En 2006 el mundo entero conoció a Borat, el periodista de Kazajistán creado por Sacha Baron Cohen y que reventó la taquilla de todo el mundo. No era un personaje nuevo, el humorista lo había creado seis años antes su Da Ali G Show, pero fue entonces cuando, gracias a su salto cinematográfico, se convirtió en un fenómeno. Lo protagonizaba el propio cómico, que se metía en la piel de un reportero que iba a EEUU a rodar un falso documental para aprender del “mejor país del mundo” y llevar sus enseñanzas a su lugar de origen.
Borat fue una bomba de relojería. Su humor irreverente, que contenía desde lo más ácido a lo más zafio le valieron denuncias, críticas, amenazas y hasta premios. Por la película, Baron Cohen ganó el Globo de Oro al Mejor actor de comedia y una nominación al Oscar al Mejor guion adaptado. Un hito para una película que hacía añicos los límites del humor, aunque ese debate todavía no había llegado a la sociedad.
También se forró. Borat fue un éxito. Costó 18 millones de dólares y recaudó 128 millones de dólares en EEUU y otros 134 en el resto del mundo. También dejó imágenes emblemáticas como ese bañador verde fosforito que ha alimentado casi todas las despedidas de soltero posteriores. Eran los tiempos de Bush, y el cómico decidió que desde la sátira feroz era la mejor opción para cargar contra el presidente republicano.
Frases como “esta es mi hermana, es la cuarta mejor prostituta de Kazajistán”, o momentos cuando pregunta que cuál es la mejor arma para matar judíos escandalizaron y hacían pensar que una película como Borat sería imposible estrenarse hoy. Pero Sacha Baron Cohen ha hecho un ‘agárrame el cubata’ y ha vuelto por todo lo grande con una secuela que es más bestia, más incómoda, más irreverente, más incorrecta y más todo que su predecesora. Puede que hasta más divertida. Una sátira para la que el adjetivo feroz se queda corto y que ha rodado en secreto para estrenarla en Amazon este viernes 23 de octubre.
Tiene todo el sentido que Borat vuelva. Si se hizo película en la administración Bush, cómo no iba a regresar con Donald Trump, el mayor peligro que ha tenido EEUU en la Casa Blanca. Para la secuela, Baron Cohen ha ideado una historia en la que el periodista tiene que entregar un regalo al vicepresidente Mike Pence para que le perdonen en Kazajistán. Finalmente, tendrá que entregar a su propia hija como dote. Esto le hace recorrer EEUU, empezando por Texas, retratando a todos los republicanos exaltados que encuentra a su paso. El humorista tiene para todos, también para los demócratas, pero son los trumpistas y la extrema derecha los que se llevan casi todos sus dardos. Lo hace con ese estilo de falso documental, y con una cámara al hombro con la que hace creer a la gente que todo es real.
Borat juega a la provocación, y vuelve a preguntar cuál es la mejor bombona para gasear judíos, sabiendo que eese chiste le pude costar una demanda casi segura, pero busca nuevas víctimas. Entre ellas está, por supuesto, Mike Pence, al que llama Mike Pennis (Mike Pene). Baron Cohen llegó a entrar en un discurso del republicano disfrazado de Trump, con una mujer a sus espaldas y diciendo que tenía un regalo para él. Por supuesto fue arrastrado por las autoridades, y todo ello se ve en este filme que cuenta con momentos hilarantes, como la visita del protagonista y su hija a un republicano antiabortista porque “le ha metido un bebé dentro”.
Pero si alguien sale mal parado es Rudy Giuiliani, abogado de Trump y exalcalde de Nueva York, al que engañan para que de una entrevista a una periodista que no es más que un engaño del filme. Giuliani acabará intentando intimar con ella de una forma machista y chusca, sin saber que todo estaba siendo grabado. Unas imágenes que pueden hacer mucho daño a los republicanos. Porque para eso ha hecho esta película Baron Cohen, y así lo deja claro en su mensaje final en el que pide a la gente que vaya a votar para quitarse de encima la lacra de estos cuatro años de Trump.
En medio del rodaje, Baron Cohen se encontró con un invitado inesperado, el coronavirus. La pandemia pilló a mitad y él lo introdujo en su filme, tanto que hasta pasa varios días en casa de dos republicanos en la época del confinamiento. Ultras que aseguran que los demócratas son lo peor que el virus, y que Clinton bebía sangre de bebés, o que Obama fue lo peor que le ha pasado a su país. Juntos irán a una manifestación contra el encierro en imágenes que también resuenan con lo que hemos visto en nuestro país. Una obra que no esconde sus intenciones, va a calzón quitado en su voluntad política, pero lo hace de una forma tan irreverente y saltándose todas las convenciones y formalismos, demostrando que el límite del humor está donde uno quiera ponerlo.