Eran finales de los años 60 y la esperanza se contagiaba. Los ecos de mayo del 68 se habían extendido a todo el mundo y cristalizado en la soleada Los Ángeles, meca del cine y durante aquella década de una libertad que todos ansiaban. Hippies, drogas, sexo… todo valía. Las historias que se contaban también se impregnaban de ese olor, de esa despreocupación. En un Hollywood que cambiaba, pero que ofrecía una ventana a un mundo mejor, todo parecía posible.
Aquellos años parecían el punto de inflexión, pero todo acabo de golpe. La imagen de Sharon Tate asesinada cruelmente por Charles Manson hizo que el mundo chocara de bruces contra la realidad. El optimismo no era posible, y sólo había sitio para el dolor y el sufrimiento. La esposa de Roman Polanski representaba mejor que nadie el espíritu de ese Hollywood. Era luminosa, risueña, despreocupada… su asesinato fue por casualidad, pero fue un mazazo a las ansias de toda una generación.
El 9 de agosto de 1969, recién pasada la medianoche, varios miembros de la secta de Charles Manson -Tex Waxton y tres de las ‘groupies’ que alababan al asesino y que le auparon a líder de su peligrosa comunidad- entraron en la casa donde estaban el guionista Wojciech Frykowski,su novia Abigail Folger, Sharon Tate y su expareja, Jay Sebring. Tate estaba embaraza de ocho meses, pero no fue motivo suficiente para que tuvieran compasión de ella. Fue la última en morir tras ser apuñalada en 16 ocasiones. Con la sangre de las víctimas escribieron la palabra ‘Pig’.
Tras la investigación posterior y la confesión de una de las seguidoras del asesino, se concluyó que Charles Manson no quería matar a Tate, sino a Terry Melcher, productor musical que se había negado a producirle un disco. La venganza de Manson sería sangrienta. Mandó a sus secuaces a aseinar a todos los que estuvieran en la mansión de Milcher “de la forma más horripilante”. El azar quiso que el productor no se encontrara allí. Se había mudado y alquilado a una actriz en ciernes casada con un director de cine: Sharon Tate.
Aquellas 16 cuchilladas acabaron con ese Los Ángeles luminoso y de esperanza, el mismo que retrata Quentin Tarantino en Érase una vez en Hollywood, su última película que se estrena en cines el 15 de agosto tras su paso por el Festival de Cannes. En el filme, Leonardo DiCaprio da vida a un actor de cine que empieza a caer en el olvido en aquel verano de 1969 donde todo cambió. Brad Pitt da vida al doble en las escenas de acción y su amigo del alma, y el actor tiene claro que ese momento “significó el fin de la inocencia”.
Fue el fin de una época de optimismo que parecía que había llegado para quedarse. Siempre. Y no, el asesinato nos descubrió el lado oscuro de la naturaleza humana
“Fue el fin de una época de optimismo que parecía que había llegado para quedarse. Siempre. Y no, el asesinato nos descubrió el lado oscuro de la naturaleza humana". Cuando se produjeron los asesinatos de Manson era la época del amor libre, había nuevas ideas, el cine estaba cambiando. Y esos hechos, la trágica pérdida de Sharon y de otras personas, fue algo que lo cambió todo y aún hoy lo recordamos con horror", apuntó Pitt en la rueda de prensa del certamen.
Comparte su visión con la de la escritora Joan Didion, que en su ensayo The White Album explicaba que ante el debate de cuándo acabaron los ‘sesenta’ se encontró repetidas veces con la misma respuesta: "Muchas de las personas que conozco en Los Ángeles creen que la felicidad y prosperidad de los años 60 terminó ese 9 de agosto de 1969, exactamente en el momento en el que la noticia de los asesinatos en Cielo Drive se extendió por la ciudad como un incendio. De alguna manera es cierto: ese día la tensión estalló y la paranoia se cumplió". Se refería, por supuesto, al asesinato de Sharon Tate.
La figura de Manson y todo lo ocurrido aquel día marcó al país durante décadas. También a Quentin Tarantino, que estaba obsesionado con la historia y decidió afrontarla como sabe, con cine. "Es imposible entender por qué ocurrió. Y de ahí la fascinación. Cómo era capaz de atraer a esas chicas y chicos jóvenes para someterlos parece algo incomprensible, porque cuanto más aprendes de él, cuanto más le conoces, más oscuro se vuelve. La imposibilidad de realmente entenderle es lo que causa fascinación", explicó el realizador en Cannes. Su visión de aquella época, y de aquel suceso, no dejará a nadie indiferente, y demuestra que el cine siempre es mejor que la realidad.