Si uno presta atención cuando lee El Capital, la obra de Karl Marx, se dará cuenta de que hasta en tres ocasiones se hace la misma comparación. El capitalismo como vampiro. Literalmente. No lo sugiere, sino que lo dice de forma explícita. “El capital es trabajo muerto que, como un vampiro, vive sólo de chupar trabajo vivo, y cuanto más vive, más trabajo chupa”, dice Marx, que también cree que ese vampiro no se saciará hasta que “quede por explotar un solo músculo, tendón o gota de sangre”.
Parece una metáfora clara. El capitalismo se encarga de explotar y estrujar a los trabajadores por el máximo beneficio. Su trabajo es chupar la sangre productiva de los obreros mientras ellos consiguen el máximo rendimiento económico. Quizás no es casualidad que, normalmente, los vampiros en la literatura hayan sido representados como aristócratas, miembros de la corte o nobles malditos. Bram Stoker marcó ese imaginario de forma clara creando, años después, el vampiro por excelencia, el conde Drácula. Un chupasangre con título nobiliario. El vampirismo vinculado al privilegio, a una clase social determinada.
Esas referencias a los vampiros en El capital son el punto de partida de Bloodsuckers, a vampire marxist comedy, película del director alemán Julian Radlmaier que ya desde su título en inglés deja claro lo que es: una comedia marxista vampírica. El filme, inédito en nuestro país, se podrá ver desde el jueves 20 de enero en la Cineteca de Madrid dentro del ciclo sobre vampirismo que se celebra durante el mes de enero.
Radlmaire sorprende con este filme que se presentó en el Festival de Berlín del año pasado y que cautivó por su planteamiento desprejuiciado, loco y muy, muy divertido. Porque esta comedia tiene mucho de política, de lucha de clases y del enfrentamiento de capitalismo y comunismo. Pero también es una peculiar historia de amor entre un exiliado soviético que en su huida a Hollywood -es un actor frustrado- en 1928, queda estancado en Alemania donde se enamora, por casualidad, de una noble que resulta ser una vampiresa.
Hay gags, conversaciones inteligentes, humor visual y muchas referencias políticas, y también una lectura muy actual que el director dejó clara en la presentación del filme en la Berlinale de 2021 cuando se refirió a su final, en el que el auge del fascismo hace que la burguesía se refugie en ellos para preservar sus privilegios y su dinero y señalando a las minorías. “Así que la película deja de ser una simple crítica del capitalismo, que supongo que nunca lo fue realmente, para mostrar cómo las minorías pueden ser el chivo expiatorio para proteger los cimientos económicos de la sociedad”, explicó a The Hollywood Reporter.
Una de las características que llaman la atención de Bloodsuckers es su apuesta formal, que choca con lo que el espectador espera ver en una película ambientada en los años 20. Constantemente se preguntará si no acaba de ver una lata de coca-cola, una moto moderna o muchas otras apariciones que temporalmente no se corresponden con la época que retrata, pero es que el realizador “quería evitar el aspecto de 'museo' con las piezas de época, en donde a menudo puedes fallar si no tienes mucho dinero para hacerlo. Pero creo que esto también es fiel al espíritu de la época, porque los años 20 fueron una época en la que había mucho entusiasmo por el futuro, por la velocidad y la tecnología”, explicó a THR.
La película realiza otra metáfora con el vampirismo que conocemos bien, la que une a los chupasangres con el cine y que es clave en uno de los títulos más importantes del cine español, Arrebato, cuya versión restaurada se ha podido ver, precisamente, en la filmoteca. El protagonista de Bloodsuckers es un actor que huye de la URSS tras ser cortado del Octubre de Sergei Eisenstein, donde iba a dar vida a Trotsky. Un acto de censura realizado por Stalin en la vida real y que aquí se convierte en motor narrativo de la historia. Pero no es el único guiño al cine, a la creación y al poder de la cámara, cuya presencia es constante en este filme sorprendente y delirante.
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