos, o nos silbaban, o hubo alguna zancadilla… Ahora no sé si podríamos estrenarla… es que hay un bajón en cuanto a la libertad de expresión. Lo que hizo Dani Mateo comparado con lo que hicimos nosotros no es casi nada”, zanja el actor, que tiene que convencer ahora al público, que ese cuerpo imponente tiene dentro un corazón blandito y sensible.
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