Cuando uno ve la ceremonia de los Oscar, o de los Goya, se da cuenta de que, después de la familia, la persona a la que los actores siempre agradecen sus premios es a sus representantes. Es normal. Son personas que les acompañan, les guían, les aconsejan y les intentan enfocar a un tipo de carrera u otro. Hay representantes que se convierten en amigos, en presencias imprescindibles en una industria leonina. Es raro que, estando rodeados de actores, actrices y directores todo el rato, los representantes no tomen muchas veces la decisión de lanzarse a dirigir.
Eso es lo que ha hecho Borja de la Vega, representante español en Kuranda que ha dirigido su ópera prima, Mia y Moi -que llega este viernes a los cines-. Lo hace, además, con cuatro de sus representados: Ricardo Gómez, Bruna Cusí, Eneko Sagardoy y Joe Manjón. Una película sobre dos hermanos que coinciden en una casa familiar donde se concentran los fantasmas del pasado y los del presente. Una película sobre relaciones viciadas y, sobre todo, masculinidades tóxicas que agobian y se transmiten generación tras generación.
En su caso, prefiere explicar que ese salto a la dirección, realmente “es un proceso un poco inverso a lo que externamente se puede entender”. “Da la sensación de un representante que ha decidido dirigir, y suena un poco naif y tonto, pero yo con 9 años les dije a mis padres que quería ser director de cine, y es hacia dónde siempre me he querido encaminar. Yo estudié comunicación audiovisual porque entonces no había escuela de cine porque quería dirigir, pero la vida me llevó por otro lado... la vida y que tenía pánico, porque yo escribía mucho pero no se lo enseñaba a nadie”.
De la Vega escribía pero guardaba todo, y mientras comenzó a trabajar en otras cosas. Pero ese flechazo con el cine se materializó de otra forma: “Llegué a ser representante de actores por mi pasión por los actores y por el cine. Yo lo leo al revés. ¿Cómo llegas a ser representante? Porque mi pasión es el cine y me he pasado siempre descubriendo a gente casi a distancia, y en un momento dado decidí que es lo que quería hacer y me encanta. Y lo disfruto. Pero en paralelo he seguido escribiendo toda mi vida y estaba ahí”, explica.
En este proceso de materializar ese sueño y de perder el miedo a mostrar lo que escribía tiene mucho que ver Ricardo Gómez. Su relación no es sólo la de actor y representante. Son dos amigos que se escuchan y se entienden. “Él sabe que escribo y le enseño mis cosas. Ya habíamos intentado hacer algo juntos y de repente, casi medio en broma, les dije a él y a Bruna que les iba a escribir algo para que trabajaran juntos. Se me encendió la imaginación, se lo lancé y lo recibieron muy bien, así que me puse en serie”, recuerda de aquel momento en el que todo se materializó.
Da la sensación de un representante que ha decidido dirigir, y suena un poco naif y tonto, pero yo con 9 años les dije a mis padres que quería ser director de cine
Esa misma noche se puso a escribir. No fue una idea “que estaba en un cajón”, pero sí juntó aquella conversación con sus dos amigos y una idea que rondaba su cabeza, la de dos hermanos que compartían un secreto terrible y que les hacía compartir un vínculo “especial y diferente del vínculo fraternal normal y eso les aislaba del mundo”. “Esa noche escribí un tratamiento de ocho páginas, fue como que cayeran dos fichas de golpe, todavía lo guardo. Se lo mandé a Ricardo a las 7 de la mañana. No había dormido y era entre semana. Me llamó y me dijo, ‘qué es esto’, y yo le dije: la peli que vamos a rodar”.
Aquel no era un borrador más dispuesto a quedarse en el olvido. A coger polvo. Los tres decidieron que aquel guion se tenía que rodar en un año. Era verano de 2018 y cumplieron su promesa. Ricardo Gómez también se puso la mochila de productor a la espalda y empujó este proyecto que por fin llega a las salas tras pasar por el festival D’A de Barcelona. A aquellos dos primeros cómplices se juntaron otros dos amigos, que también eran sus representados, Eneko Sagardoy y Joe Manjon.
En ese retrato de heridas ocultas, de pasados traumáticos y de relaciones enfermizas hay una mirada al machismo, algo que “ya estaba en el guion, sobre todo en el personaje de Mia, que por un lado es una superviviente y una mujer independiente, pero por otro lado en su relación de pareja cae en algo parecido o potencialmente parecido a lo que vivieron los padres, y su hermano, que está en la mierda, ve esto de lejos. Este espejo entre el padre que no vemos pero que les ha marcado con su historial de malos tratos y la relación abusiva con su novio era uno de los ejes más importantes de la película”.
Una espiral de violencia que sólo se rompe con otro acto de violencia, y que “a pesar de ello es un elemento salvador”. “Yo lo hablaba con ellos, cómo los hermanos a lo largo de la historia se cambian los papeles. Ella le salva a él, él en un momento dado salva a ella, y ella al final vuelve a salvar a su hermano. Es un acto que rompe una cadena, y lo interesante era no cuestionarlo moralmente. A mí me interesaba porque para ellos es una especie de catarsis, que fuera un final esperanzador”, zanja De la Vega.
Ahora la pregunta es qué le espera en el futuro, pero de momento tiene claro que quiere seguir “representando a actores que me hace muy feliz y me consume mi tiempo y mi vida”. Eso sí, sin dejar de escribir. Ya tiene algo escrito. También muy pequeño y controlable. Una idea con la que poder volver a decir: en un año lo rodamos, “porque si cada dos años puedo desaparecer una semanas y rodar algo, eso me haría muy feliz”.