Hace 30 años, Anthony Hopkins nos aterrorizó a todos. Compuso un personaje para la historia del cine, el Hannibal Lecter de El silencio de los corderos con el que consiguió que nos sintiéramos atraídos por el mal absoluto, por alguien que se come los hígados de sus víctimas acompañados de habas y un buen chiantí. Hopkins es uno de esos actores que es capaz hasta de cambiar de alguna forma su cuerpo para adaptarse a cada papel. Algo en su fisionomía muta con cada personaje. No hay nada de Lecter en su mayordomo de Lo que queda del día, ni en su transformación en Ratzinger en Los dos Papas.
A sus 83 años el actor británico lo ha vuelto a hacer en El padre -que ahora amplía su presencia en salas donde permanece desde diciembre-, donde ofrece una de las interpretaciones más devastadoras de los últimos años. Un personaje que se llama como él y con el que comparte fecha de nacimiento en un juego de realidad y ficción. Su Anthony es un enfermo de alzhéimer que ve cómo su vida cambia. Lo vemos a través de sus ojos, y todo se convierte en algo parecido al thriller. Las caras cambian, los cuerpos cambian, y sólo podemos sentir extrañeza ante lo que no podemos entender.
Su cuerpo cambia en cada fotograma. Vemos en sus ojos el paso de la lucidez a la oscuridad en un segundo, y uno entiende que sea uno de los favoritos al Oscar por un papel que podía caer en el exceso y que él controla con mano maestra en la película de Florian Zeller que opta a seis premios de la Academia. Un galardón que sólo tiene, precisamente, por El silencio de los corderos. Es sorprendente que con un trabajo tan fino, tan preciso y complejo, el actor diga que “fue fácil”, pero así es como lo describió en un encuentro con un puñado de periodistas donde estuvo EL ESPAÑOL.
“Mi trabajo fue fácil, el guion era tan bueno, estaba tan bien escrito, y teníamos un director excelente y un reparto maravilloso… No le deis más vueltas, lo único evidente está en las páginas del guion, en esas líneas, mi trabajo era sólo seguir esas palabras, las direcciones del mapa, no pensé demasiado sobre ello”, explica junto a su compañera, Olivia Colman, que interpreta su hija y que también opta al Oscar por un papel que escogió por un motivo: trabajar con Hopkins.
Hopkins construyó su personaje como alguien que siempre había tenido el control y que por primera vez lo pierde, y confiesa que se acordó mucho de su propio padre. “Recuerdo cuando se estaba muriendo, se volvió irritable. Tenía muy mal humor, y sobre todo conmigo y con mi madre. No quería ni que le tocáramos. ‘Dejadme sólo, dejádme solo’, decía. Fue muy doloroso, pero finalmente entendí por lo que estaba pasando”, explica.
Para mí esta película, no me gusta decir eso de que me ha cambiado la vida, pero de alguna forma sí que ha tenido un impacto. Entender que ninguno de nosotros somos libres
Para él fue una lección sobre lo inevitable de la muerte. “En la película, cuando Olivia me deja en el hospital, para siempre, me di cuenta de que ninguno somos libres del todo, porque no hay escapatoria, la vida se termina y es nuestro destino. Cuando mi padre se moría le miré en la cama y pensé: a mí también me va a pasar. Te vas a morir, no eres especial. Ninguno lo es. Para mí esta película, no me gusta decir eso de que me ha cambiado la vida, pero de alguna forma sí que ha tenido un impacto. Entender que ninguno de nosotros somos libres me ha dado una sensación de libertad, porque me dije, hay que disfrutar. No sabemos lo que va a pasar después. No tenemos ni idea si nos va a pillar un coche o nos va a dar un ataque al corazón, y de alguna forma esa maravillosa sensación de saber que eres insignificante es liberadora”.
Para Anthony Hopkins esta película, además, tiene una nueva lectura con todo lo que nos ha pasado. Él mismo ha sido muy activo en redes durante el confinamiento, pero reconoce que ha sido muy duro, y que de alguna forma se asimila a la demencia que sufre su personaje. “Todo el mundo ha experimentado en este encierro el aislamiento, y creo que puede tener un paralelismo con la demencia, con este hombre encerrado en su entorno, en su piso, donde sólo oye el tráfico pero no sabe ni donde está. Hemos estado un año en casa, y el aislamiento te vuelve loco. Hay muchos casos de depresiones, e incluso de suicidios, y es una tragedia. Especialmente para los más jóvenes, que no pueden ir a ningún sitio, ni al colegio. Es doloroso”, zanja.
Si Hopkins lograra ese merecido Oscar, se convertiría en el actor más veterano en ganar el premio como actor principal. Lo haría, además justo 30 años después de aquel doctor Lecter. Con un papel radicalmente diferente, pero con una muestra irrefutable de que es uno de los mejores actores de la historia del cine reciente.