Diego Armando Maradona era una suerte de dios en Nápoles. La ciudad al completo le había santificado, retratándole en los muros como el mesías que obraba milagros cada domingo en el estadio de San Paolo. Hasta allí peregrinaban todos los días de partido miles y miles de tifosi para adorar al diez argentino. El club ganaba a la Juve, al Milán, a todos sus rivales en Italia... e incluso en Europa. El Pelusa, que vivía perseguido por las cámaras y los cazaautógrafos, le había brindado a su escuadra dos Scudettos y una Copa de la UEFA.
También había encontrado Diego en Nápoles la felicidad, el reconocimiento, el éxito. En su nuevo destino futbolístico fue capaz de sacudirse la frustración continua que imperó durante su etapa en el Barça. No le importaba que el presidente del club, Corrado Ferlaino, le ofreciese a su llegada un Fiat en vez de un Ferrari, un apartamento humilde en lugar de un chalé ostentoso: él gambeteaba sobre el césped sin oposición, marcaba goles, daba asistencias... era el mejor jugador del mundo en la cima de su carrera, estaba cimentando su leyenda.
Pero el ídolo argentino escondía una faceta más oscura, más insaciable, más adictiva. La gloria desembocó en el exceso, el descontrol. Maradona era aclamado por su rendimiento con la pelota en los pies y discutido por sus vicios fuera de los terrenos de juego: fiestas con barra libre de alcohol y cocaína, citas permanentes con prostitutas, fotos en los mejores restaurantes con destacados miembros de la Camorra... Eran las dos vidas y las dos caras del genio, un material jugosísimo al que ha dado forma Asif Kapadia en el documental Diego Maradona.
El director británico, ganador del Oscar por Amy y también aplaudido por su filme sobre Ayrton Senna, reconstruye a través de numerosas horas de metraje inédito el auge y caída del astro argentino, desde su llegada a Nápoles en el verano de 1984 hasta que es sancionado por consumir drogas. Es la vida ya conocida del Pelusa, pero destripada desde dentro, con los testimonios de compañeros de vestuario, su exmujer Claudia Villafañe, periodistas o su preparador físico, que dicta la sentencia que vertebra todo el documental: "Con Diego iría hasta el fin del mundo, pero con Maradona no daría ni un paso".
Es la figura contradictoria del diez: por un lado, un superdotado que gracias al fútbol saca de la pobreza a su familia, que capitanea a sus equipos a levantar títulos, como hizo con Argentina en la Copa del Mundo de 1986, con aquella antológica actuación en semifinales contra Inglaterra, donde sacó la mano de Dios y cabalgó en solitario desde el medio del campo batiendo a todos los defensas; por otra parte, el joven rebelde y chulesco que tropieza con el vicio y se arrima a la mafia sin atisbar las consecuencias.
A Asif Kapadia le ha bastado la época que el genio argentino estuvo en Nápoles para narrar la esencia de su vida. Hay mucho fútbol, las escenas clave que convirtieron al astro en estrella mundial; pero también todos los escándalos que terminaron por dinamitar su carrera: desde las fotos con Camilo Giuliano y su familia, el capo de la Camorra que manejaba el mercado de cocaína que consumía el propio Maradona y le agasajaba continuamente con rolex de oro, o del hijo que tuvo con una joven napolitana y que no quería reconocer como suyo.
Lo cierto es que mientras los resultados acompañaban, el encandilamiento de Nápoles con Maradona indultó —o cegó— todos los excesos de su crack, quien ahonda en el propio documental en alguna escena dantesca de sus encuentros con los mafiosos: "Una noche me subieron en una moto y me llevaron a una casa. La mesa ya estaba preparada para cenar. Había fusiles, parecía Los intocables y Al Capone. Para mí era todo como un filme".
El punto de inflexión se registró en 1989. Tras ganar la Copa de la UEFA, Maradona le pidió al presidente Ferlaino que lo vendiese a otro equipo, pero este se negó. La temporada siguiente, la rutina del diez se desarrollaba entre juergas y borracheras de domingo a miércoles, cuando levantaba el pie para preparar mínimamente el siguiente partido. Resulta sorprendente descubrir el resultado de aquella temporada 89-90 en la Serie A: título para el Nápoles.
Y por si fuese poco, ese verano Italia acogía una nueva edición de la Copa del Mundo, y el destino quiso que la Azzurra, la anfitriona, se midiese a la Albiceleste de Maradona en semifinales... ¡y en Nápoles! El resultado, tremendamente cruel para los italianos —perdieron en penaltis— convirtió al capitán napolitano en el foco de todo el odio del país, ya que había pedido a sus vecinos que alentasen a Argentina y no a su selección nacional por todo lo que les había dado. Maradona pasó de Dios a Lucifer. El día que llegó a Nápoles lo recibieron 85.000 personas. A la despedida, en 1991 y tras salir su nombre en una operación contra el tráfico de drogas y dar positivo por cocaína en un control antidopaje, no se presentó nadie.