La alfombra roja de los Goya es, como en cualquier evento, especialmente cruda con las mujeres: está diseñada para poner el foco sobre ellas, para analizar sus peinados, sus maquillajes, sus tacones, sus vestidos, las marcas que lucen, el tiempo que han empleado en prepararse para el acto, y, aún más allá, para escrutar y juzgar su belleza, ligándola directamente al peso y a las medidas de un canon impracticable. Focos, cámaras y preguntas sobre modistos y diseños: el pan nuestro de cada edición de los Goya, mientras a los actores y cineastas se les pregunta por su trabajo y no por su outfit.
Lo cierto es que en las dos últimas ediciones, gracias a la fuerza motriz del Me Too, la cuestión del feminismo se ha colocado en el centro del debate: la denuncia contra la violencia y el acoso normalizado e impune, la necesidad de que la industria del cine cuente con más directoras y actrices -y no deseche a estas últimas a partir de los 30-, la demanda de relatos femeninos, la brecha salarial, los derechos laborales en la maternidad, la lucha contra la cosificación de la mujer, y un largo etcétera.
En la gala de los Goya 2018, por ejemplo, la Asociación CIMA repartió abanicos rojos para visibilizar estas reivindicaciones. Todos rezaban “más mujeres” y el tema dominó la noche. Pero, ¿es suficiente con el eslógan y las buenas palabras? ¿Se ha conseguido algo? ¿Dónde queda la performance: se ha estancado el punkismo del movimiento? La cineasta Isabel Coixet propuso algo transgresor el año pasado: acudir a la fiesta del cine en pijama. “A mí se me había ocurrido una manera de llamar la atención sobre la desigualdad, el acoso, y por qué no, la tiranía de la alfombra roja, que obliga a las mujeres a ponerse de tiros largos mientras hacen equilibrios en tacones imposibles, cuando los hombres con el uniforme de esmoquin ya tienen bastante: ir todas en pijama y zapatillas y sin maquillar, que me parecía un poco más divertido que ir de negro con un modelo prestado de 10.000 euros de Dolce&Gabbana”, escribió en una columna en El País.
“Mi propuesta fue acogida primero con risas nerviosas, “no lo dirás en serio”, y luego con un elocuente silencio. Yo insistía: “¡Sería viral! ¡Se hablaría en todo el mundo!”. Pero salvo a tres locas más como yo, no convencí a nadie. Así que los telespectadores de los Goya de este año se perderán el espectáculo de verme con mi pijama de Hello Kitty y mis zapatillas de unicornios. Hasta las reivindicaciones tienen un límite cuando se trata de ir con vestido largo y taconazos...”, cerró, señalando de forma tácita la hipocresía de ciertas rebeldes incapaces de ir naturales a la alfombra roja por una buena causa.
Performances feministas para tomar la palabra
Son muchas las mujeres que llevan décadas sacando los pies del tiesto: recuerden a la Julia Roberts de 1999, dejando a medio mundo boquiabierto en el histórico estreno de Nothing Hill, levantando el brazo para saludar y dejando al descubierto sus axilas sin depilar. Tal vez se trate de eso. De que, como decían en el filme Pequeña Miss Sunshine, la vida no se convierta en “un puto concurso de belleza detrás de otro”. ¿Qué podrían hacer las actrices españolas para visibilizar la opresión piramidal del machismo -desde las problemáticas urgentes como la violencia y el acoso sexual a la cosificación y las exigencias físicas-?
Teresa Lozano y Zúa Méndez, las Towanda Rebels, son actrices y activistas feministas. Lozano cuenta a El Español que “la alfombra roja es una buena representación de cómo está organizada la sociedad”: “A las mujeres se nos encorseta y se nos prepara para adornar, para ser bellas, para ser consumibles. Se nos cosifica. La propuesta de Isabel Coixet me encantó. Sería un puntazo que las actrices se atrevieran a ir sin pijama. Ya ha habido algunos casos en los que han ido sin tacones. Kristen Stewart se quitó los tacones en Cannes”, cita. También fueron en zapatos planos Susan Sarandon -además, vestida en traje de chaqueta con camisa blanca, estilo masculino- y la propia Julia Roberts.
