Hay novelas que arrollan, que pasan a uno por encima. Esas que destrozan cualquier atisbo de cinismo y consiguen una emoción sincera, incluso lágrimas que son catárticas. Una de ellas es El olvido que seremos (Editorial Alfaguara), de Héctor Abad Faciolince. En un mundo en el que la bondad está en peligro de extinción, la obra que el escritor le dedica a su padre -asesinado en Colombia por defender la sanidad pública y por criticar al gobierno- es casi un acto revolucionario. Una novela que habla de un hombre bueno a pesar de todo y de todos. Un padre que besaba, que abrazaba. Un hombre atípico, un humanista cuya voluntad de ayudar suponía un peligro para muchos.
Un libro que se ha convertido en película gracias a Fernando Trueba, que ha adaptado un libro de esos que dicen que son imposibles de convertir en cine gracias al guion que ha escrito con su hermano. La película debería haber ido al pasado Festival de Cannes, pero finalmente llega un año después a los cines, el lugar para el que fue concebida, tal y como cuenta el director a este medio desde su casa, rodeado de sus libros, sus discos y sus películas. Su universo.
En San Sebastián le vi pesimista con el estado de las salas de cine, dijo que 2020 iba a ser el año que viéramos el final del cine.
No, no, yo soy optimista y creo que las salas se van a volver a llenar. Me refería a que este año lo recordaremos como el año en el que vimos que cerraban los cines, porque hemos vivido guerras y han seguido abiertos. Durante la Guerra Civil se estrenaban películas y hasta se rodaban. Yo decía que 2020 fue el año donde vimos que se cerraron los cines.
Entonces, optimismo ante lo que viene.
Sí, sí, yo creo que se volverán a abrir y a llenar, porque necesitamos ir al cine, como necesitamos ir al teatro, a oír música y como necesitamos estar en casa. Eso son las cosas buenas de la vida que no queremos perder.
¿En algún momento tuvo miedo de que la película no se estrenara en salas?
No, porque los productores siempre han tenido claro que había que ir a salas.
Sería una película diferente en casa.
Yo es que la hago pensando en salas, en cine, no lo hago pensando en una televisión. Nunca he hecho una película pensando en televisión.
¿Cómo recuerdas la primera vez que leyó el libro en que se basa la película?
El recuerdo es de emoción. De llorar. De cosas bonitas. De cosas divertidas, y sobre todo de enamorarme del personaje del padre. Creo que el gran éxito de Héctor es que te hace querer a su padre.
Yo es que la hago pensando en salas, en cine, no lo hago pensando en una televisión. Nunca he hecho una película pensando en televisión
Era una adaptación difícil.
Es que a mí cuando me lo proponen digo que están locos, que es una maravilla de libro pero que no se podía hacer en cine. Esa fue mi primera reacción, pero aquí estamos y me alegro de haber encontrado la forma de hacerla.
Esa forma es que tu hermano David adaptara el guion.
David es el tipo más listo que yo conozco, y para mí ha hecho una adaptación que en el cine español considero la mejor que se ha hecho de un libro, y esa es Soldados de Salamina. Te puede gustar la película más o menos, pero estoy hablando del trabajo de coger un libro, deconstruirlo y reconstruirlo. El trabajo de un guion, y lo que hizo ahí es espectacular. Creo que debería estudiarse en las escuelas.
Es una película muy colombiana, ¿no tuvo síndrome del impostor?
No, porque yo no creo en las nacionalidades como bien sabe todo el mundo. Es que no creo... lo decía Renoir, que las fronteras verticales son mentira, las únicas reales son las horizontales. Y yo creo lo mismo, yo soy renoiriano.
No creo en las nacionalidades como bien sabe todo el mundo. Lo decía Renoir, que las fronteras verticales son mentira, las únicas reales son las horizontales. Yo soy renoiriano
El protagonista es un padre que besa, que abraza, que toca… Gestos que parece que a los hombres nos han dicho que no hagamos.
Es el padre amoroso… es que la película trata de eso, del amor, del cariño, de la bondad y de la alegría de vivir. Aunque tenga su parte trágica y sus desgracias, porque la alegría, la felicidad y la vida también se acaban, pero la película tenía que ser radiante, era importantísimo.
Esa parte radiante es el pasado, que es en color, mientras que el presente de la historia es en blanco y negro, cuando en el cine suele ser al contrario, ¿cómo surge ese hallazgo?
Pues de la intuición. Es como veía la película en mi cabeza. No es un hallazgo estético o conceptual. Cuando la gente me pregunta que cómo he tomado esa decisión les digo que es que todavía no la he tomado, porque nunca he tomado esa decisión, es así.
¿Y cómo son los recuerdos de Fernando Trueba, en blanco y negro o en color?
Los de la infancia son en blanco y negro. Por la época... ese Madrid, el invierno, el frío, la calle Bravo Murillo… Mi infancia para mí es la calle Bravo Murillo, que era la calle de las maravillas, porque estaba todo allí. Los cines, las iglesias, los mercados, las tiendas, las librerías, las tiendas de juguetes, los bocadillos de calamares… Sí, mi infancia es en blanco y negro.
¿Son recuerdos bonitos?
