La política de Netflix con el cine de Hollywood tiene dos vertientes completamente diferentes. En un lado está el cine palomitero (y muy caro) que produce y estrena cada dos por tres. Suelen ser títulos de acción, con grandes estrellas y muy vistosos. Con esos arrasan en sus top ten de producciones más vistas de la propia plataforma. Ahí estaría La vieja guardia, Tyler Rake, 6 en la sombra o Spencer: Confidencial. Pero luego están las otras, las que hacen por prestigio, las que les colocan en las quinielas de los Oscar y las que valen como garantía de que también les importa el cine y no sólo los millones de usuarios.
No nos olvidemos que fue Netflix la que produjo Roma, la obra maestra de Alfonso Cuarón, y El irlandés, el sueño húmedo y carísimo de Martin Scorsese. Sin ellos nos hubiéramos quedado sin ver dos de las películas más apabullantes de los últimos años. Es cierto que en nuestro país no terminan de apostar por ese tipo de cine, pero allí sí lo hacen, y gracias a ellos este año tenemos estrenos de directores tan personales y arriesgados (a veces incluso complicados) que Hollywood no quería darles libertad total en sus obras. En octubre -según dicen porque no hay fecha concreta ni un tráiler- debería llegar Mank, lo nuevo de David Fincher tras estar sin dirigir desde 2014.
Ahora acaba de estrenar la nueva obra de otro de esos 'enfants terribles' del cine de EEUU a los que las 'majors' no quieren producir. Se trata de Charlie Kaufman, una de las mentes más originales y libres que ha parido el Hollywood reciente. De su cabeza y su pluma salió Olvídate de mí, el filme que dirigió Michel Gondry, o Cómo ser John Malkovich. Como director sólo tiene dos joyas, la última, Anomalisa es de 2015. Desde entonces no habíamos tenido noticias de Kaufman… hasta ahora. Y, de nuevo, ha sido Netflix la que le ha dado carta blanca y le ha producido un filme tan inclasificable como él.
Se llama Estoy pensando en dejarlo, y es la adaptación de la novela de Iain Reid. El punto de partida es el viaje de una pareja en coche a conocer a los padres de él. Llevan varios meses y ella, de la que oímos sus pensamientos, está pensando en eso, en dejar esa relación. ¿Parece sencillo? Pues con Kaufman nada lo es, a partir de ahí comienza un viaje surrealista, delirante y loco en el que nada es lo que parece y en el que los espectadores que busquen la lógica a todo se sentirán decepcionados. Fotos que cambian, personajes que envejecen, nombres que cambian según avanza el metraje, secuencias que parecen sacadas del peor sueño…
¿Y todo para qué? Se preguntarán mucho ante tal delirio, pues para dar rienda suelta a reflexiones sobre la pareja, las relaciones tóxicas y un mundo que nos obliga a buscar una relación. Una sociedad que nos dice que no somos nadie y que nos mete la presión de no morir solos. Jóvenes que rozan los 40 y que siguen cometiendo los mismos errores, teniendo citas y llevando en su coche a las chicas al patio del colegio donde crecieron. El mismo ritual de cortejo una y otra vez. Y cuando llega la pareja nadie se atreve a soltar la cuerda. Uno se hace mayor y no quiere ser el bicho raro, el que se quedó para vestir santos. Así, Estoy pensando en dejarlo se convierte también en una reflexión sobre la soledad y la obligación de llenarla con un amor impostado.
Sí, es cierto que en ocasiones se pasa de críptico, de simbólico y de no dar pistas al espectador para saber a qué se tiene que agarrar en un viaje demasiado largo (son dos horas de películ), pero a cambio propone cine arriesgado, complejo, lleno de decisiones inteligentes, diferentes e imaginativas: una pieza casi de terror en una casa enfrentándose a la familia de la pareja, una secuencia musical en un instituto desierto o el encuentro con el machismo en una heladería en medio de la nada. Momentos que se clavan y que dan que pensar más que el 90% del cine actual. Y eso ya es mucho.