Detrás de Alfredo Landa persiguiendo suecas en Manolo La Nuit (Mariano Ozores, 1973), había una realidad mucho más triste que la que parecía en la pantalla. Mientras que durante años todos se reían con las andanzas de ese ligón de playa en la Costa del Sol, ahora uno se da cuenta de que en ese personaje había mucho de la moralidad del señorito franquista que se había impuesto en la sociedad. Un joven sin valores, que quería ser un burgués acomodado, aunque en el fondo no era más que un alma en pena. Pero le habían vendido que podía serlo, y que como hombre español tenía derecho a perseguir mujeres en bikini mientras su mujer esperaba en casa consciente de sus escarceos. Porque eso sí, el burguesito franquista necesitaba una buena esposa que le esperara en el hogar y con la que ir a misa de domingo y tener hijos.
Que en ese estereotipo había mucha retranca lo sabía bien Rafael Azcona, el guionista que mejor ha diseccionado los 40 años de dictadura. Con su ironía, su mala leche, y su inteligencia capaz hasta de burlar la censura, clavó su bisturí para mostrar la peor parte de nosotros. Y al burguesito que quiere tener sexo con extranjeras para creerse moderno pero que en el fondo quiere perpetuar los valores del régimen lo retrató y lo clavó en una novela, Los europeos.
Una obra que nunca se había llevado al cine… hasta ahora, cuando el espíritu de Azcona resucita en las manos y mirada de Víctor García León, que retrata la pérdida de valores de un país en el viaje del personaje de un Rául Arévalo perfecto como el obrero que, en el fondo, quiere ser un burgués picaflor. Él, junto a su amigo de buena familia -un Juan Diego Botto canalla que derrocha carisma- se irán a la Ibiza de finales de los 50, una isla que parecía de otro país y en la que las extranjeras venían a beber y bailar. Una película que se ha presentado en el Festival de Málaga y que se estrena este lunes en Orange TV.
Para la misión imposible de adaptar a Azcona, el encargado ha sido Víctor García León, y pensándolo bien no podía ser otro. Su padre, José Luis García Sánchez, colaboró con el guionista en innumerables ocasiones. De hecho, el propio García León dice con sorna que “Rafael y mi padre eran algo mas que colaboradores, yo creo que eran pareja, porque yo le veía ponerse muy guapo cuando iba a trabajar. Se ponía colonia, se metía la camisa por dentro y se iba para allá. Creo que ha habido celos paternales, pero si había resquemor no me lo ha dicho o ha sido muy discreto”.
García Sánchez vio la película, y le gustó mucho, pero “me dijo que me había quedado triste, pero es que ese era el intento, así que me parece bien”. Reconoce el director que ha sido un poco inconsciente al adaptar al maestro, pero es que la novela le gustaba mucho, y el propio Azcona hubiera hecho lo mismo. “A no ser que bajemos a dónde esté, no se lo podemos preguntar, pero yo creo que él hubiera hecho lo mismo, porque era un gran traidor de todo. De él mismo y de los demás, y cuando adaptaba las cosas lo hacía con un sentido muy práctico del asunto”, dice a EL ESPAÑOL.
El español medio quiere ser un señorito en un país de señoritos, y nadie quiere ser obrero en un país de obreros. La triste realidad es que somos obreros en un país de señoritos
A través del viaje del personaje de Raúl Arévalo, Azcona y Víctor García León retratan un país gris, pero sin subrayar los elementos políticos, haciendo una radiografía del españolito que apoyó la dictadura y vio en ella su posibilidad de ascender. “Es algo que estaba en la novela. Está ese discurso de que no queremos ser nosotros mismos. En el instituto siempre había los guapos y graciosos, y los graciosos parecíamos mejores personas, pero al final queríamos ser los guapos. No somos mejores ni más amables, somos guapos disfrazados. Pero lo decía Gerald Brenan en El laberinto español, que Franco ganó la guerra porque el español medio quiere ser un señorito en un país de señoritos, y nadie quiere ser obrero en un país de obreros, pero la triste realidad es que al final somos todos obreros en un país de señoritos”, explica.
También es el retrato de un sitio, una Ibiza antes de convertirse en paraíso hippie y discotequero. “Una Ibiza que acoge a náufragos varados de la historia. Había fascistas que huían de Italia, nobles de Europa del Este que llegaban, desertores de Corea… gente que hizo de Ibiza una isla que no era paradisíaca, es una isla que no existe, una arcadia que ya en los 50 era rara, pero que ahora es inviable, un paraíso perdido que conecta mucho con Azcona”, añade García León, que cree que hay algo que sacude toda la película. Algo que nos define como país: “Es violenta. Es violento el humor, la ciudad… todo es hermosamente violento y divertidamente violento, pero cuando llega la tristeza, también es violenta, por eso el final es triste y violento, y te da un poco de pena”. Azcona firmaría esa frase, y quizás ese guion de Los europeos que lo ha traído de vuelta en 2020, cuando más le necesitamos.
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