Son en parte bonitos. Tengo recuerdos bonitos, pero todo en blanco y negro sí. Un blanco y negro como el de Plácido, no como el de El verdugo, que tiene el blanco y el negro más contrastados, sino con muchos grises.
He leído que con 15 años ya sabía que quería dedicarse al cine.
Sí, y la película que me hace decidirme a ser director de cine es El niño salvaje, de Truffaut, que es una película sobre un médico que educa a un niño, y medio siglo después estoy haciendo una película sobre un médico que educa a un niño. Lo más curioso es que me he dado cuenta después de haber acabado mi película.
En El olvido que seremos hay un momento muy bonito, donde el padre ve junto al hijo Muerte en Venecia. Es una especie de legado cinematográfico. ¿Usted tuvo ese momento de legado junto a su padre?
No, mi padre no tenia tiempo para ir al cine, siempre estaba trabajando. Nos llevaba una vez al año y nos llevaba al Cinerama. Ya que era una vez al año, cuanto más grande mejor. Pero bueno, nos encantaba ir a ver La conquista del Oeste al Albéniz.
Jonás nunca ha visto una película mala de niño. Siempre le elegía películas bonitas, divertidas, emocionantes. Cosas que fueran bonitas, evitarle la basura
Con su hijo Jonás no me puede decir que no ha habido esa liturgia.
Sí, con Jonás sí. Era lógico. Entonces le protegía. Yo creo que Jonás nunca ha visto una película mala de niño. Siempre le elegía películas bonitas, divertidas, emocionantes, con mucho cuidado. Era elegirle cosas que fueran bonitas, evitarle la basura.
¿Bonitas y optimistas? Lo pregunto porque hay gente que piensa que el pesimismo es, de alguna forma, reaccionario.
El optimismo inteligente es una especie de pesimismo superado o dejado de lado, porque tampoco sé si se puede superar del todo, pero uno tiene que hacer de tripas corazón y ser optimista.
¿Hace falta muchos hombres como Héctor Ábad Faciolince?
Sí, es necesario. Tendría que habar más Héctor Abades que nunca. Yo soy muy defensor del humanismo, algo que pasó de moda en los 70, cuando se consideraba casi un insulto. Ese ataque de los estructuralistas al humanismo fue terrible, fue un error. Cualquier cosa les gustaba más que el ser humano, el texto, su jerga filosófica semivacía, su palabrería, el desprecio al hombre... y eso marcó una época del pensamiento muy siniestra que afortunadamente ha sido superada y se ha recuperado a los pensamientos humanistas, a la gente que no eran fenómenos de moda parisina, sino pensadores para la gente.
En un mundo sin pandemia, El olvido que seremos hubiera ido al Festival de Cannes. No sé si ha hecho el cuento de la lechera sobre lo que hubiera pasado.
No, no … ayer alguien dijo que el premio al mejor actor hubiera sido para Javier Cámara, y yo creo que eso sí que hubiera sido muy probable.
¿Cómo de importante es un festival como el de este año de Cannes, una reivindicación del cine de autor y de las salas?
Es clave. El cine independiente, el de autor… eso es el cine. No digo que el comercial no sea cine, siempre ha existido, pero no puede ocupar todo el lugar. Debemos luchar por el lugar de la independencia, de las cosas distintas, innovadoras, que se salen del comercio y del negocio.
Viendo su filmografía tengo la sensación de que siempre ha hecho películas personales, que nunca se ha vendido.
He conseguido ir haciendo las películas que yo quería hacer, y eso me produce una gran satisfacción.
Alguna vez he hablado con la gente de Netflix, pero de momento no hemos coincidido en los intereses, pero ojalá lo hagamos
¿Ha habido propuestas tentadoras que le hayan hecho pensar en hacer algo que no le convencía?
Alguna… pero al final no salieron, no quise hacerlas o dije que no. Cuando vi que el precio a pagar era demasiado dije que no merecía la pena.
¿Esa independencia le ha costado algún disgusto en esta industria?
Te cuesta más hacer las cosas. Cuando piensas que Belle Epoque fue una película que se canceló tres veces porque no conseguíamos financiación y nos fuimos a hacerla a Portugal porque era más barato en aquella época, pues te das cuenta de que las cosas no son fáciles, y que nunca lo han sido.
¿El cine español ha dejado de estar en crisis alguna vez?
No lo he conocido sin crisis casi nunca. Me acuerdo cuando yo empecé escribiendo y haciendo entrevistas en La guía del ocio de El País, que el único tema que te pedían en el periódico era la crisis del cine español, en el año 78 o 79 ya era eso. No ha dejado de estar nunca ahí, y yo decía “que aburrimiento hablar de esto”.
¿Si viene Netflix con un cheque en blanco para que haga lo que quiera como con Cuarón, qué diría?
Que encantado.
¿Cuál sería?
No sé, tengo listas de películas que tengo para hacer.
¿Cuál es la más ambiciosa?
No la quiero decir para que no la hagan otros, pero es bastante ambiciosa.
¿Le han tocado alguna vez de Netflix para hacer algo?
Alguna vez hemos hablado, pero de momento no hemos coincidido en los intereses, pero ojalá coincidamos.