Jesús Vidal tiene sólo un 10% de visión en un ojo. “Un tesoro que tengo que cuidar”, como él mismo lo describe. Con ese 10% todavía disfruta del cine, una de sus pasiones. Se coloca muy, muy cerca de la pantalla con tal de no perderse el último estreno de Lars Von Trier, uno de sus directores favoritos.
A pesar de su discapacidad física, Jesús siempre tuvo claro a qué quería dedicarse: a ser actor. Como Willem Dafoe, al que todavía recuerda en La sombra del vampiro, o como todos aquellos que tocaba con su varita mágica Antonioni, otro de sus dioses del séptimo arte. Aunque muchos le decían que su miopía magna le iban a impedir lograrlo, él nunca se daba por vencido. “No soy de rendirme”, asegura con su eterna sonrisa y su tono afable, como si nunca se enfadara.
En un mundo que no se lo ponía fácil Jesús Vidal aprobó la carrera de filología, estudió un máster de periodismo, hizo prácticas en la agencia EFE y luego se formó en arte dramático. Ahora es el primer ciego en optar al Goya al Mejor Actor Revelación. Él es uno de los Campeones que han robado el corazón a más de tres millones de personas en la película de Javier Fesser. Su papel de Marín, controlador de la ORA y pesadilla - a la par que conciencia- de Javier Gutiérrez, le ha llevado a una popularidad que hasta ahora no conocía, pero de la que disfruta.
Mientras ofrecía esta entrevista, decenas de niños de los equipos inferiores del Movistar Estudiantes -que con su fundación ha apoyado y se ha comprometido con la película- se amontonaron cuando descubrieron a uno de sus campeones en la cancha en la que se rodó parte del filme que opta a once premios de la Academia de Cine. Él, como si fuera un profesor, disfrutó respondiendo a cada una de sus preguntas, dando sentido común y hablando de la magia del cine o de todo lo bonito que le enseñaron sus compañeros con discapacidad intelectual, “personas normales con cosas maravillosas”.
A pesar de tener el mundo en contra, y de las pocas facilidades que se dan para personas invidentes, Jesús se niega a contar las penurias, y con una honestidad y una sonrisa que desarma cuenta que para él todo ha sido relativamente fácil, aunque también influye una de sus máximas: “Yo no soy de rendirme”. “Las cosas han ido llegando muy fluidas, y por eso no me he planteado nunca echarme para atrás, cierto es que he tenido que luchar mucho. Llevo mucha lucha detrás. En León iba haciendo una función de teatro por los pueblos. Contrataba a la gente que me llevaba la furgoneta. Y he tenido que luchar y, por eso, ni me he rendido, ni creo que me rinda”, cuenta a EL ESPAÑOL.
Llevo mucha lucha detrás. En León iba haciendo una función de teatro por los pueblos. Contrataba a la gente que me llevaba la furgoneta. Y he tenido que luchar y ni me he rendido, ni creo que me rinda
Después de esa etapa de juglar llegó al Teatro El Albeitar de León, donde presentó una obra que encantó al programador y estuvo en cartel. “Yo me esperaba que me dijeran, ‘ya veremos’, y me encontré con un ‘sí, dime la fecha’. Claro, a partir de ahí sí que me topé con alguna barrera. Sobre todo en la escuela de teatro de León, donde me pidieron un certificado médico que dijera que hiciera explícito que yo podía hacer teatro. Son cosas que no entiendes en el siglo XXI. Si te llega una persona con una diferencia visual, no entiendes que la trates distinto. Igual que si te llega una persona con una diferencia racial. A una persona negra, por el hecho de ser negra, si se le pide un certificado médico para aprender teatro nos parecería de otra galaxia. Y a mí eso me pasó”, añade.
