Quién no haya intentado jugado en la piscina a ser Patrick Swayze o Jennifer Grey en Dirty Dancing no tiene infancia ni adolescencia. El salto mortal que ella hacía para que él la levantara en el aire mientras todos se quedaban con la boca abierta es una de las escenas más emblemáticas del cine de las últimas décadas. Una de esas en las que todo cuadra: los actores, la música… Un icono del cine romántico que sigue perdurando en nuestros días.
Hay algo en Dirty Dancing -que se reestrena este viernes en las salas de toda España- que hace que la queramos ver una y otra vez. No es sólo la química entre Swayze y Grey, ni una nostalgia en la que añoramos aquellos años de nuestra vida. La película de Emile Ardolino es un clásico por otros muchos méritos, aunque en su momento se la calificara como ‘una más’. "Una historia de amor trillada y previsible entre dos jóvenes de entornos diferentes”, dijo uno de los popes de la crítica de EEUU, Rogert Ebert.
Otros como The New York Times vieron que ahí había "un romance interesante que tiene más sustancia de lo que suelen tener las películas veraniegas diseñadas para jóvenes", aunque no supieron atinar el por qué. Quien sí se atrevió a investigar en las claves del filme fue la autora británica Hadley Freeman, que hace años ofreció un nuevo punto de vista que nadie había pensado, ¿y si Dirty Dancing fuera un clásico feminista? ¿y si esta película y otros clásicos del cine de los ochenta como La princesa prometida o Cazafantasmas nos enseñaron más sobre la vida que cualquier libro de texto?
Esta es la hipótesis de la autora en The time of my life (Blackie Books), un ensayo en el que la defiende a capa y espada a Dirty Dancing como un clásico del feminismo que introdujo el tema del aborto mucho antes que otras películas más, a priori, modernas. Quizás por eso el proyecto fue desechado por los grandes estudios quedando en manos de una pequeña productora que vio en el guion de Eleanor Bergstein una oportunidad fácil de hacer dinero.
El libro recuerda cómo hasta los productores antes del estreno decían que sería más rentable quemar los negativos y cobrar el seguro que estrenarla. Ironías de la vida, Dirty Dancing arrasó, aunque quizás no por los motivos que la guionista deseaba. Muchos se referían a ella como una versión moderna de la Cenicienta, algo que reventaba a Bergstein que según recoge el libro decía que “Cenicienta no movió el pandero de su asiento para hacer nada”.
Baby, la protagonista con el rostro inolvidable de Jennifer Grey, no es una mojigata, sino que, aunque muchos lo hayan olvidado, apoya a Penny, la profesora de baile, en su decisión de abortar, e incluso es ella la que consigue el dinero para la operación. Además, Dirty Dancing es toda una declaración de intenciones sobre la sexualidad femenina.
Lo que quiere (Baby) es acostarse con Johnny y la película lo deja muy, pero que muy claro. No es de extrañar que a ninguno de los ejecutivos varones de MGM le gustara el guion
“Lo que quiere (Baby) es acostarse con Johnny y la película lo deja muy, pero que muy claro. No es de extrañar que a ninguno de los ejecutivos varones de MGM le gustara el guion ni que acabara produciéndola una mujer, porque Dirty Dancing es una película sobre la sexualidad femenina. En particular la parte física de la sexualidad femenina, y la excitación y las complicaciones que ello conlleva”, dice la autora en The time of my life. Es una de las primeras veces en las que el cine trata al hombre como un objeto y es la mujer quien se excita. Un hito que tardará en repetirse.
“Cuando escribí la película, el aborto, al igual que el feminismo, era uno de esos temas que ya nadie consideraba relevante. Muchas mujeres pensaban que eran batallas ganadas y que seguir hablando del tema resultaba aburrido. En el estudio creían que el guion era estúpido y malo por muchas razones, así que apenas se dieron cuenta de ese aspecto. Nadie sugirió que pudiera resultar polémico, no les pareció más que una película tonta de adolescentes y baile”, recuerda la escritora que sí que tenía muy claras sus intenciones. Comparar esa modernidad con el conservadurismo de sagas como Crepúsculo es alarmante, y por ello el trabajo de Hadley Freeman en The time of my life tan interesante.
Ya nunca miraremos Dirty Dancing de la misma forma, sino que ahora veremos esos recovecos que la elevan del cine palomitero sin fondo y la convierten en una obra con un trasfondo feminista, además de en una de las películas más inolvidables del cine de los 80.