En esta edición de los Oscar se decidía algo más que cuál era la mejor película del año, se decidía también qué postura tomaba Hollywood ante la llegada de Netflix a la producción. Hasta ahora la plataforma sólo había colado (y ganado) documentales en los premios, y desde EEUU han mirado sin mojarse lo que ya había ocurrido en festivales como Cannes o la pasada Berlinale, donde los exhibidores del país exigían que las obras de Netflix pasaran obligatoriamente por salas si querían ir en Sección Oficial.
En Hollywood habían ya pedido que se endurecieran las normas para que las películas optaran al Oscar (basta con estrenar en unas cuantas salas de Nueva York y Los Ángeles), pero no lo hicieron y se encontraron con una bomba de relojería llamada Roma. La película de Alfonso Cuarón, que no pudo estar en Cannes precisamente por ser de Netflix, era una obra maestra que desafiaba las ventanas de exhibición. Daba igual verla en un cine o una sala, era incuestionable, y la industria no tuvo otra que rendirse cuando llegaron las nominaciones, que la encumbraron con diez candidaturas, incluidas para sus dos actrices.
Ahí empezó una guerra sin cuartel. Los productores más tradicionales y directores pro cine en sala como Steven Spielberg mostraron su rechazo a que una película de Netflix ganara en los Oscar. Tenían que buscar una alternativa para que Roma no se llevara la estatuilla y las normas cambiaran para siempre. Una victoria de la plataforma era un mensaje claro: la calidad es independiente de la ventana donde se vea.
La alternativa la tenían clara: Green Book es el filme clásico de Hollywood. Competente, lleno de buen corazón, sin nada que achacarle, pero con nada de riesgo en su interior. Tanto es así que su director Peter Farrelly ni logró la nominación de la Academia. La estrategia funcionó a la perfección, y la película sobre el pianista Don Sherley y su chófer ha dejado a Netflix a las puertas de la historia. Green Book se llevó el Oscar a la Mejor película, al mejor guion y a Mejor actor secundaria para Mahershala Ali que suma su segunda estatuilla en sólo tres años.
La gran derrotada fue Roma, que aunque se llevó los premios a la Mejor dirección, Mejor fotografía y Mejor película de habla no inglesa, cayó en el último segundo. Un año más sin que la Academia derrumbe otra de sus horribles estadísticas, esa que dice que ninguna película de habla no inglesa puede ganar el Oscar a la Mejor película. Ni Fellini, ni Bergman, ni Cuarón lo han conseguido. Habrá que esperar. El mexicano sí que entra en el grupo de realizadores con dos estatuillas, algo al alcance de muy pocos, y se consagra como uno de los grandes cineastas en activo, dirija para Netflix o para Warner.
La única sorpresa de la noche vino de la mano de Olivia Colman, premio a la Mejor actriz por La favorita y único premio para el filme de Yorgos Lanthimos. Dejaba sin premio a Glenn Close, que sumaba una nueva derrota y se convierte en la perdedora histórica de estos galardones. Su victoria dejó también a Lady Gaga consolándose con su Oscar a la Mejor canción por Shallow, única mención para Ha nacido una estrella, que comenzó la carrera en septiembre como una gran favorita y se ha ido por la puerta de atrás.
El resto de categorías interpretativas sí que cumplieron lo previsto. Rami Malek levantó su primer Oscar por imitar a Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody, filme con el que nadie contaba hace tres meses y que concluyó con otros dos premios por su edición y montaje de sonido. La taquilla mundial legitimó un título que la crítica había masacrado y cuyo director fue despedido a mitad de rodaje. El biopic fue, además, la más premiada de la noche con cuatro Oscar: actor, montaje y las dos categorías de sonido.
El cuarto premio interpretativo, el de actriz secundaria, cayó en Regina King por El blues de Beale Street, una de las olvidadas de las nominaciones, pero que ayer triunfaba en los Independent Spirit Awards y que hoy concluía su carrera con un Oscar. Entre los únicos momentos con mordiente de la gala estuvo el discurso de Spike Lee, ganador por fin del Oscar al Mejor guion adaptado por Infiltrado en el KKKlan. Su azote a Trump pasó de la película a su discurso, e interpeló a todos los espectadores a votar y cambiar las cosas.
La decisión de la Academia de no tener presentador se mostró como un error garrafal. No hubo ritmo. No hubo gracia y no hubo nada que destacar. Tampoco hubo Oscar para Rodrigo Sorogoyen, que vio como se le escapaba frente a Skin. Sólo momentos puntuales como la aparición de Amy Poehler, Maya Rudolph y Tina Fey o el épico Shallow de Lady Gaga y Bradley Cooper levantaron el nivel mediocre de la producción, que además se olvidó de Stanley Donnen en su In Memoriam. Una edición para olvidar, que demostró, otra vez, que Hollywood se resiste al cambio y que Netflix tendrá que esperar a hacer historia.