“Quizá las actrices españolas no ven tanto la diferencia que hay en el trato a hombres y a mujeres en la alfombra roja. Pero a ellas siempre les preguntan por sus joyas, por cómo concilian su vida profesional y personal, por las horas que han tardado en ‘arreglarse’ (que sólo el término ya es tremendo, como si antes estuviéramos rotas)… A ellas las hacen girarse sobre sí mismas para lucir el vestido, ¿y a ellos?”, lanza Teresa Lozano. “Ir en pijama sería una auténtica reivindicación feminista que pondría sobre la mesa que las mujeres estamos hartas. Si las actrices no son capaces de hacerlo es porque declararse feminista en este país aún es algo que te pone en el punto de mira”, sostiene.
Una estrategia macarra
Ella aboga porque el feminismo se acerque a los actos performativos y visuales: “Necesitamos una estrategia macarra. No sé cómo será el guion este año, pero espero que no se utilice el feminismo para quedar bien. Menos guiones estupendos hablando de feminismo y más que el cine español se comprometa realmente con la visibilización de la mujer, con sus salidas profesionales, con qué es de ellas cuando llegan a cierta edad, etc”.
Es cierto que el feminismo se ha convertido en un reclamo publicitario y que el capitalismo lo está devorando. Por tanto: ¿perjudicaría realmente a estas actrices ir en pijama; no sería más bien un boom que rentabilizar? “Bueno, el feminismo vende, pero sólo vende el feminismo cómodo. El que no nos hace cuestionarnos las cosas. El molesto no nos gusta tanto. No creo que a los productores y directores de este país les gustase que saliesen los Harvey Weinsteins españoles, cuando por estadística es obvio que se han cometido abusos en la industria. El feminismo pop vende camisetas, pero ese no es el feminismo de verdad. No creo que a los empresarios de la moda ni de las joyas les divirtiese que las mujeres fuesen en pijama y que entendiesen que son hermosas tal y como son. Eso jodería al patriarcado y al capitalismo, que son primos hermanos”.
Zúa Méndez, por su parte, pone el foco en el “carácter transformador” del cine y de sus relatos. Cree que si las actrices no se atreven a hacer performances como la de la fiesta de pijama es por la “precariedad” del sector: “La gran mayoría están en el paro, y muchas de las que irán a la gala de los Goya no han tenido ningún proyecto en todo el año. Entiendo que para ellas ir a esa fiesta es visibilizarse e intentar poder trabajar al año siguiente. Es una industria muy precaria, más para las mujeres”, reflexiona. Recuerda por cuántos años ha sido castigado el cine español por el ‘No a la guerra’: “Las mujeres, en este sentido, tienen el mismo miedo. Miedo de ser etiquetadas dentro del feminismo, porque a pesar de que creamos que la industria del cine es de izquierdas, eso no significa que sus hombres poderosos no sean machistas”.
Reivindicación colectiva (contra la precariedad)
Méndez siente que “las actrices se encuentran muy solas en sus reivindicaciones”: “Si pudieran hacerlo juntas y todas a una… no tendrían tanto miedo, pero sienten que se juegan su carrera individual. ‘Si transgredo, me van a señalar a mí’. Tenemos que hacer cosas colectivamente para ser más fuertes”.
La activista feminista Patricia Castro dice que las actuales reivindicaciones son “aburridas”: “Yo echo de menos alguna performance fuerte, como cuando en Cannes, en el 68, Godard y compañía se colgaron de la pantalla mientras se proyectaba una peli”, evoca. “Los artistas tienen que liarla, hacer algo transgresor para que cale el mensaje. Pienso en Lady Gaga, cuando se puso un vestido hecho de chuletones: era una provocación. O en las Femen, cuando se desnudan y se tiran encima de algún tío para llamar la atención. Yo no lo haría, pero me gusta la fuerza de la idea. Necesitamos más esperpento”.
Cita a las Pussy Riots, con sus “pasamontañas de colores”: “Hay que ir al extremo, ir desnuda o ir vestida de monja, ponerse a correr en círculos… llamar la atención para conseguir que se nos escuche ”. Castro asegura que no le molestan los cánones estéticos, sino “la imposición de que tenga que ser así, de que sólo puedas ser guapa de una manera”: “Los conceptos fealdad-belleza se construyen en las épocas. Yo estoy en contra de que se asocie a la mujer que va con vestido con estar ‘guapa’ y a la que va descalza o en pijama o sin pintar, con que está ‘fea’”.
¿Por qué no se mojan nuestras actrices? “Yo respeto mucho a la gente que hace cine en este país, pero tienen mucho que perder y no se implican. Es un mundo muy cerrado donde ser tú misma o expresarte, u opinar políticamente… está mal visto. Es el rollo feminismo bienqueda. Esto de ‘nos metemos un poco en la ola sin llegar hasta el fondo, así comeremos igual’. Es la pequeña queja”.