Hay escenas que hacen que se pare un festival de cine. Ya sea por su belleza, por su provocación o por su atrevimiento parece que el tiempo se detiene ante ellas y se convierten en el centro de atención. En Cannes hemos vivido muchas para el recuerdo. La tala en O que arde de Olivier Laxe, el final de Érase una vez en… Hollywood, la poesía de Malick… pero ninguna había dado tanto que hablar como la que se guardaban en la manga para cerrar la Sección Oficial. Se trataba de un cunnilingus de 20 minutos dentro de Mektoub, my love: intermezzo, la provocación del director Abdellatif Kechiche.
Desde el primer día de festival se rumoreaba y se bromeaba con que en la película, de casi cuatro horas de duración, había una escena de sexo oral explícita de más de 20 minutos. Todo eran risas hasta que los primeros que la vieron en el mercado confirmaban los cotilleos. Así que el morbo se multiplicaba en el pase de prensa, pero no sólo por eso, sino para ver cómo el director afrontaba su nuevo filme tras la polémica con su primera parte en la que le acusaron de cosificar a la mujer.
El cunnilingus de Kechiche (explícito hasta lo desagradable) es más un síntoma que el problema real. Con la excelente La vida de Adele ya saltó la polémica por una escena de sexo lésbico tan dura que no pegaba con el estilo delicado de su historia de amor. Poco tardaron las actrices en decir que se habían sentido como prostitutas por las exigencias del realizador.
En el siguiente filme, por el que dice que tuvo que empeñar su Palma de Oro, quería comenzar una trilogía que contara su juventud. Unos años 90 en los que los árabes se habían integrado en la sociedad y en los que eran mucho más abiertos en su sexualidad y en sus relaciones con las mujeres. Un grupo de amigos y su verano de sexo y descubrimiento que supuestamente continuaba en esta secuela.
Supuestamente porque lo que vemos es el vacío. No hay nada dentro de la película. Una escena en la playa y otra en una discoteca donde los cuerpos se abandonan al deseo, al calor y a las hormonas. A beberse todo, bailarlo todo y follar si les dejan. No hay personajes, no hay profundidad y sólo queda una cosa: la provocación. El culmen de esa provocación es el dichoso cunnilingus de 20 minutos al que no llegaron decenas de personas que habían abandonado la sala.
Lo habían hecho por el tratamiento visual del director a la figura de la mujer. Kechiche para retar a todo el mundo. Si le habían acusado de machista y baboso en la anterior en esta multiplica su oferta. Desde el comienzo la apuesta es de mirón. Las mujeres están definidas por su cuerpo y el plano que prefiere es el que está a la altura del culo. Una asistente se dedicó a contar los planos de traseros femeninos que había en el filme: 178. La mayoría de ellos dentro de unos pantalones minúsculos, meneándose al ritmo de la música, o haciendo twerking. Planos en los que no hay otra parte del cuerpo que no sea esa. Por supuesto los personajes, por decir algo, masculinos, no tienen el mismo tratamiento. De ellos no hay planos de su entrepierna o de sus torsos.
El tratamiento visual que perpetua la mirada machista del hombre no es nada nuevo. Si uno presta atención lo verá en un porcentaje altísimo de directores. Hollywood ha enseñado que a una mujer hay que mostrarla con un movimiento de cámara de los pies a su cabeza, siguiendo la que sería la mirada de un hombre que la observa para ‘cosificarla’. Lo enseñó Laura Mulvey, que ponía a Hitchcock en la picota y cuestionaba su tratamiento de la figura femenina. Mulvey se hubiera pegado un tiro en la cabeza con Mektoub, my love: intermezzo. Una provocación vacía que se ha convertido en un agujero negro que ha fagocitado al resto de películas presentadas el mismo día. Cannes sabía que esto pasaría, y aun así la dejó en una Sección Oficial que no merece. Las polémicas venden, los cunnilingus de 20 minutos también.
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