En 2021, en la misma edición del Festival de Sundance en la que se estrenó CODA, también pudo verse una propuesta que se ubica en el extremo opuesto del espectro emocional de la reciente ganadora del Oscar. Mientras la primera es una feel good en toda regla, Mass es un drama devastador, que explora las secuelas de un tiroteo escolar a través de dos familias que aceptan reunirse años después para dialogar e intentar lo imposible: encontrar una explicación a la tragedia y sanar las heridas.
Esta película rodada en apenas ocho días transcurre en tiempo real y prácticamente en su totalidad dentro de la habitación de una iglesia episcopal. Allí llegan Ann Dowd, Reed Birney, Jason Isaacs y Martha Plimpton, los actores que interpretan a dos parejas en duelo. Los cuatro perdieron a sus hijos en un tiroteo, pero dos de ellos suman a su dolor el sentimiento de culpa y la vergüenza por llorar su muerte, porque uno fue una víctima y el otro el responsable de la tragedia.
Aunque no está diseñado como un giro efectista, la película se toma su tiempo en revelarnos quienes son los padres de cada uno de los adolescentes. Hasta el momento en que lo hace, cuando ya han pasado 30 minutos, realmente podría ser cualquiera de las dos parejas, por lo que en este texto voy a omitir esa información para respetar la decisión de Frank Kranz, el actor que en su estreno como guionista y director ha sorprendido con una potente ópera prima que, sin duda, merecía reconocimiento en las categorías interpretativas de los Oscar de este año.
Los cuatro protagonistas de la difícil conversación de 'Mass'.
El tema que eligió Kranz para su primer trabajo no solo es complejo de abordar, también es un asunto muy sensible para los estadounidenses. Cuando se produce un hecho tan trágico como un tiroteo escolar, el instinto primario como individuos y como sociedad es buscar una explicación lógica, una causa, alguien a quien culpar: el gobierno, una constitución que protege el derecho a portar armas, la seguridad de la escuela, una enfermedad mental, un videojuego violento, un foro de Internet, unos padres irresponsables... Todo esto se pone sobre la mesa durante el intenso y devastador encuentro, pero sin la intención de encontrar respuestas absolutas a una pregunta imposible; algo que queda claro cuando una de las madres dice que no ha venido para discutir las implicaciones políticas del asunto.
Porque Mass no es una batalla dialéctica. En ningún momento la película utiliza a sus protagonistas como avatares de diferentes posturas en un debate. Si acaso, podríamos identificar a cada uno de ellos como fases del duelo, pero no hay aquí ningún artificio ni interés en hacer un ejercicio intelectual. Es una exploración contundente y desnuda del dolor, la pena, la culpa, la vergüenza, la rabia, la frustración y la desesperanza como consecuencias a una tragedia de la que todos saben no hubo, no hay y no habrá una única explicación posible. Para sanar y seguir adelante el camino es otro.
La naturaleza teatral de la puesta en escena, que confina a sus protagonistas entre cuatro paredes no es un lastre para la película, que se eleva con el montaje y pasa de los planos estáticos al sutil movimiento de la cámara en mano, siempre guiada por el fluir de las emociones. Hay que aplaudir la decisión de Kranz, que resiste la tentación de mostrar imágenes de lo ocurrido a través de flashbacks, insertos o fotografías y se limita a la acción diegética en tiempo real de la exploración de la tragedia a través de sus cuatro protagonistas.
Con la base de unos diálogos cargados de humanidad, el director confía y se apoya en el enorme talento de sus actores, que dejan interpretaciones potentes y llenas de sensibilidad. Sin embargo, es necesario destacar el extraordinario el trabajo de Ann Dowd que, sin duda, merecía una nominación al Oscar. Por cualquiera de sus escenas, pero especialmente, la última. Mass es una película que duele. Es difícil de ver, pero es una experiencia terapéutica y catártica.
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