No es inusual que la carrera de un director se desarrolle de forma paralela a un festival de cine. Si Cannes ha sido la segunda casa de Pedro Almodóvar hasta que decidió ponerle los cuernos con Venecia, Toronto es el coto (casi) privado de Manuel Martín Cuenca. Desde que el comité de selección del certamen canadiense le descubriera con La mitad de Óscar, su película más experimental, el almeriense ha sido un fijo de su programación. En 2013 Cameron Bailey, la versión canadiense de Thierry Frémaux, dijo que Caníbal era una de las joyas ocultas de la edición. En 2017, El autor se convertía en la primera película española en ganar el prestigioso premio Fipresci. Este año es uno de los tres cineastas españoles en participar en el TIFF con La hija, una película que llegará a los cines el 26 de noviembre, tras su tour festivalero.
“El festival ha sido realmente importante en mi carrera. Quizás ha sido el lugar donde más repercusión han tenido mis películas”, reconoce agradecido un cineasta que se ve a sí mismo con “un director de Toronto”. Este año el andaluz no ha podido estar presencialmente allí por culpa de las estrictas medidas contra la COVID-19 del gobierno canadiense. “Para mí, siempre ha sido un lugar espléndido en el que he hecho muchos contactos y que nos ha abierto las puertas al circuito del cine de autor en Estados Unidos”. Caníbal se estrenó en salas y el director llegó a recibir ofertas para trabajar allí. Entonces decidió ignorar los cantos de sirena de Hollywood.
En un acto de compromiso con aquellos que apostaron por él durante años, el cineasta ha priorizado estar en el TIFF a competir de nuevo por la Concha de Oro. El Festival de San Sebastián exige que las películas enteramente españolas (El autor y Caníbal eran coproducciones) que quieran participar en la competición se pasen por primera vez en el Zinemaldia, pero reservó al drama protagonizado por Javier Gutiérrez y Patricia López Arnaiz un espacio fuera de concurso.
Ser o no ser padres, esa es la cuestión
La hija es la historia de una pareja estéril que sueña con tener descendencia y la adolescente que puede hacerlo posible. Javier, educador del centro para menores en el que vive la joven Irene, se ofrece a cambiar su vida -dinero mediante- a cambio de que la chica de 15 años les entregue su bebé cuando dé a luz. El pacto es tan sencillo en las condiciones como complejo en la práctica. “Es un pacto de cristal. En cuanto hay alguna amenaza, se puede romper”, explica el director y coguionista de este drama con toques de género. ¿Cómo reparar una injusticia sin cometer otra? se pregunta una película que explora las consecuencias de la frustración de una pareja que no puede tener hijos.
La estigmatización de las mujeres con problemas de fertilidad es algo que viene de lejos y que se ha manifestado en la cultura “incluso por autores progresistas como Arturo Barea o Lorca”, apunta un artista que quería reflejar la muerte del amor de una pareja que, sobre el papel, tiene todo lo que la sociedad exige a aquellos que quieren tener hijos. Aunque no estuvo presente en la concepción del proyecto, considera La hija como una de sus películas más personales.
Alejandro Hernández, su socio en Canibal y guionista habitual de Alejandro Amenábar, estaba trabajando en un argumento de otro guionista, Félix Vidal. “La idea era muy de género, con tintes sobrenaturales y terroríficos. La base era una pareja que no pueden tener hijos y que secuestran a una adolescente para quedarse con su hijo”, aclara el andaluz. El director se sintió seducido por cómo la frustración de ese matrimonio “es capaz de hacerles sentir legitimado para hacer cualquier cosa para corregir una injusticia de la naturaleza”, pero no le convencía su aproximación.
Cuando le ofrecieron dirigir el proyecto, accedió a cambio de poder subrayar la relación humana y la ambigüedad moral y rodarla en la Sierra de Jaén. Como acostumbra a hacer con sus películas, Manolo (como le llaman sus colaboradores y seres queridos) se mudó temporalmente a la zona en la que transcurriría su siguiente película.
