Con tan solo trece largometrajes, Stanley Kubrick fue capaz de pavimentar una carrera cinematográfica en constante cambio. Durante una entrevista, el director admitió que el mito de Ícaro siempre había tenido un final alternativo en su imaginación. Un final en el que el hijo de Dédalo, era capaz de crear unas alas mejores, más resistentes, capaces de llegar más lejos. Una metáfora del empeño que llevó a rajatabla en todos sus proyectos.
Ahora llega a Madrid una exposición que a través de sus propias películas, trata de ahondar en la mente y el universo de Kubrick. El Círculo de Bellas Artes acoge una gran retrospectiva, ideada por el Deutsche Filmmuseum de Frankfurt, producida por Sold Out en nuestro país y con la periodista especializada en cine clásico, Isabel Sánchez, comisariando la muestra. Un espacio inmersivo por el que han pasado más de un millón de personas en su recorrido internacional por Los Ángeles, Toronto, Berlín o Londres, entre otras, y que podrá ser visitado desde el 21 de diciembre hasta el 8 de mayo en la capital.
Más de seiscientos objetos entre atrezo, maquetas, objetivos y bocetos, el corpus de trabajo de un creador obsesivo. Dando cuenta de sus más brillantes proyectos: 2001: Una Odisea en el espacio, La naranja mecánica, Eyes wide shut o Senderos de gloria. Pero también de otros inacabados, como Inteligencia artificial; o Napoleón, la que prometía ser la película definitiva de una de las mayores pasiones de Kubrick: el siglo XVIII.
El fracaso de Napoleón
La figura de Napoleón ya había fascinado a otro de los pioneros del cine. Abel Gance concibió una experiencia multidimensional para tratar al mismo tiempo todos los aspectos de la vida del emperador, proyectando las imágenes de forma simultánea sobre tres pantallas. Seis películas en total, que debían de ir desde la niñez del cónsul hasta su destierro en Santa Elena, y que la falta de financiación y medios acabó por condenar a una sola obra.
Kubrick se enfrentó a las mismas vicisitudes al final de la década de 1960. El estreno de 2001 le había otorgado la independencia creativa suficiente para poder empezar a elegir sus propios proyectos. Sin embargo, en septiembre de 1969, la productora MGM cerró el grifo las manos de un rodaje que empezaba a tocar techo cuando apenas echaba a andar. Incluso el ejército rumano había prometido movilizar hasta 50.000 soldados para las escenas bélicas más multitudinarias. La decisión de Metro Goldwyn Mayer estuvo precedida por el fracaso de una película de temática parecida ese mismo año. Waterloo de Serguéi Bondarchuk había sido un fracaso de taquilla por el que sus homólogos estadounidenses no querían pasar.
"Fue uno de esos hombres raros que trastocan la historia y moldean el destino de su época y de las generaciones venideras en un sentido muy concreto, nuestro propio mundo es el resultado de Napoleón. Y no hay que olvidar que nunca se ha hecho una película buena o precisa sobre él", respondió el realizador sobre el objeto de su fascinación por Napoleón durante una entrevista en la misma época.
Una pequeña instalación, una biblioteca con un trampantojo de espejos, permite asomarnos al pozo sin fin que se convirtió la producción de la película. Kubrick había conseguido trazar el día a día de Napoleón con todo lujo de detalles, convencido de que en algún momento podría llevar a cabo su obra y suplir la falta de precisión de sus otros colegas.
Cinco años más tarde, la producción de Napoleón estaba tan adelantada que habría sido un error no hacer algo con los retales del proyecto. Barry Lyndon sirvió al director para dar carpetazo a su deseada producción sobre el siglo XVIII. En el más difícil todavía que emprendió con cada largometraje, el interés del estadounidense por conseguir escenas naturales, capaces de retratar el tiempo de Kant y Newton desde el verismo absoluto.
La iluminación natural era primordial en un tiempo en el que la majestuosidad de los palacios y las cenas de corte, se vivía desde la palidez de la luz de candiles y lámparas. Atraído por esta idea, Kubrick pidió a la NASA una de sus cámaras Zeiss, montadas sobre objetivos con una apertura de diafragma mucho mayor, capaces de ver en la oscuridad casi absoluta de los candelabros, sin dejar de obtener imágenes nítidas.
La mirada de Kubrick
La exposición gira en torno a dos instalaciones. La primera parte de una de las facetas menos tratadas del realizador, la de fotógrafo. Durante la década de los 40, Kubrick trabajó para la revista Look, retratando todo tipo de eventos e historias. En aquellas primeras fotografías encontramos el germen de la composición espacial tan célebre en sus películas.
Una mujer enciende el cigarro de un hombre en un primer plano, mientras que otra pareja de jóvenes observa desde el fondo de la habitación en un reportaje de 1949 en la universidad de Michigan. Las temáticas que explota en su primera película, Miedo y deseo, terminan por convertirse en los pilares de su último filme, Eyes wide shut. Una idea de continuidad que esta exposición aprovecha para generar un lenguaje discursivo diferente.
La segunda parte de la muestra se dedica a la ambientación de sus más célebres películas. Kubrick fue capaz de desarrollar un universo propio y personal en todas y cada una de sus películas. Algunas incluso quedaron relegadas al olvido, precisamente por no contar con la tecnología para recrear los espacios que su mente ideaba para ellas. Fue el caso de Inteligencia artificial, un proyecto en el que se involucró a finales de los años 90 pero que jamás vio la luz con su firma.
Los bocetos nos llevan hasta paisajes que podrían haber surgido de la pluma de Moebius —el pseudónimo del dubujante Jean Giraud—, edificios futuristas y una civilización tan decadente como espectacular. Aunque eso es todo lo que quedan, dibujos. Fue Steven Spielberg quien acabó adaptando la película en el año 2001, dos años después de la muerte del director.