Hace cinco años, Sean Penn pasó por el Festival de Cannes y lo puso patas arriba. No fue porque su película, Diré tu nombre, en competición por la Palma de Oro fuera polémica, ni porque encandilara a los críticos. Al revés. La reacción de la prensa fue tan furibunda y las reacciones al pase tan delirantes -con risas generalizadas en un drama sobre la guerra en África- que provocó un cambio de las normas que hasta ahora habían regido el certamen.
Era de cajón de madera de pino, diré tu nombre era un despropósito impropio de Cannes que comenzaba con una de las frases más pedantes y hasta inmorales del cine reciente, que comparaba la guerra en África con el dolor de un amor no correspondido: “Con diez años de diferencia, la Guerra Civil de Liberia, de 2003, y el conflicto actual de Sudán del Sur comparten la brutalidad de la inocencia corrompida. Una corrupción que sólo se conoce en occidente, en cualquier caso, a través de la brutalidad de un amor imposible compartido por un hombre y una mujer”.
Las redes sociales comenzaban su apogeo, y en cuanto los periodistas salieron de aquella proyección comenzaron a poner todo tipo de comentarios en Twitter y a destrozar el filme. ¿El resultado? La alfombra roja de la noche, con Penn, Charlize Theron y nuestro Javier Bardem, parecía un funeral. Caras largas porque ya sabían que se habían estrellado en su puesta de largo.
Aquella alfombra roja lúgubre tuvo más consecuencias de las que nadie esperaba. Aunque nunca se ha dicho de forma oficial, en Cannes se cuenta, se dice, se rumorea, que fue en aquel momento cuando decidieron cambiar los horarios de proyección a la prensa y embargar las críticas y reacciones en redes hasta que el pase oficial de por la noche hubiera pasado. Se buscaba proteger a las estrellas de una realidad que descubrirían dos horas después, pero que al menos no empañara el momento de glamour y las fotos del evento.
Todos sabemos que a Cannes le gusta su poquito de morbo, y volver a traer a Sean Penn después de aquel fiasco cumplía con todos los requisitos. Volvía con otra película como director, y lo hacía, además, en Sección Oficial a concurso. Podría haber estado en Cannes Premiere, el as bajo la manga que este año se han sacado para traer películas fuera de competición. Pero no, Fremaux y Penn le echaron un par de narices y trajeron Flag Day a luchar por la Palma de Oro… y otra vez salieron escaldados.
Sean Penn se ha vuelto a estrellar en Cannes. En el pase de la sala Debussy se volvieron a escuchar risas con un drama sobre la relación entre un padre timador, el propio Penn, y una hija, su hija en la vida real Dylan Penn. Viendo el vaso medio lleno se puede decir que Flag Day no es sonrojante como Diré tu nombre, pero sí que es un filme impropio de una Sección Oficial de Cannes. Sólo en sus primeros diez minutos acumula tantos lugares comunes que uno tiene que frotarse los ojos: un campo de cereales, una familia corriendo por ellos, un momento videoclipero…
La película avanza con recursos mil veces vistos -esas películas caseras-, y se centra en esa relación de redención entre padre e hija. Ni Penn está a la altura ni el debut de Dylan Penn es para echar cohetes. Todo trufado con muchos momentos musicales y conversaciones pretendidamente trascendentes y emocionales, pero donde nada termina de funcionar.
Flag Day puede leerse también como un filme con el que Sean Penn pide perdón a su hija. Dylan es fruto de su relación con Robin Wright, que se terminó en 2007 con miles de titulares sobre las infidelidades del actor. Ahora, Penn, parece que hace una película catártica que casi sirve como mea culpa. Otra obra de ‘daddy issues’, como también lo ha sido Annette, en la que Leos Carax parece pedir perdón a su hija en una escena en la que Adam Driver parece un alter ego suyo con un cambio físico que les emparenta de forma directa.