El 28 de noviembre de 1930 se estrenaba en Francia La edad de Oro, la película de Luis Buñuel que había contado con la colaboración de Salvador Dalí. El surrealismo provocó un terremoto de consecuencias inesperadas, y cinco días más tarde grupos de ultra derecha iniciaron boicots y ataques al cine donde se proyectaba. La película se prohibió inmediatamente y se retiraron las copias.
Era el primer encontronazo del director con la censura, también con el Vaticano, que ya comenzaba a perseguir a un director al que luego sentenció con Viridiana décadas más tarde. También lo haría el franquismo, que no permitió que se proyectara el filme que ganó la Palma de Oro en Cannes en 1961 hasta 1977.
Tras el incidente con La edad de Oro, Buñuel no tuvo fácil encontrar producción, pero no sabía que un golpe de suerte cambiaría todo. Tras tomarse unos vinos con su amigo Ramón Acín, este compró un billete de lotería con una promesa. Si tocaba le produciría el documental que le robaba el sueño: Las Hurdes, tierra sin pan, sobre el pueblo extremeño del mismo nombre cerca de La Alberca donde sus habitantes se morían de hambre y eran abandonados por las autoridades a su suerte.
La historia de esta amistad y de este rodaje es el centro de Buñuel en el laberinto de las tortugas, filme de animación español que adapta la novela del mismo nombre escrita por Fermí Solís y que ha dirigido Salvador Simó. Una reivindicación de la figura de Acín, escultor y pintor español al que asesinan las tropas de Franco en 1936, nada más comenzar la Guerra Civil. 17 días después matarían a su mujer y silenciarían durante décadas su figura y ocultarían su nombre.
Salvador Simó cuenta a EL ESPAÑOL que siempre tuvieron claro que la película sería una reivindicación a la figura de Ramón Acín, al que se dedican unos emotivos créditos finales: “Cuando vimos esa relación y que él cumple la promesa de darle el dinero de la lotería esa fue nuestra historia. Una historia de amistad, y en ese momento. Es tan entrañable y tan bonita que al final te concilia con el espíritu humano. Tenía un corazón increíble, era humilde y cumple su palabra, creo que merecía ser contado, y además permitía contar cómo era Buñuel a través de su visión”.
Lo que se hizo con Ramón Acín no tiene nombre, y es de justicia reivindicar a esos artistas que se dejaron la piel por nosotros
Una película que también funciona como Memoria Histórica,la de recuperar la historia de Acín. “Lo que se hizo con él no tiene nombre, y es de justicia reivindicar a esos artistas que se dejaron la piel por nosotros y que fueron muy influyentes para todos. Seguramente Buñuel aprendió mucho de él, tenía un fondo cultural y artístico increíble, es una reivindicación muy hecha con el corazón en la mano.
El gran hallazgo del filme, es la maravillosa mezcla de animación y las imágenes reales de Las Hurdes, en un montaje emocionante y logrado que siempre tuvieron claro que era una prioridad. “Le da una realidad a la historia que no podía darse de otra forma. Es una ficción de lo que ocurrió, y lo que podemos pensar es cuestionable, pero lo que se rodó en el 32 es incuestionable. Era un sacrilegio redibujar esas imágenes teniendo las de Buñuel, y esas imágenes tenían un poso de realidad”.
Para que todo cuadrara, una de las decisiones que Simó y el productor Manuel Cristobal (Arrugas) tomaron fue adaptar la animación y el arte a la historia, buscando una “animación austera y una aspereza que tenía la historia que cuenta”. Todo en busca de una tosquedad como la que tenía el rostro del propio Buñuel, al que nunca se le idolatra y se le muestra como un niño rico a veces egoísta y ensimismado con conseguir su objetivo.
También por ello apostaron por esa historia de amistad, para poder entender a un personaje “que al principio cae muy mal”. “Cuando leí el cómic mostraba a un Buñuel muy duro. Tenía una parte tierna que no se mostraba y que hemos intentado mostrar pero sin edulcorarlo, es algo de ese carácter aragonés, que son gente dura pero con un corazón enorme”, explica el director.
Para él Buñuel “fue muchas cosas, en un principio era un provocador”. “El aquella época, los años 30, el cine era para la clase acomodada, y estaban acostumbrados a ver sus historias, contadas por ellos mismos, y Buñuel propone algo a lo que la gente no estaba acostumbrada, es un bofetón de realidad que no les gusta, por eso Las Hurdes fue una película prohibida”, añade. Buñuel en el laberinto de las tortugas es la demostración de que la animación no sólo cuenta historias para niños, sino que es una técnica al servicio de cualquier historia, también al surrealismo del gran director español que cambió el cine.