Aunque los últimos compases de Quique San Francisco fueran en platós de televisión, era un actor enorme. Uno de esos que trascendían etiquetas y que daban un golpe en la mesa contra un star system que sólo quería a guapos y elegantes. El actor ha fallecido este lunes a los 65 años tras pasar casi un mes en la UCI como consecuencia de una neumonía bilateral severa, y aunque todos se empeñen en recordar sus últimas declaraciones llenas de polémica, sus visitas a El hormiguero o sus monólogos de El club de la comedia, es de justicia rescatar a un profesional que rodó más de 40 películas.
Por supuesto hablar de San Francisco es hablar del cine quinqui, de ese retrato social sin contemplaciones ni condescendencia que Eloy de la Iglesia convirtió en género. Una de las miradas más personales y desnudas a jóvenes de clase obrera que no encuentran otra forma de sobrevivir que delinquiendo. Un mundo de drogas, de trapicheos, pero también de amistad. Un análisis a una España que vendía modernidad pero que seguía siendo gris.
Con Eloy de la Iglesia realizó una trilogía fundamental para el cine español, la que entronca Navajeros (1989), Colegas (1982) y El pico (1983). Tenía mucho que ver con esos personajes. Él también fue adicto a la heroína, y entableció una relación casi fraternal con su compañero de reparto Antonio Flores, y una sentimental con su hermana Rosario, con quienes compartió pantalla en Colegas.
Hay muchas interpretaciones para recordar la personalidad y el carisma de Quique San Francisco, muchas más que estas cinco que sirven como resumen de una filmografía en la que trabajó con los mejores directores. No le fue fácil. A pesar del éxito del cine quinqui tardó cinco años en rodar otro filme. Fue José Luis Cuerda el que se fijó en él, y le colocó en el reparto coral de una de las mejores películas del cine español de la historia. Esa obra maestra del humor surrealista y absurdo que es Amanece que no es poco. Pocas veces una película se convierte en algo parecido a una religión -existen los Amanecistas-, pero esta lo consiguió, y Quique San Francisco contribuyó.
Lo hizo con un personaje que todos recuerdan, el de Cascales, ese señor espigado que recibe al protagonista en calzoncillos largos, en ropa interior medio escondido para proponerle algo que rompe al espectador: “que te cambio mi personaje por el tuyo”. Pura genialidad de Cuerda, que coloca a un personaje consciente de su condición y juega para realizar chistes sobre ello. Un pobre hombre que quiere ser protagonista pero que no es más que un secundario. Un personaje sin personaje que busca su lugar. Volvería a trabajar con Cuerda en esa secuela espiritual que fue Así en el cielo como en la tierra.
En el 89 estrenó la película de Cuerda, pero también estaba marcado en su carrera a fuego porque supuso su primer encuentro con otro de los directores que siempre confió en él. Porque sólo hay que mirar la lista de películas que hizo para ver que todos repetían. Se trataba de Manuel Iborra, que le dio un papel secundario en El baile del pato y logró una nominación al Goya al Mejor actor de reparto. Porque aunque pocos lo recuerden, Quique San Francisco optó al premio de la academia en dos ocasiones.
La segunda también fue por un papel que le escribió su amigo Iborra. Fue en Orquesta Club Virginia, en 1993. La historia de una banda musical que conquista a las chicas con sus boleros le unió a su amigo Jorge Sanz y le dio uno de sus mejores papeles. Una película que el propio Iborra recuperó en forma de obra de teatro en 2012. Cambio papeles, edades, tramas, pero volvió a contar con Quique San Francisco. Iborra le dio el reconocimiento de una industria que empezaba a tomarle en serio.
No logró ese Goya, pero tampoco hizo falta. Se convirtió en ese secundario de lujo que encandilaba a los grandes directores. Desde los que empezaban como Álex de la Iglesia, que confió en él para su obra de culto Acción Mutante. Hasta los que se despiden, el mismísimo Berlanga, del que este año se cumplen cien años de su nacimiento, le fichó para su última obra, París-Tombuctú, en un reparto donde se encontraban leyendas como Michel Piccoli o Concha Velasco. El propio De la Iglesia colgaba en sus redes sociales un fotograma de San Francisco con otro gran actor fallecido, Fernando Guillén, con quien compartía fotograma en una de las obras más originales y revolucionarias del cine español de las últimas décadas.
Eso sólo en cine. Porque quién no se acuerda de sus carismáticos personajes en series como Los ladrones van a la oficina, en Cuéntame. O en los cameos con los que aparecía en las películas de amigos como Santiago Segura, que le daban pequeños papeles que eran verdaderos torrentes cómicos como demostró en Sin rodeos, una de sus útlimos papeles en cine. Un actor que es mucho más que lo que dirán de él, y que dejó una filmografía cuyo repaso significa recorrer la historia del cine español de las últimas décadas.