Debe ser difícil para un actor decidir si prefiere morir actuando o retirarse a tiempo, cuando el cuerpo y la cabeza todavía rigen y uno puede escoger cuál será esa película que supondrá el punto y final a toda una carrera. Por un lado, muchos no quieren dejar esa droga de la interpretación, pero eso significa en muchas ocasiones pulular por obras menores que a veces hasta emborronan lo conseguido antes.
Robert Redford no ha dudado a la hora de anunciar que cuelga las botas. A sus 72 años tiene todo logrado: el cariño de la gente, el Oscar al Mejor director por Gente corriente, una filmografía llena de clásicos y hasta un festival propio en donde se presentan las mejores obras independientes del año. Para qué sirve entonces arrastrarse, si tiene a lo que la mayoría aspira.
Por eso, cuando se anunció su participación en The old man and the gun, lo nuevo del cada vez más prometedor director David Lowery, hizo un comunicado dejando claro que esta sería su última vez delante de la pantalla. Habrá que ver si es verdad, o sólo es un farol como cuando Soderbergh o Tarantino dicen que se retiran y luego anuncian un nuevo proyecto meses después.
Lo que está claro es que si este es el testamento cinematográfico de Redford, es el mejor posible, porque su papel e interpretación en este filme de aroma clásico, es casi un homenaje a toda su carrera y un menú perfecto para los fans del carisma y la personalidad del actor.
The old man and the gun supura elegancia por todos sus poros, desde su trama, mínima, hasta su puesta en escena, calmada, sin prisa y al ritmo de una excelente partitura. Sigue la historia de una banda de atracadores entrados en años capitaneada por Redford y formada por Danny Glover y Tom Waits. Él, es un ladrón que sigue robando casi por amor al arte y que lo hace sin dañar a nadie, de hecho, todos a los que roba coinciden en algo: su educación.
Un ladrón de categoría, con clase, que nadie sabe siquiera si tiene una pistola o sólo lo finge, porque caen rendidos a su encanto, como los actores caen rendidos al encanto de Redford, que se entrega en un papel hecho a su medida y a sus mejores tics. Es un seductor que conquista al espectador, y también al personaje de Sissy Spacek, el otro puntal de The old man and the gun.
Redford se ha llevado todos los piropos de la película, pero sería injusto no destacar la magia que desprende Spacek y la química que ambos tienen cuando comparten plano. Verles juntos, cómo lanzan sus frases y cómo disfrutan lo que están haciendo, es un placer cinéfilo de altura.
Todo está capitaneado por Lowery con buen gusto, sin aspavientos y sin querer subrayar su presencia. Se nota que él disfruta con ellos, y casi hasta se intuye que es el final para Redford, al que regala un momento nostálgico lleno de fotografías suyas de joven, cuando era el galán más apuesto de Hollywood.
Una hora y media de puro encantamiento, de flirteo con el espectador, de seducción de un Redford en forma que vio claro que este papel era ese final tan difícil de aceptar. Habrá que esperar para ver si al menos continúa en la dirección, o se retira definitivamente una de esas estrellas que ha marcado la historia del cine.