Una adolescente es el único miembro con audición en una familia de personas sordas. Su rutina, ir a clase y ayudar a sus padres en el negocio familiar, se ve alterada cuando la joven decide apuntarse al coro de instituto. Allí inicia dos relaciones que cambian su forma de mirar el futuro: una de maestro y aprendiz con su entusiasta profesor de canto y una potencialmente romántica con el compañero de clase con el que tiene que interpretar un dueto en un concierto. Si te suena el punto de partida de CODA es, seguramente, porque ya lo has visto antes con otro nombre y envoltorio.
En la primavera de 2015 se estrenó en España una de tantas películas que llegan a nuestro país con el eslogan de “la comedia francesa de la temporada”. Esta vez el uso de la famosa coletilla no era desproporcionado: La familia Bélier había vendido 7,5 millones de entradas solo en Francia con una fórmula a medio camino del drama y la comedia de acento familiar que tanto había dado de sí el cine independiente estadounidense desde el cambio de siglo.
En un recurso tan viejo como el propio cine, Hollywood descubrió el potencial de la materia prima de Eric Lartigau y financió su propia versión a cargo de Sian Heder, una directora que solo había trabajado en televisión y en Tallullah, una película de Netflix que había pasado desapercibida por la plataforma. El resultado es historia: CODA arrasó en la edición de 2021 del Festival de Sundance (ganando más premios que ninguna otra película en la historia del certamen) y opta a tres Oscar, incluyendo el de Mejor Película.
Revisando la sencilla y encantadora La familia Bélier es fácil ver por qué al otro lado del Atlántico pensaron que ellos mismos podrían explorar aún mejor los irresistibles ingredientes de esta historia sobre un pez fuera del agua que quiere encontrar su propio camino en la vida sin dejar de lado a sus seres queridos. Gracias a la libérrima y ocasionalmente sórdida mentalidad francesa, había momentos en la historia de los Bélier -especialmente en las escenas protagonizadas por los padres- en los que el espectador no tiene muy claro si el espectador se está riendo con sus personajes sordos o de ellos.
El mejor ejemplo está en la elección de François Damiens y Karin Viard, dos estupendos actores con la capacidad de hablar y escuchar, ya criticada incluso en Francia por la aproximación humorística y por momentos grotesca a los personajes. En CODA los padres están interpretados por Marlee Matlin (la única persona sorda en ganar el Oscar gracias a su interpretación en Hijos de un dios menor en 1986) y Troy Kotsur. Los actores, sordos como los padres de Ruby en la ficción, mantienen el espíritu alocado e hipersexualizado de sus personajes, pero hay una autenticidad que no estaba presente en la película original.
No hay nada memorable ni particularmente atractivo en la puesta en escena de su segunda película. El fuerte de Heder es que entiende a la perfección cuáles son los elementos que convirtieron en un fenómeno a la película francesa (escenas como el concierto final con el guiño a los padres y la escena que puede dar el Oscar a Troy Kotsur en la que vemos cómo el padre, curioso, le pide a su hija que comparta con él su don musical a pesar de no poder escucharla). También es capaz de ver algunos de los agujeros de la historia original. En La familia Bélier, el hermano de la adolescente es un niño que no aporta más a la trama que un par de gags infantiles e intrascendentes. En el remake, Daniel Durant es el hermano mayor de la protagonista, un joven que se siente desubicado y desplazado porque sus padres creen necesitar más a su hermana para sacar adelante a su familia cuando él se siente más que preparado. Un sencillo cambio de guion genera un nuevo elemento de tensión en los conflictos de la familia.
El problema de CODA aparece cuando la interpretas dentro de su contexto. La dramedia de Sian Heder deja un mensaje más agridulce como último fenómeno del cine independiente estadounidense. Es desconcertante que una película que un gran estudio de Hollywood hubiera hecho en los años 90, y que ya se había hecho en Francia siete años antes, pueda ser vista en 2021 como lo más potente de un festival como Sundance, considerado durante décadas como la casilla de las grandes promesas del nuevo cine indie.
La fórmula casi perfecta de un guion tan familiar como eficaz (la trama romántica entre los adolescentes es el único pero y sigue siendo un relleno superfluo que no aporta nada especial al relato) y el extraordinario trabajo de su reparto (desde los personajes secundarios a la revelación de una protagonista, Emilia Jones, destinada a grandes cosas en Hollywood) elevan una de las películas más cálidas de la temporada. Como propuesta feel-good es mucho más disfrutona y honesta que su rival en los Oscar, El método Williams.
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