Es ahí donde radica el verdadero éxito de Campeones y de estas estrellas que han dado una lección de naturalidad y optimismo a todo el mundo. Dan igual los 19 millones de euros, porque la película “ha despertado a la sociedad”. “Yo no tengo la discapacidad intelectual del personaje que yo interpreto, pero veo que esa discapacidad, no sé por qué, si por prejuicios o porque daba miedo, hacía que antes la gente estuviera encerrada en una pesadilla. No se veía, no se enseñaba. Las familias incluso lo asumían como algo a esconder, y las personas con esta discapacidad como que decían ‘no me mires’, y a raíz de la película, las familias y las mismas personas con discapacidad intelectual gritan: ‘¡hola, estoy aquí, mírame!’. Como decía un compañero mío, un actor, Alberto Nusto: ahora nos miran con respeto”.
El pudor de Jesús Vidal le hace siempre subrayar que él no puede comparar su experiencia y su discapacidad, física, a lo que han vivido muchos de sus compañeros. Pero les ha acompañado en este viaje, y se ha convertido en uno de ellos. Por eso ha notado que “antes a una persona con Down o discapacidad intelectual notoria, no te voy a decir que fueran apestados, pero casi, o bueno, sí para ciertas cosas”. “Ahora la gente le mira con cariño, con respeto. Espero que no sea una ola del momento. Espero que se concrete en cosas a nivel laboral, a nivel de socializar... Que sea un cambio, y no sólo un boom”, dice esperanzado.
Jesús no sabe bien cuándo decidió ser actor, pero cree que siempre había tenido una especie de sueño. De pequeño se imaginaba en un escenario, con cientos de personas mirándole. Lo achaca a que su tía trabajaba en un teatro de León como personal de sala y veía a muchos actores pasar, además de ir allí a ver películas cuando se transformaba en sala de cine. Por eso estudió filología hispánica, para aprender más sobre literatura y teatro. Fue cuando acabó la carrera cuando tuvo un encuentro “de esos que marcan la vida de una persona”. “Descubrí a una dramaturga maravillosa que tenía una, digámoslo así, enfermedad mental. Yo lo llamo una diferencia. Era una psicosis. Se llamaba Sarah Kane, y me descubrió un mundo tan poético, tan desgarrado y tan humano que me dije: tengo que hacer algo a nivel profesional en el teatro, ya sea como actor o como dramaturgo. Tengo que formarme. Tengo que hacerlo”, recuerda.
Antes a una persona con Down o discapacidad intelectual notoria, no te voy a decir que fueran apestados, pero casi, o bueno, sí para ciertas cosas. Ahora la gente les mira con cariño
Rebaja importancia a todo lo que está pasando. Recalca una y otra vez que esto son lances del oficio de actor, y que su día a día tampoco ha cambiado tanto: “Mi día normal desde hace cinco años es el de un actor que está empezando y que escribe su propia obra, que habla con algún programador… pero es verdad que a raíz del estreno de mi primera obra tuve el regalazo de encontrarme con la gente del Centro Dramático Nacional y La Zona a través del festival Una mirada diferente, un festivalazo muy importante, porque es un festival inclusivo, quizás el mejor de Europa. A raíz de ahí entré en una función del CDN, Cáscaras Vacías, y mi día a día eran ensayos, prepararme, y así desde hace dos años y medio hasta ahora”.
“Ahora ha habido un paréntesis en el que he hecho Campeones y, claro, ahí sí que el día a día de un rodaje es muy intenso, doce horas de rodaje; pero es lo esperable en cualquier actor de cine que rueda una película. Así que tampoco siento que haya cambiado mucho mi vida de hace cinco años hasta ahora. Yo venía de hacer una función en el Centro Dramático Nacional, que es algo muy importante, aunque de cara a la repercusión que tienen en la gente, el cine no tiene la misma que tiene el teatro, lamentablemente”, explica Jesús Vidal.
Donde más ha notado que su vida ha cambiado es en que la gente le reconoce por la calle. Le paran y le dicen “cosas maravillosas” llenas de cariño. Lo último que recuerda le llegó al alma: “Me dijeron, tú eres la última persona que ha hecho reír a mi mujer”. Son regalos que se lleva en su mochila de actor, una profesión que para él “es de servicio público”. El arte sirve para cambiar el mundo, decían los optimistas. Si eso es cierto, está claro que estos Campeones lo han convertido en un lugar un poco mejor.