No diga escándalo, diga Paul Verhoeven. El director sabe lo que es una buena polémica, cómo no lo va a saber el responsable de filmes como Instinto Básico o Showgirls. A sus 82 años, Verhoeven sigue con su espíritu provocador, iconoclasta e irreverente como el primer día. Lo demuestra su último filme, Benedetta, que llega este viernes a los cines y que se presentó en el pasado Festival de Cannes, donde era una de las películas más esperadas de toda la sección oficial.
Lo era porque todos sabíamos que con él llegaría el escándalo, o al menos un poquito de agitación, algo que viene tan bien en estos momentos de hegemonía cultural donde tantas películas se parecen entre sí. Cannes le ha reservado un sitio de lujo para presentar esta adaptación de una novela de Judith C. Brown cuyo título lo deja claro: Immodest Acts: The Life of a Lesbian Nun in Renaissance Italy (Studies in the History of Sexuality). Pues eso, en Benedetta lo que vemos es la historia de una monja novicia del siglo XVII que se une a un convento italiano y comienza una historia de amor con otra mujer.
Y aquí Verhoeven se pone juguetón y provocador. Y todos caemos en su encanto. Empezando por Cannes, fue más que consciente de que la película iba a hacer correr ríos de tinta y provocar titulares como el que encabeza esta crónica. Como muestra el dossier de prensa que se puso a disposición de los periodistas y en el que al director se le preguntaba por una escena (ojo que viene un spoiler) en la que la protagonista se masturba con una estatuilla de la Virgen María. Con esa información todos estábamos expectantes por lo que íbamos a encontrar.
Para los curiosos. Sí. La escena en cuestión existe, la protagonista construye un dildo con una figurita de la Virgen y es uno de los momentazos irreverentes que nos regala el bueno de Verhoeven, que se lo pasa pipa y nosotros con él. En el dossier decía sobre dicho momento que quería mostrar como un objeto puede significar algo religioso o algo que no tiene ningún valor, y que cuando la protagonista se “deja llevar en su viaje de amor”, el objeto ya no posee ningún valor. Al final, en dicha figurita se encuentra para él la metáfora de toda la película: “ignoremos las reglas y los tabús, hagamos lo que nos dé la gana”.
Pero esa es sólo una muestra de la capacidad de Verhoeven para provocar. El pase de prensa de Benedetta en Cannes se convirtió en uno de Sitges, y aunque hubo bastantes deserciones, el resto de sala aplaudió cada boutade con aplausos y risas. El director ha realizado un Showgirls de época que no se toma en serio en ningún momento y que lo que quiere es poner foco sobre el peligro de la represión sexual y los fundamentalismos religiosos. Lo hace con un tono a veces cercano a la parodia en el que se ríe de los dogmas de fe de la religión -Benedetta también tiene fantasías sexuales con su marido, Jesucristo-. También se saca de la manga un final con pandemia de peste incluida en la que el mal lo traen los hombres y la religión y la única forma de escapar es una revolución desde abajo.
Benedetta es un disfrute lúbrico y lúdico. Obra de alguien que salta sin red en cada película. Dividirá, escandalizará y se hablará de ella. Y con ella veremos si hemos avanzado mucho en 60 años, desde aquella Palma de Oro a Viridiana que provocó la ira del Vaticano y que provocó que el franquismo persiguiera el filme y quisiera quemar sus copias como quisieron quemar a la monja lesbiana a la que da vida con una entrega mastodóntica una sensacional Virginie Efira.
Verhoeven lo ha vuelto a conseguir. Todo el mundo habla de su película, de él, del dildo tallado en la figura de la virgen y en todas las escenas con las que desafía a los timoratos escandalizados por la monja Benedetta y por Verhoeven, que demuestra que la vitalidad no es cuestión de edad.