Principios el siglo XX: unos chavales judíos y sin un duro, pero con ambiciones, empiezan a trapichear y acaban formando una pandilla que se convertirá en una auténtica mafia. Un filme bellísimo, tristísimo, fundamental, que sólo podía tener como aliado a un maestro como Morricone para insuflarle la diversión, a ratos, y, casi siempre, la melancolía que merecía.