El asesinato de Isabel Carrasco, presidenta del PP de León y de la diputación provincial, en mayo de 2014 dejó a todos sorprendidos. España volvía a su historia negra más mediática, una versión actualizada del crimen de Puerto Urraco donde se incluía una trama política. Nadie hablaba bien de Carrasco, era una de las mujeres más odiadas de la ciudad, pero… ¿quién tendría la sangre fría de pegarle dos tiros a bocajarro en una pasarela de la ciudad?
La respuesta de la investigación y el juicio posterior fue clara: Monserrat, su hija Triana, y la amiga de esta, Raquel, habían ideado y perpretrado uno de los crímenes más mediáticos de la historia reciente. Lo habrían hecho para acabar con la presión, el bullying y el daño que Isabel Carrasco estaría provocando en Triana tras sus enfrentamientos en la diputación de León.
Muchos dijeron que era imposible que aquellas mujeres, por muy inestables que fueran, hubieran decidido y maquinado el plan para asesinar a la mujer más poderosa de la provincia, y el propio juez de la familia Carrasco planteó preguntas en el proceso que se quedaron sin responder: “¿Quién le daba dinero para pagar la hipoteca? ¿Era a cambio de algo? ¿Alguien la indujo a cometer el asesinato? ¿Quién es su pareja? ¿Es enemigo político o personal de Isabel Carrasco? ¿Todos los que le dijeron que la iban a ayudar eran enemigos personales?”.
Como buena obra de suspense, aunque esta fuera en forma de serie documental, Muerte en León acababa con un giro final que dejaba pegado al asiento, con la boca abierta y con la creencia firme de que el asesinato de Carrasco fue ejecutado por aquella madre, pero orquestado desde una instancia más alta. Los juegos de poder del partido en León eran demasiado importantes, y ella había alcanzado un poder excesivo y se había convertido en una amenaza que “tenía un informe de cada uno de sus enemigos” para sacar en el momento oportuno.
En aquella revelación sorprendente, Webster y su equipo descubrieron que las llamadas de Triana Martinez no habían sido incluidas en la investigación a pesar de ser una de las ejecutoras. No sólo no las metieron en el sumario, sino que solicitó ese registro a Vodafone, aunque el teléfono de Triana pertenecía a Movistar y así se lo hizo saber la compañía a la policía, aunque estos no actuaran.
Cuando descubres ese nivel de llamadas, que se llamaron el día de antes y el mismo día, pues te preguntas que qué relación tenía ese hombre con Triana, y nadie dio testimonio sobre esas llamadas
En esa lista, encontrada por el equipo, se encontraron 247 llamadas a un número desconocido que resultó ser el de Luis Estébanez, asesor del presidente de la Junta de Castilla y León. En casi cinco meses todas esas llamadas. Había más, el día antes del asesinato hablaron una hora y media. El día de la ejecución también hablaron durante tres minutos. A pesar de ello nunca se investigó a Estébanez, ni al PP de Castilla y León, ni las llamadas de Triana.
La explicación de estébanez no tiene consistencia, Triana llamaba para que él la ayudara a conseguir un trabajo. Muerte en Leon: caso cerrado -que se estrena en HBO el 22 de marzo y ya se puede ver en algunas salas-, consigue un nuevo testimonio, el de la jueza instructora del caso, que balbucea cuando se le pregunta por qué no están esas llamadas investigadas. Dice cosas incoherentes hasta que se lava las manos: “No tengo constancia de esto, la policía nunca me dijo que Triana hubiera llamado a esta persona”. Webster ataca de nuevo, “si solo tenian las llamadas de Raquel… cómo investigaron las llamadas de Triana?”. Otra vez balones fuera: “Pues eso tendrás que preguntárselo a la policía”. Eso hizo el equipo de la película, que cuando se presentan con las pruebas en Policía Nacional, es decir, en el Ministerio del Interior, obtienen una respuesta tajante: “no hablamos de casos que están cerrados”.
No es una respuesta racional la de la jueza instructora. Mi sensación es que tanto ella como el fiscal decidieron decir que, por su posición y su autoridad, eso era un caso cerrado, pero sin razones
Webster subraya una y otra vez que ellos no han querido “especular”, pero que ese descubrimiento era inexplicable. “Cuando descubres ese nivel de llamadas, que se llamaron el día de antes y el mismo día, pues te preguntas que qué relación tenía ese hombre con Triana, y su explicación de que era para buscar trabajo a mi no me convenció, pero eso no importa, porque lo importante es que no fue identificado ni interrogado ni dio testimonio sobre esas llamadas. Ese es el foco. Y al no investigarlo uno puede pensar que tenía que ver. No le acusamos de nada, pero si no le investigas das que pensar que hay algo por lo que no se hace. Es impensable que no se investigara”, cuenta a EL ESPAÑOL
El director cita a Orwell para explicar que un periodista tiene que “velar porque dos más dos nunca sumen cinco”, y cree que aquí ha fallado al no conseguir una resolución completa, aunque sí considera que el nuevo testimonio de la jueza es muy significativo: “no es una respuesta racional la de la jueza instructora. Mi sensación es que tanto ella como el fiscal decidieron decir que, por su posición y su autoridad, eso era un caso cerrado, pero sin razones”.
Es un crimen político porque está provocado por la forma de hacer política en León. Triana y Monserrat eran alumnas de Isabel Carrasco, y se sintieron traicionadas por ella. Entraron en un juego de poder
La frustración le impregnó cuando la Policía Nacional se negó a responderles sobre los datos encontrados. “Un mes más tarde me llamaron para decirme eso, que no iban a decir nada, y claro que me enfadé, no podía entenderlo. Cómo es posible que con estos datos digas que no lo comentas… puedes decir que no es cierto, que no significa nada, pero no comentarlo… es descarado”, zanja.
Entonces, ¿cree Justin Webster que el asesinato de Isabel Carrasco fue un crimen político?: “La etiqueta crimen político puede llevar a malentendidos. Creo que es un crimen político porque está provocado por la forma de hacer política en León. Triana y Monserrat eran alumnas de Isabel Carrasco, y se sintieron traicionadas por ella. Entraron en un juego de poder, de lleno, y en ese sentido es un crimen político, pero no lo es en tanto que sea un crimen de partido o de conspiración de un partido”. El caso está cerrado, sin una solución a esas 247 llamadas. Pero Justin Webster no descarta volver en el futuro para demostrar que dos más dos tienen que sumar cuatro.