Crítica: 'La Casa Gucci', Lady Gaga y Jared Leto se lucen en un desigual 'Juego de Tronos' a la italiana
Ridley Scott lleva al cine la truculenta historia que acabó con la familia Gucci fuera de la junta de accionistas del imperio que ellos mismos habían creado. La película, llena de estrellas, se estrena hoy en las salas españolas.
26 noviembre, 2021 03:30Noticias relacionadas
En una época en la que las celebrities están más cerca que nunca de sus fans gracias a la inmediatez de internet y las redes sociales, Lady Gaga es una estrella en vías de extinción. Melodramática, arrolladora y visceral, la cantante vuelve a demostrar su eléctrico carisma ante una cámara en La Casa Gucci. La segunda película del incombustible Ridley Scott crece cada vez que Patrizia Reggiani, la arribista que soñó con hacerse con el control del imperio de Gucci, aparece en pantalla. Cuando el personaje desaparece prácticamente de su tercer acto, la adaptación al cine de esta truculenta historia -que como las mejores tragedias griegas, acaba con una traición, un asesinato y el fin de un imperio- se resiente.
Un acento exagerado (forjado durante nueve meses de interpretación del método, según la leyenda alimentada por la propia estrella), un vestuario deliciosamente estrafalario y un sinfín de pelucas son las armas de una artista que sigue los pasos de referentes como Barbra Streisand y Cher, las otras cantantes que fueron capaces de trascender sus orígenes musicales con películas como Tal como éramos y Hechizo de luna.
Nunca dejas de verlas del todo y tampoco hace falta. Si durante casi 100 años el negocio de Hollywood ha girado alrededor de sus estrellas (hasta el reciente auge de las propiedades intelectuales) es gracias a la mezcla de familiaridad y sorpresa que despiertan en el público, no a pesar de ella.
Sabíamos que Gaga sería capaz de alcanzar las notas más altas de Shallow en la escena más recordada de Ha nacido una estrella. Sin embargo, es mucho más estimulante ver el viaje -del asombro a la arrogancia, entre muchas otras emociones- que refleja la actriz en la hilarante escena en la que su personaje descubre horrorizada que se venden imitaciones de la marca Gucci en los mercadillos. Ya lo avisó en un momento del tráiler que se convirtió en meme antes del propio estreno de la película. Aquí lo importante es “el padre, el hijo y la Casa de Gucci”.
Es irónico que en una película que aparecen actores como Adam Driver, Al Pacino (estupendo, demostrando aquí y en El irlandés que sus años -o décadas- de trabajos alimentarios han quedado por fin atrás) o Jeremy Irons, los que mejor entiendan el tono y la teatralidad que necesitaba este Juego de Tronos ambientado en las altas esferas de la moda son dos estrellas que triunfaron en la música antes de conseguir el respeto en la industria del cine.
El aire de artista impostado que ha perseguido a Jared Leto desde su Oscar por Dallas Buyers Club ha despertado una gran polarización en el público, pero hay algo magnético y fascinante en su trabajo como Paolo Gucci, la oveja negra de la familia, que va más allá de sus ya características transformaciones físicas. A base de decisiones imprevisibles y juguetonas que se bordean la fina línea que separa la sátira de la parodia, Leto se adueña de sus escenas sin importarle que sus compañeros de reparto puedan estar en otra película. Tampoco parece demasiado interesado en dirigirles Scott: La Casa de Gucci es un desvergonzado desfile de acentos en el que cada actor parece elegir su porcentaje de italianidad. Ellos se lo pasan en grande (con la excepción de un Adam Driver que parece atrapado en una película mucho más seria) y la audiencia con ellos. Casi siempre.
Es encomiable que a los 83 años el director de Thelma y Louise y Blade Runner sea capaz de estrenar dos películas en menos de un año. O, para ser más correctos, en menos de un mes. Desgraciadamente, Scott parece mucho más involucrado en El último duelo que en un proyecto que ha sacado adelante después de que su esposa Giannina Facio le insistiera durante 20 años para que contara la fascinante historia detrás de la caída del imperio Gucci.
Su último trabajo (a principios de 2022 empezará el rodaje de Kitbag, una película sobre Napoleón Bonaparte con Joaquin Phoenix) se ve lastrado por una sorprendente falta de energía detrás de las cámaras y una indecisión desde el punto de vista tonal de la historia. A veces, el drama de época parece estar hecho con Twitter e Instagram en mente. Otras, se echa de menos una estructura no lineal y una puesta en escena más personal que insufle energía y nervio a uno de esos relatos más grandes que la propia vida.
En una de sus icónicas presentaciones en los Globos de Oro, Tina Fey y Amy Poehler describían La gran estafa americana (otra película de época con engaños, estilismos de otra época y plagada de estrellas) con un chiste: "Una dato interesante: el título original de la película era Explosión en la fábrica de pelucas". Irónicamente, un director tan polarizante como David O. Russell hubiera sido quizás una mejor opción para adaptar una historia en la que lo hortera, lo hilarante y lo grotesco campa a sus anchas.
La Casa Gucci tiene madera de éxito popular (en los 90 que retrata hubiera sido un bombazo en los cines), pero a lo largo de sus entretenidas dos horas y media de duración es imposible no imaginarse a veces la película que podría haber sido en lugar de disfrutar de la que sí es.