Cuando la directora de Alba Sotorra viajó a Siria para rodar su documental sobre las guerrilleras Kurdas (Comandante Arian) que luchaban en la guerra contra el ISIS, se quedó muy chocada al descubrir que había otras muchas mujeres que apoyaban al grupo extremista. ¿Cómo era posible que tantas jóvenes creyeran en lo que decía un grupo que no sólo mataba a quienes pensaba como ellos, sino que condenaba a las mujeres al ostracismo? Aquellas preguntas persiguieron a la directora, que quería entender qué había detrás para que “un grupo radical tan violento fuera capaz de seducir a jóvenes de todo el mundo”.
Sotorra cogió su cámara, tiró de contactos y consiguió un acceso privilegiado y hasta ahora inédito a los campos donde las mujeres del ISIS -en su mayoría esposas de los terroristas- malviven esperando a que alguien haga algo por ellas. Fueron manipuladas, dejaron sus países -muchas nacieron o vivían en países europeos- y se fueron a Siria a luchar en una guerra que no entendían. Las encerraron, engañaron y vilipendiaron. Se dieron cuenta de su error y pidieron perdón, pero los países occidentales se niegan a que vuelvan. Son mujeres en tierra de nadie que han encontrado su único apoyo en la sororidad de sus antiguas enemigas, las mujeres kurdas, que se están entregando para que puedan tener una segunda oportunidad.
Lo ha plasmado todo en una película obrecogedora, complejo y nada maniqueo. Se llama El retorno: la vida después del ISIS y está nominado al Goya al mejor documental. Un trabajo que comenzó en 2018, se rodó desde 2019 hasta mediados de 2020 y que muestra una cara desconocida de la Guerra de Siria. Historias que no se muestran en la televisión y que ayudan a entender la dimensión de un conflicto y la incapacidad de los países occidentales para atajarlo. Al revés, echan más gasolina al incendio negando la integración y provocando más división.
Una vez Alba Sotorra entró en el campo de al-Roj, en el noreste de Siria, y comenzó a escuchar testimonios se dio cuenta de que “quería centrarme en Europa”. “En ese momento se abrió el debate sobre si tenemos que repatriar a nuestras ciudadanos o no, sobre si es peligroso o no. Sentía que era importante, porque el debate empezó muy polarizado y liderado por medios anglosajones que empezaron a hablar de las mujeres del ISIS desde un sensacionalismo descarnado y también machista. Los típicos hombres, periodistas de guerra curtidos para el reporterismo pero sin la sensibilidad para entender a quien ha pasado cuatro años en el estado islámico viviendo experiencias muy traumáticas, habiendo incluso perdido a sus hijos…”, cuenta Alba Sotorra a este medio.
Mujeres a las que Occidente no había integrado y que “se sentían fuera de las sociedades que vivían, y querían ser parte de algo”. Ahí entra la propaganda del ISIS, que por primera vez las hace “sentir parte de algo, y se sienten tocadas por la idea de injusticia que estaban haciendo en Siria contra los musulmanes”. Un “fenómeno nuevo que no había existido” y que gracias a las redes sociales hace que “el extremismo violento reclute a gente de todo el mundo, con carreras universitarias, gente de clase media y alta con acceso a la información y a las redes sociales”. Un fenómeno acrecentado por un algoritmo que cuanto más ves más te muestra.
Sotorra se preguntaba cómo habían llegado esos vídeos a estas mujeres, y descubrió cómo el discurso del ISIS cambia según a quién vaya dirigido: “a ellas les llegaban otros mensajes, los dee un Estado Islámico idílico, de un territorio donde las familias de diferentes nacionalidades convivían en armonía, sin racismo, sin clases sociales, sin el capitalismo descarnado de occidente y donde había trabajo y sanidad para todos”. “Eran vídeos muy bien hechos, donde se potenciaba la libertad de poder vestir como quisieras sin ninguna ley que te prohibiera ponerte el ‘niqab’ como ocurre en Europa. Era una farsa. Nada de lo que les habían prometido era verdad, nadie les habló de las bombas, de que su vida y sus hijos estaba en peligro o de que iban a tener cero libertades y estar bajo el yugo del hombre”, explica la directora.
Ellas pueden ser una herramienta para prevenir. Si queremos desacreditar al Estado Islámico, nadie mejor para hacerlo que sus miembros arrepentidos
Son chicas que a veces no tienen más de 15 años que cuando descubren el erro rno saben que hacer, “se dan cuenta de que la han cagado pero no pueden volver a entrar y entrar en una espiral”. Y en ese momento entra en juego la otra parte. ¿Es suficiente con su perdón, son víctimas también del Estado Islámico? Sotorra cree que la actitud de los países occidentales de dejarlas en tierra de nadie o incluso retirándoles el pasaporte sólo demuestra que “el racismo que denuncian es real”. “Sgamima tenía 15 años cuando se fue, y cuando su nacionalidad es revocada la dejan sin un estado, y eso es racismo. Si hubiera sido una chica blanca, hija de ingleses, no lo hubieran hecho, pero como sus padres son de Bangladés, le dicen que se vaya a Bangladés. A una chica que ha crecido en institutos ingleses”, dice sobre uno de los ejemplos más claros del documental.
Los países europeos no hacen autocrítica y no se plantean “qué pasa en nuestra sociedad para que esto pase, para que estas chicas se nos escapen entre los dedos y no sólo hacemos el problema más grande, sino que estamos desaprovechando una gran oportunidad, porque sus voces contando lo que han vivido tiene legitimidad para hablar con otras chicas que puedan tener ideas parecidas y decirles: ‘no lo hagáis, yo lo he pasado’. Ellas pueden ser una herramienta para prevenir. Si queremos desacreditar al Estado Islámico, nadie mejor para hacerlo que sus miembros”.
Una de las cosas más hermosas del documental que también es una seña de optimismo es ver a esas mujeres Kurdas ayudando a las mujeres que han estado dentro del ISIS, “y no es sólo se hacen cargo de ellas, sino que intentan abrir puentes con ellas, intentan que se alejen del radicalismo y también entender por qué vinieron para que esa situación no se vuelva a dar”. “Lo hacen desde esa conciencia tan clarividente de que también lo hacen para que se rompa este círculo de violencia, porque si no, seguiremos eternamente porque las heridas se abren y cada vez hay más odio, creo que estas mujeres dan una lección para cualquier conflicto, son un ejemplo de valentía”. Un ejemplo que ojalá se extienda entre todos los gobiernos occidentales para ayudar a paliar esta situación y a construir un futuro mejor.
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