La Guerra Civil y Franco han monopolizado los primeros días del Festival de Cine de San Sebastián con dos películas españolas a concurso que ponen sus ojos en un momento trascendental y oscuro de nuestra historia. El domingo fue el turno de Alejandro Amenábar y Mientras dure la guerra, su grito por el entendimiento en una “España siempre a la gresca”. Un filme académico centrado en la figura y contradicciones de Miguel de Unamuno que ha dividido a la crítica.
El consenso llegaba unas horas después con La trinchera infinita, el filme dirigido a seis manos por Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga y que se ha convertido en la primera candidata firme por la Concha de Oro. Los directores vascos la rozaron hace un par de años con Handia, y ahora vuelven a postularse con un filme que es un trabajo de orfebre, encaje de bolillos para contar la historia de un topo de la Guerra Civil que estuvo desde 1936 hasta 1969 en un zulo construido en su casa para no ser fusilado por el franquismo.
Ellos definen su película como una alegoría sobre el miedo, y en efecto lo es, pero también es mucho más, es el retrato de 30 años de un país en cambio visto desde dentro de una cárcel. Se la juegan al punto de vista, el del topo que interpreta Antonio de la Torre y el resultado es fascinante. Estructurada como un diccionario de términos que anticipan, informan y juegan con lo que va a ocurrir en la película, La trinchera infinita comienza con la mejor escena de Guerra Civil rodada en nuestro cine. Le sigue una primera hora inmensa, que eriza la piel y traslada al espectador la sensación de paranoia, de ser escuchado, de que nadie es de fiar.
La puesta en escena es milimétrica, y va evolucionando de la opresión a una sensación más luminosa según pasan los años. La degradación del matrimonio protagonista -con una Belén Cuesta inmensa que ya roza el Goya con sus dedos-, la fascinación del propio protagonista con Franco y los cambios que sufre el país, los reproches de la generación siguiente… todo encaja. Un filme que siempre camina sobre un alambre y que parece que en algún momento se va a caer. Nunca lo hace.
El inicio de todo
El proyecto nació hace años, cuando los directores vieron el documental 30 años de oscuridad. “Lo vi aquí, en el festival. No conocía la figura de los topos y dijimos ‘aquí hay una ficción muy guay”, cuenta Jose Mari Goenaga, que luego cita filmes como Los girasoles ciegos o Mambrú se fue a la guerra, donde ya estaba esa figura. La propia trama les llevó a Andalucía. “En Euskadi no hubo tanto topo, y los que conocemos estuvieron menos años encerrados, no sé si por la cercanía de la frontera, pero en Andalucía además estaban las dos empresas que habían producido el documental, y era lo natural crear una coproducción Euskadi/Andalucía”, apunta.
Todas sus películas lucen una puesta en escena en la que cada fotograma parece un cuadro, fruto de una planificación que preparan “lo máximo posible”, pero que siempre les parece poco cuando están en pleno rodaje. En esta ocasión, todo dependía de la elección del punto de vista. “Tenía que ser el de Higinio, y nos agarramos a eso. Nos pusimos un cinturón de castidad para mantener siempre ese punto de vista, y eso condicionó la planificación”, explica Aitor Arregi.
Su compañero Jon Garaño subraya la importancia del sonido para “generar ansiedad, nos hace pensar en lo que ocurre fuera pero no tenemos toda la información, la tenemos que completar, y eso lleva a la confusión”. Una película que diseñaron con la idea de que tuviera ecos “polanskianos” en esa paranoia que envuelve al personaje y que va degradando su vida y su matrimonio.
La Guerra y el cine
Hacer una película sobre la Guerra Civil es tratar material altamente sensible. El tópico de ‘otra peli sobre la guerra’ sigue presente aunque los datos digan lo contrario, pero los directores de La trinchera infinita confiesan que al principio no fueron muy conscientes aunque les entró el miedo a la hora de buscar financiación, por si el tema echaba atrás a inversores.
“Tienes un respeto y sabes que la gente puede decir eso, pero es que es un periodo tan rico cinematográficamente. Es complejo, controvertido… La trinchera infinita empieza ahí, pero habla de otras cosas. Queremos que la gente también sienta que se habla del miedo, del matrimonio… intentamos que vaya por otra línea que el mismo debate de siempre”, dice Arregi. Todo eso está, pero su película es el retrato desenfocado de una España marcada por una dictadura. 30 años de España en off en una de las mejores películas del año.