El cine paraguayo no suele llegar a nuestro país. De hecho tiene pocos años de recorrido. Es una industria incipiente que empieza a descubrir a sus primeros talentos. Uno de ellos, Marcelo Martinessi, sorprendió en la Berlinale de 2018 con su primera película de ficción tras varios documentales. Se llamaba Las herederas, y trataba la relación entre dos señoras de buena clase social, herederas de la fortuna de sus padres y abuelos, que vivieron la dictadura de Stroessner y que le apoyaron, igual que a todos los gobiernos conservadores posteriores a cambio de mantener su estatus y su dinero.
Ya pasados los 60, y siendo lesbianas, su situación no es tan fácil como preveían, y sobreviven vendiendo los muebles y cuadros de la mansión en la que se ocultan del resto de sociedad para que no las juzguen. La destrucción de esa pareja es también la decadencia de una clase social y de un país conservador y en el que la religión y el que dirán tiene una importancia predominante.
Las herederas acierta en su relato de un país a través de la relación entre estas dos mujeres, y la decadencia de esa casa que es también la de esa clase social que se empeña en aparentar y fingir. La entrada de una de estas dos mujeres en la cárcel trastocará el mundo de la otra, y le dará la oportunidad de resurgir. Un drama pausado, con fondo LGTB y un trasfondo social y político más que interesante.
Martinssi tenía claro que su primera película tenía que tratar el mundo que había mamado desde pequeño, el de las mujeres de la sociedad paraguaya de clase alta, y desde ahí empezó a escribir. También tuvo claro que quería contraponerlo con el de la cárcel, “donde la gente era más libre, tenía menos careta”. “Las mujeres allí se tocaba, se hablaban… era más cercanas y fuera eran más restringidas en sus relaciones afectivas. Había más libertad que fuera. Paraguay es un lugar de encierro, un país que se encierra en una clase social, en una forma de comportarse… siempre hay murallas”, cuenta el director a EL ESPAÑOL.
El realizador trabajó en la televisión pública, y desde allí vivió el reciente golpe de estado que vivió el país. “Eso fue muy duro, porque me separó de la clase privilegiada de la que vengo. Una clase que apoyó un golpe de estado sólo por mantener sus privilegios. Y eso hizo que me quede sin lugar de pertenencia”, añade. La clase social de las protagonistas es “una clase dominante muerta, que ya no tiene razón de ser y que quiere seguir a cualquier costo siendo lo que no son”. Presentando la película por todo el mundo se ha dado cuenta de que “las clases privilegiadas decadentes son todas muy parecidas en todo el mundo, son capaces de mantener ese lugar y para ello le joden la vida a todo el mundo. Es terrible, pero no quería traer respuestas, sólo hacer preguntas, sobre todo en este país con una élite tan espantosa”.
La maravillosa actriz protagonista, Ana Brun, no se dedicaba a la interpretación, sino que es abogada, y temió interpretar a este personaje, lesbiana y critico con su país, en una sociedad tan conservadora. No le faltaba razón, el filme vivió un amago de boicot por una asociación pro familia y fue insultada por una senadora en un acto cuando el filme ganó premios en Berlín, algo que el director achaca a que Paraguay es “un país absolutamente manipulado por la religión católica”.