Roma no llueve a gusto de todos, a pesar de que la crítica, casi unánimemente, haya clavado rodilla en tierra ante el último trabajo del cineasta mexicano Alfonso Cuarón. Hay sentimientos encontrados. Hay esquizofrenia entre público y expertos. Estos últimos se entregan a ella con una rendición sin ambages: “Una obra maestra” (The New York Times), “Consigue el difícil logro de hacer algo político de lo personal” (The Washington Post), “Cuarón rompe las barreras del lenguaje, clase y cultura para elaborar la mejor película del año”, “Una de las mejores películas que he visto jamás, y también una de las más enternecedoras” (The Wall Street Journal), “Cuarón compone algunos de los planos y las secuencias más impresionantes de la historia del cine” (USA Today), “Cuarón ha hecho su mejor película hasta la fecha con este exquisito estudio” (The Guardian).
En la crítica patria las impresiones han sido similares: no baja de “prodigio del cine”. Hasta al hueso duro de roer más querido por los espectadores -Carlos Boyero- le ha parecido magna: “Cine hermoso puro y duro (…) En Roma todo suena a verdad, su formidable lenguaje visual sirve para expresar con complejidad sensaciones y sentimientos”, ha escrito el especialista. Sin embargo, esta veneración apenas sin grietas por parte de los doctos del sector no ha logrado contagiar a la audiencia, o, al menos, a una parte importante de ella, que dice sentirse “estúpida” por “no haber entendido”, al parecer, la genialidad del filme. ¿Qué es lo que falla en la presunta obra maestra del año? ¿Por qué deja a tantos con gesto indiferente, si se trata de una historia personal y accesible? ¿Dónde está la trampa?
Cuenta el crítico de El País Javier Ocaña que él tiene tres problemas con Roma. El primero es que le ve “demasiado la arquitectura, el andamiaje de puesta en escena”: “Es como esas novelas en las que, leyendo, pareces ver al escritor en su casa componiendo frases bonitas”. El segundo: “Tengo dudas con respecto al supuesto homenaje a esa mujer de su infancia, a la que no le da un primer plano y a la que filma a enorme distancia, física y creo que también moral”. Y, en tercer lugar: “Paradójicamente, el blanco y negro le sirve para colorear una realidad muy negra, para embellecerla. Es su opción, pero no sé si en color sería la misma película”.
Mediocre, soporífera y gélida
Iván Reguera, responsable de cine en Cuarto Poder, cree que “la gente se ha cabreado porque Roma es la típica filfa de festival, de crítico de cine que dice ‘amén’ a todo lo que sea ‘cine oficial’, el cine que tiene apariencia de ‘importante’. ¿Dos horas en banco y negro sin guión y muchos aviones y cacas de perro? La película es insultante de lo mediocre y soporífera que es”, dispara. “Y, sobre todo, fría, gélida. Es una película hecha por un niño bien sobre su criada pero sin empatía. A esta señora, que no tiene ningún interés como personaje, la quieren mucho pero acto seguido le piden que les cocine algo. Es su sirvienta y la tratan como a un ser inferior”. Segunda bala.
Y aquí la tercera: “La crítica necesita obras maestras para decir que el cine sigue vivo y justificar su trabajo. Igual sucede con las academias y los premios. Y la gente se siente idiota al aburrirse ante Roma y “no entender” de cine. Pero es que no hay nada que entender en Roma porque está hueca. Como en el cuento del traje del emperador, algunos gritamos que va desnudo. Es la engañifa del año”, concluye Reguera.
Caramelizada, ególatra e impulsada por el capital
El escritor Montero Glez asegura que no le gustó “desde el principio”: “Me pareció demasiado caramelizada, como una de esas comidas de gastrobar y diseño a las que le sobra plato. A mí me molan las de narcos”, relata a El Español. Entonces, ¿a qué achaca ese furor de la crítica? “El capital. El capital cuando se mueve en apoyo de un ‘bien’ cultural lo convierte en mercancía de consumo masivo”, explica. “Es lo mismo que ocurre con Houellebecq. Tiene el apoyo del capital. Se tira un cuesco, lo publica en hojas y lo venden como fragancia de pinos. Es el capital el que condiciona el consumo”.
El periodista y poeta Juanjo Cerero sostiene que le parece una película “poco humana”: “La relación honesta con los personajes, sobre todo con los pobres, aparece como impostada. La verdadera estrella es Cuarón todo el rato. Se ve en los movimientos de la cámara, en la necesidad constante de recordarte que ‘soy Cuarón y estoy dirigiendo esto’. Es algo que la crítica admira en él, pero si fuese un director novel lo tacharían de egocéntrico y venido arriba, que es lo que es en realidad”, opina.
“Está tan estilizada que se le ha difuminado la humanidad. Hay poco espacio para el matiz, para lo incoherente, para lo que, en definitiva, es más verdad. Y para intentar arreglar eso le da una gravedad excesiva a todo que no resulta sincera en ningún momento. En fin, una vez más, el resultado del terrible peligro de venirse arriba con uno mismo”, cierra Cerero.
Fotografía impecable, fondo hueco
Ángel Sala, el director del Festival Internacional de Cine de Sitges también reconoció que Roma, aunque es bellísima, no le “toca” de “ninguna manera”. Esa es la apreciación más presente entre sus detractores: la falta de conexión emocional. Lo relata con dolorosa precisión la crítica más votada de Filmaffinity, firmada por el usuario Omnipotente, quien asume que la fotografía es de una “estética impecable” y que el hiperrealismo de Cuarón merece “mención aparte” porque todo lo que toca “cobra vida”.
¿Pero? “Considero que para calificar como ‘buena’ a una película, tiene que emocionarte. Roma es preciosa, pero no consigue emocionar un poquito por más de dos o tres escenas concretas en dos horas (…) El interés y la empatía del espectador por los personajes se reduce al mínimo. Es como si el director estuviera más interesado en demostrar sus habilidades puramente visuales en vez de contar su historia de forma satisfactoria (…) Los personajes son planos y arquetípicos. Tenemos pequeños destellos de profundidad exclusivamente en la protagonista”, escribe. Aquí la sentencia más clarividente: “¿Cómo nos puede importar la situación de la familia si no sabemos ni los nombres de quienes la forman?”.
Cleo: mujer indígena nacida para callar
En definitiva, ese espectador la siente una obra “vacía y pretenciosa envuelta en una fotografía hermosa para cubrir unas serias carencias de guion”. A la mexicana Carolina Heredia, por su parte, le parece que el tema es “demasiado recurrente”: “La mujer joven que dejan embarazada y luego abandonan es un tema muy manido en el cine y en la televisión mexicanos. Ahí está El crimen del padre Amaro, con Gael García Bernal como protagonista: también una muchacha joven y empleada del hogar se embaraza del cura del pueblo y le hacen un aborto. Creo que el retrato de la sociedad mexicana de los setenta está bien hecho, pero la historia no me aportó nada”, explica.
“Es un drama constante en México. Sigue habiendo empleadas del hogar, indígenas, que cuidan a los hijos de los ricos. Me molesta también como se subraya, desde la familia, la visión de la mujer indígena: siempre como la mujer ignorante que está para atender el hogar (propio y ajeno) y callar. Son un poco fantasmas. ¿A cuántas no he visto caminar detrás de las señoras que van de shopping mientras ellas cargan con una horda de críos rubios?”, lanza Heredia.