Salas vacías, taquillas sin gente, cines cerrados. La imagen que ha dejado el coronavirus en los cines españoles es desoladora. Donde antes había bullicio ahora sólo silencio. Las máquinas de palomitas han dejado de funcionar y el proyector se ha apagado sin saber cuándo volverá a encenderse. Las películas cancelan sus estrenos, y la gente descubre el cine en casa. Una pandemia que ha logrado una foto histórica, que nunca se había visto en España hasta ahora. Ni siquiera en la Guerra Civil se cerraron los cines, que sirvieron como un refugio a la gente y como forma de propaganda de ambos bandos.
"No había pasado nunca. Durante la guerra, en la retaguardia, en ciudades como Madrid y Barcelona, una de las inquietudes más grandes que tenía el gobierno era que la gente tuviera momentos de ocio, y los cines siguieron abiertos. De hecho, la CNT, que fue muy poderosa en Barcelona, se hizo con las salas de cine para seguir poniendo películas. Había una consigna gubernamental: los cines no podían cerrar", cuenta el historiador Luis Parés. Los únicos cines que cerraron fueron en Valencia, por la huelga convocada por CNT y UGT y que duró del 19 de julio de 1936 hasta el 5 de agosto. Sin embargo, pronto se entendió que lo importante que era controlar los cines.
En 1935 existía un parque cinematográfico compuesto por 2.767 salas, que tenían un aforo total ascendía a 1.504.09124 butacas. Después de EEUU, España era el país del mundo con mayor número de butacas por habitante. Un arte para las clases populares que en la guerra vivió un momento extraño. En vez de parar se produjo de forma masiva contenido de propaganda. "La CNT rodaba películas de propaganda, pero también comedias populares sin atisbo de ideología. Una de las anécdotas más bonitas de la guerra civil es que Morena Clara, la película con Imperio Argentina se estuvo proyectando en ambos bandos durante la guerra. Es decir, que el cine intentó mantenerse al margen porque la gente necesitaba escapar de lo atroz que ha sido la guerra", explica Parés.
También el bando franquista se dio cuenta de lo importante que era el entretenimiento y mandó a sus cineastas a Berlín para que graben películas folclóricas, como El barbero de Sevilla, para centrar el cine en la parte de evasión. Una historia que se refleja en la película de Fernando Trueba, La niña de tus ojos. El cine se convirtió en una forma de levantar la moral en tiempos difíciles, e incluso se realizaron estrenos gratuitos para que la gente fuera durante la guerra. Ocurrió en Madrid, en noviembre de 1936, con el estreno de Los marineros de Kronstadt, una película soviética que se estrenó en el Cine Capitol y que llenó la Gran Vía de gente.
Los cines de Madrid se convirtieron en un refugio, y más de uno tuvo que suspender su sesión por un bombardeo, pero la gente “bajaba al bar y a la sala de fumar de los sótanos y luego seguía tranquilamente el hilo del argumento, que a lo mejor era eso mismo: obuses y bombas sobre madrid, o al menos un noticiario de los frentes de la República”, tal como describe el libro Madrid es nuestro (Editorial Nuestro Pueblo), una recopilación de 60 crónicas de cuatro periodistas republicanos durante los primeros 16 meses de guerra. Otros cines, como el Ópera, vivieron en sus propias carnes las heridas de las bombas y de la Guerra.
No había pasado nunca. Durante la guerra, en la retaguardia, una de las inquietudes más grandes que tenía el gobierno era que la gente tuviera momentos de ocio y siguieran abiertos
“Se forjó un nuevo público, los espectadores de guerra. Desaparecieron las parejitas almibaradas, los caballeros buscones, los señores desocupados… para ellos estaban los cines mal instalados (…) Los obuses estallaban allí, en la misma puerta, rompiendo el letrero de colores vibrantes que anunciaban la palabra más alegre: cine”, recuerda este libro que subraya en esa nueva condición del espectador del cine durante la guerra, que ahora eran “las gentes más sinceras”.
“Eran soldados, trabajadores, mujeres de la guerra, enfermeras, niños también. Esos niños que se resisten malamente a no ver los frentes, que espían desde todas las esquinas la manera de pasar a las trincheras con las brigadas que marchan y que por fin piden a sus padres que les lleven al cine. Y van y aplauden, con las madres, con los obreros, con las enfermeras, con los soldados, con todas las gentes del pueblo que ahora forman constantemente cola ante las taquillas cinematográficas, suenen o no explosiones”, recuerdan. El cine sobrevivió a las bombas y la guerra. Lo hará también al coronavirus. Las salas volverán a abrir, y la gente las volverá a llenar. La maquina de palomitas volverá a funcionar y el proyector emitirá, por fin, su luz para envolver a todos en un sueño que nos haga olvidar.