La vida en los márgenes
Sus películas han recibido más de 20 nominaciones a los Goya (dos de ellas a la mejor dirección a su nombre). Sin embargo, Martin Cuenca todavía siente que vive en los márgenes de la industria. “Quizás soy demasiado comercial para los más radicales y experimentales, y demasiado raro si me comparas con el resto de la industria”, aclara sin lamentaciones un veterano que sabe que su carrera sería más fácil si estuviera más integrado en la industria. “Estoy muy cómodo con mi lugar, pero a veces es difícil encontrar el dinero para financiar las películas”. Su fórmula de cine independiente que huye del low-cost necesita de compañeros de viaje, como MOD Producciones, y actores comprometidos como Javier Gutiérrez y Antonio de la Torre.
Aunque se muestra esperanzado con las promesas del gobierno, es uno de los directores más críticos con el sistema de ayudas al cine español. “Se prima lo industrial y se da el poder a televisiones y plataformas”, lamenta sobre un método que ha dejado sin subvenciones a las últimas películas de Alberto Rodríguez, Paula Ortiz y Fernando León de Aranoa, entre otros. “El ministerio se puso a la cola del tren, en lugar de ser el motor. Me parece un sistema nefasto, porque lo que produce es una supuesta objetivación de la creatividad. Los márgenes de libertad son mucho menores porque tienes que encajar el diseño de la película al molde”.
En 2019 ya trabajó para Netflix como guionista de la versión española de la serie Criminal. El cineasta, sin embargo, se muestra contrario a la tendencia reciente de denominar las historias audiovisuales como contenido. “Las palabras nos delatan. Llamar contenido a series o películas subraya que estamos en una sociedad capitalista y obsesionada con los resultados. Contenido, como si fuéramos cualquier cosa. Consumo es otra que tal. Se habla de muchas cosas, pero no de cine”, lamenta.
En los próximos meses Paolo Sorrentino (Fue la mano de Dios) y Claudia Llosa (Distancia de rescate) estrenarán sus últimos proyectos en el servicio de streaming. Desde que llegaron las plataformas a España, el director más prestigioso que ha rodado para una de ellas ha sido Daniel Sánchez Arévalo, con Diecisiete. “No es que yo no haya querido trabajar con ellos, es que tampoco me han llamado. Si me dijeran que quieren hacer una película como La hija, El autor o Caníbal, lo haría. Creo que ahora mismo Netflix no busca hacer películas más personales de nuestros directores”.
Cuentas pendientes
John Malkovich era el presidente del jurado en la edición que El autor compitió en San Sebastián. “Aunque no consiguió que se llevara ningún premio, se puso en contacto conmigo a través de un amigo común con la esperanza de trabajar juntos”, recuerda. Juntos intentaron levantar Brando, un viejo proyecto del director sobre un hombre que viaja desde Nueva York a través de los Estados Unidos para comprar el cachorro que una vez prometió a su exnovia. Durante el viaje el protagonista aprenderá, con el cachorro en su remolque, a pensar en las necesidades de los demás. “Le gustó mucho el guion e intentamos levantar la financiación, tanto en España como en Estados Unidos, con los productores de Pequeña Miss Sunsine”. Fue imposible.
Martín Cuenca no era un nombre suficientemente grande en Estados Unidos para conseguir los 5-10 millones de euros que necesitaba la película y la road movie tampoco encajaba en el molde que exige la industria española al rodarse en Estados Unidos. “Es el proyecto pendiente que me gustaría sacar adelante”. El que prefiere dejar en el espejo retrovisor es El Estado contra Pablo Ibar, la serie documental en la que trabajó durante casi cuatro años y de la que rodó el 80% de las imágenes que aparecen en la versión que se puede ver en España a través de HBO. “Se traicionó completamente el acuerdo que firmé con el productor. Acabamos fatal. Me fui de la serie y firmó la dirección el productor [Olmo Figueredo González-Quevedo, al que no nombra]. Es un momento penoso de mi carrera”.
El almeriense se muestra mucho más satisfecho con La hija, un drama familiar que no quiere entrar en temas ideológicos (es fácil pensar en el debate de la gestación subrogada viendo la película) a pesar de que su autor considera que “la política es necesaria y cualquier artista tiene una mirada no neutra sobre la realidad”. Lo que no le interesa tanto son palabras como "discurso, propaganda y oportunismo". “No creo que tenga que estar diciendo constantemente mi opinión sobre todo lo que pienso. Estamos para contar historias, que es lo que va a quedar. Los políticos pasan, la cultura queda”.