Hace poco más de un año, el 25 de mayo de 2020, el mundo se estremeció con el asesinato de George Floyd a manos de un policía en el vecindario de Powderhorn, en Mineapolis. Porque lo que ocurrió con George Floyd no fue una muerte, no fue un despiste como muchos quisieron vender, fue un asesinato provocado por la brutalidad y el racismo con el que los policías actúan con determinados colectivos. El vídeo de sus últimos momentos llegó a cada rincón del planeta. Vimos cómo Floyd suplicaba por su vida, cómo gritaba que no podía respirar y cómo Derek Chauvin siguió apretando su cuello hasta que murió bajo su rodilla.
Mientras este suceso ocurría y las manifestaciones se extendían por todos los sitios, dos directores daneses Anders Ølholm y Frederik Louis Hviid montaban su nueva película. No podían creer que de nuevo la realidad superara a la ficción. El caso de George Floyd se parecía demasiado al que abre su filme, centrado también en la brutalidad policial y el racismo del cuerpo. La primera escena de Shorta. El peso de la ley -que llega este viernes a los cines españoles-, muestra a un policía asfixiando a un inmigrante detenido. El preso grita “No puedo respirar”. Un hecho que provocará su muerte y una rebelión en una barriada de Copenaghe donde los dos policías protagonistas se encuentran en una redada.
Los directores han dicho una y otra vez que su base para la película fue un crimen cometido en Dinamarca hacía tres décadas, pero al ver lo que estaba pasando fue cuando se dieron cuenta de que la película tenía más trascendencia que nunca. 30 años después la brutalidad policial seguía ocurriendo, y no sólo en EEUU. Por eso Shorta se siente tan actual, también por su forma de contarlo, con ritmo de thriller vibrante y eléctrico. Un título misterioso que hace referencia a una palabra con la que los jóvenes árabes se refieren a la policía.
Se nota que sus directores aman los thrillers americanos, como los que rodaban Lumet y Friedklin, pero su película recuerda mucho a dos títulos recientes. Uno en cine, como Los miserables de Ladj Ly, que también mostraba cómo la tensión entre la policía y los jóvenes de una barriada de París iba creciendo hasta explitar; y a la serie Antidisturbios, con quien comparte pulso y ese retrato de dos policías que no saben gestionar una violencia que explota con una pequeña chispa.
Los protagonistas son la típica pareja de policías. Lo que la entronca también con las películas donde dos policías radicalmente diferentes están condenados a entenderse. Aquí, uno que se sirve de su violencia para todo y otro que tiene que declarar en el caso que actúa como motor de la historia. Ambos se verán encerrados junto a aquellos a los que han machacado. Dos estereotipos clásicos, como reconocían los directores a la agencia EFE: "Éramos muy conscientes del uso de arquetipos y queríamos utilizarlos para luego subvertir las expectativas del público, a nivel superficial son personajes arquetípicos pero hemos buscado hacerles tridimensionales".
Shorta presenta la tensión entre policía e inmigración, y cómo los primeros siguen tratando con desprecio a los segundos. Un desprecio que se nota en cómo se dirigen hacia ellos y en cómo compran todos los estereotipos. Un thriller que va a más, y que convierte ese asesinato de un George Floyd en Dinamarca en chispa que incendia esa tensión. Los directores no juzgan, pero su retrato de la autoridad es demoledor y dejan frases para el recuerdo, como cuando el policía le dice a un chaval que todos los inmigrantes son del Arsenal; a lo que este responde que “y todos los polis sois del Madrid”. Una muestra de los tópicos también hacia la policía que perviven.
Una película que, como explicaba Ølholm a la agencia EFE, es una especie de "cuento con moraleja" sobre los prejuicios en general, porque "los seres humanos somos polifacéticos, no somos solo ceros y unos, nos preocupa que vayamos en esa dirección, donde las personas son buenas o malas y no hay matices, queríamos hacer una película que examine las razones por las que la gente hace lo que hace".