Ha muerto Espartaco. Ha muerto Chuck Tatum y el coronel Dax que paseaba por las trincheras de Senderos de Gloria. Ha muerto Kirk Douglas a los 103 años y el cine está de luto. Douglas encarnaba toda su historia. Desde sus momentos de esplendor, con la edad de oro de los estudios, a los momentos más oscuros y dramáticos, aquellos en los que quienes se atrevían a alzar la voz eran vetados y apartados de la industria. Fue ahí cuando él se convirtió en un héroe, uno de esos que no solía representar en su sus películas.
Porque cuando uno piensa en los papeles que marcaron la carrera de Kirk Douglas le salen improperios. Eran cabrones de buen corazón, canallas, en el límite de lo amoral, o como él mismo los definía, unos “hijos de puta”. No lo diría sólo en una ocasión, sino que tenía asumido que era así. Tras el estreno de El ídolo de barro (Mark Robson, 1949), la periodista Hedda Hopper se acercó y le dijo: “Ahora que tienes un exitazo, te has convertido en un auténtico hijo de puta”. La respuesta de Douglas fue clara: “Te equivocas, Hedda. Siempre he sido un hijo de puta, pero nunca lo notaste antes”.
Ahora, el hijo de puta con más encanto de Hollywood nos ha dejado. Kirk Douglas era uno de los pocos supervivientes (le ha ganado en esa competición que mantenían la legendaria Olivia de Havilland) de una generación de actores que simbolizan otra época. Eso que muchos llamaron la edad de oro. Echar un vistazo a la filmografía del actor es revisar en dos minutos toda la historia de los últimos 80 años del cine.
La de los estudios, las grandes producciones y el glamour, pero también el lado oscuro, el del macartismo, la censura y el encarcelamiento de actores y directores. Fue en esos momentos, cuando muchos agacharon la cabeza y renunciaron a sus principios, cuando Douglas se convirtió en la estrella que pasará a la historia del cine más allá de sus películas. Y no lo hará por todos los premios ganados (sólo tiene un Oscar honorífico, a pesar de sus tres nominaciones previas), sino por el valor de alzarse y decir que nadie debería ser juzgado por sus ideales.
Espartaco contra Macarthy
Corría el año 1960 y Kirk Douglas ya hacía lo que quería en Hollywood. Ya había protagonizado 20.000 leguas de viaje submarino y Senderos de gloria, la obra maestra antibelicista de Stanley Kubrick, cuando se puso al frente de un proyecto ambicioso con el que dejar huella: Espartaco. Fichó a Kubrick de nuevo para la adaptación de la novela histórica de Howard Fast, que contaba la vida del gladiador que da nombre a la película. Con un reparto de campanillas que incluía a Charles Laughton, Laurence Olivier, Peter Ustiov o Jean Simmons, sólo quedaba contratar al guionista. En una decisión con la que puso en riesgo su carrera en el cine y toda la producción decidió que Dalton Trumbo fuera el encargado.
Kirk Douglas no pasará a la historia del cine por los premios ganados (sólo tiene un Oscar honorífico), sino por el valor de alzarse y decir que nadie debería ser juzgado por sus ideales
Trumbo acababa de salir de la cárcel. Era uno de 'Los diez de Hollywood', aquellos cineastas y artistas que fueron apresados por “rojos” por la caza de brujas del senador Macarthy. Tras su condena, Trumbo era un paria en la industria del cine. Nadie quería trabajar con él por miedo a las represalias y la carrera de uno de los guionistas y realizadores más prometedores -suya es Johnny cogió su fusil- pendía de un hilo en uno de los momentos más oscuros de la historia del cine. Donde otros se chivaban y daban los nombres de la gente de izquierdas, Kirk Douglas se envalentonó y le confió la mayor producción del momento al guionista.
Lo contaba el propio actor en sus memorias ¡Yo soy Espartaco! Rodar una película, acabar con las listas negras (Capitán Swing), un alegato por la libertad de expresión que cuenta el proceso de creación del filme que provocó el final de las listas negras en Hollywood. Trumbo trabajó a escondidas y desde México, donde se había retirado, y no fue hasta la proyección del filme cuando la gente descubrió en los créditos que el genio perseguido por McCarthy era el autor de una nueva obra maestra. “Hombres, mujeres y niños inocentes vieron arruinada su vida debido a esta catástrofe nacional”, confesaba Douglas en su libro que no veía en el presente del cine una situación mucho más optimista.
Guerra y paz
Sólo por su valor en contra de la censura Douglas se ganó un hueco en la historia del cine, pero es que además nos ha regalado algunos de los momentos más emblemáticos. Demostró que una película sobre la guerra podía ser el mayor canto por la paz y en contra del autoritarismo. Porque fue Kirk Douglas el que consiguió tres años antes de Espartaco levantar una película como Senderos de Gloria. La película no se exhibió en una España en la que Franco campaba a sus anchas, pero tampoco en lugares como Francia, Israel o en las bases militares de EEUU.
Kirk Douglas renunció a su sueldo como actor y aceptó producir la película porque creía en ella y en su valor. Acertó de pleno. En más de una ocasión declararía que en aquellos momentos tenía tanto dinero que podía permitirse el lujo de arriesgar. Cuando lo hacía, era por unos principios, algo a lo que Hollywood no está acostumbrado. 29 años más tarde, en 1986, se pudo disfrutar en España.
El hijo de puta de Hollywood fue uno de sus mayores activistas, y también alertó de los peligros del amarillismo en otra de sus obras maestras, El gran carnaval. Junto a Billy Wilder dio vida a ese ser despreciable capaz de jugar con la vida de otros seres humanos por dar la mayor exclusiva. Una carrera en la que los valores son más importantes que los premios ganados y un hombre comprometido que con sus actos marcó el destino de todo el cine mundial.
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