Christopher Nolan es lo mejor y lo peor que le ha pasado al universo cinematográfico DC. Lo mejor porque revolucionó el cine de superhéroes y creo una trilogía que pasó a la historia. Su Caballero oscuro sigue siendo la mejor película del género años después. El problema es que su sombra fue tan alargada que todos quisieron imitarla. Mientras que Marvel apostaba por el divertimento desprejuiciado, en DC pensaron que debían apostar por la oscuridad y la gravedad para Superman, Batman y compañía.
Así, cuando Nolan se bajó de la franquicia, desde Warner le dieron el testigo a Zack Snyder, que creó un universo grandilocuente, pomposo y pretencioso. Cada nueva entrega era más fallera y fallida que la anterior. Las ínfulas de Snyder se confirmaron este año con esa versión extendida de cuatro horas de La liga de la justicia con la que se cree el Wagner del cine de superhéroes. No entendieron que cada héroe tiene su tono, su estilo y su aproximación.
El fiasco de las películas de Snyder hizo que empezaran a probar otras cosas y a comprobar que la gente estaba cansada de una fotografía gris y un héroe traumatizado por el peso de su responsabilidad. Shazam divirtió por si ligereza, y Aquaman por su toque kitsch que todavía no sabemos si era buscado o involuntario, pero al menos era diferente e incluso único en un género donde cada vez parece más difícil innovar.
Una de las películas que más sufrió la indecisión de hacia dónde debía ir el universo DC fue Escuadrón suicida, la película de David Ayer que reunía a los supervillanos de los cómics y que pedía rock and roll. Si tienes a Harley Quinn y los malos más malos, uno no puede tomarse en serio. Debe ser punki, incorrecto y macarra. Ayer no supo, o no le dejaron hacerlo. Fue una película en tierra de nadie. No era especialmente oscura, pero tampoco sabía tomarse a broma. No era demasiado violenta, pero tampoco naif.
A pesar de ello, y por los buenos resultados en taquilla, le dieron la posibilidad a una segunda parte. Y aquí las buenas noticias, se la ofrecieron a James Gunn, que ya había demostrado en Marvel que podía salirse del canon gracias a Guardianes de la Galaxia y su segunda parte. Su llegada a DC supone algo más que un soplo de aire fresco, su El escuadrón suicida es, de lejos, la mejor película del universo de superhéroes desde la trilogía de Nolan. Lo hace desde el extremo contrario. Gunn no se toma en serio, sino que hace todo desde la ironía, la mala leche y la irreverencia.
Una joya
El escuadrón suicida es la película más divertida y violenta que han hecho. Lo es conscientemente, pero es como debería ser. ¿De verdad alguien se imagina un escuadrón con psicópatas y asesinos en el que no se cometan barbaridades? Aquí hay sangre a borbotones, palabrotas, bromas soeces y hasta un puntito de azote a EEUU, que ha permitido dictaduras en Sudamérica hasta que les ha dejado de convenir.
La trama se reduce a lo mínimo. Una misión en un país latino llamado Corto Maltés -como los cómics- donde hay un arma de destrucción masiva que EEUU no se puede permitir que caiga en manos de unos militares que quieren derrocar al gobierno. Fin. La película comienza con un terremoto, y mejor no desvelar por qué, pero Gunn pone toda la carne en el asador (de forma literal) y hace que comience el despiporre de escenas de acción originales, bien coreografiadas, hipersangrientas y superdisfrutonas.
Todo el mundo disfruta con su papel. Se lo pasan bien, John Cena vuelve a deslumbrar con su vis cómica y las incorporaciones como el Tiburón gigante que sólo quiere comer a sus víctimas o el friki con 'mummy issues' son un hallazgo. Gunn se luce, aporta a todo sentido del ritmo, humor, espectáculo y se saca de la manga escenas para el recuerdo como la huida de Harley Quinn o una pelea entre dos de los protagonistas vista desde el reflejo del casco de uno de ellos. Una joya que devuelve la fe en un género que parece siempre apostar a las mismas bazas, pero que con James Gunn tiene futuro para rato.
El propio director reconoció en la rueda de prensa del filme a la que acudió EL ESPAÑOL, que pensaba que nunca le aprobarían una idea tan loca: "No podía creer que entré con una idea que se mantuvo estable desde la primera vez que se la presenté a los muchachos de Warner hasta el final. El solo hecho de saber que me estaban confiando esta enorme cantidad de libertad en una película de un presupuesto enorme ponía en mí una gran responsabilidad, pero precisamente porque me estaban dando tanta libertad, sentí la responsabilidad de correr riesgos".
En un momento en el que el ocio desde casa amenaza al cine, es la libertad lo que Gunn considera que hará que la gente vaya a las salas. "Parece que las grandes películas son las que la gente va a ver en los cines, y si no continúan tomando riesgos, y cambian y prueban cosas nuevas, la gente no querrá venir a los cines. Si repiten la misma estructura aburrida una y otra vez, la gente se aburrirá", opina el director de Guardianes de la Galaxia, que ya ha revitalizado a las dos grandes franquicias de superhéroes.