Como le pasa al protagonista de Top Gun: Maverick con la aviación, una industria en la que los pilotos están a punto de ser reemplazados por la tecnología, Tom Cruise se aferra a un Hollywood en vías de extinción en el que las películas se ven en los cines, lo que sale en pantalla parece que sucede de verdad y las estrellas de cine importan. 36 años después del estreno de un clásico del cine de acción tan icónico como anticuado, el director Joseph Kosinski sorprende con una secuela extraordinaria y emocional que ya está en los cines.
No es llamativo que una industria dominada por la nostalgia y la obsesión por las propiedades intelectuales haya decidido revisitar uno de los grandes éxitos de los años 80, pero Tom Cruise es un rara avis en un negocio sumido en una etapa de crisis y transformación. El protagonista de Mission: Imposible es una estrella como las de antes en un momento en el que las franquicias están por encima de los actores: jamás ha trabajado en televisión, no tiene interés en colaborar con plataformas de streaming y se niega a reducir la ventana de distribución de sus películas.
Tampoco tiene interés alguno en pasar la batuta de sus sagas más populares a las nuevas generaciones, como descubrió Jeremy Renner en sus propias carnes o vuelve a dejar claro Top Gun: Maverick. El blockbuster de Paramount no sigue los pasos de los regresos de franquicias como Creed, Blade Runner: 2049 y Star Wars: El despertar de la fuerza, recuelas (el nuevo término acuñado para definir esta mezcla de reboots y secuelas) en las que un personaje más joven toma el protagonismo de la historia mientras leyendas como Sylvester Stallone y Harrison Ford quedaban en un segundo plano.
Después de más de 30 años de servicio como uno de los mejores aviadores de la Marina, Pete Mitchell se enfrenta a una realidad: si quiere seguir formando parte de una organización que no le ha expulsado de sus filas únicamente por la insistencia de uno de sus mejores amigos, “Maverick” debe aceptar un último encargo antes de su previsible jubilación: entrenar a un joven grupo de graduados de la Academia Top Gun para una peligrosa misión con muchas posibilidades de acabar en tragedia.
Entre los pilotos destaca otro viejo conocido con el que tiene asuntos pendientes: Bradley Bradshaw, el hijo de su difunto amigo Goose. Miles Teller (la revelación de Whiplash) da la réplica a Cruise con una interpretación contenida y una caracterización sutil que recuerda notablemente al actor Anthony Edwards a pesar del nulo parecido entre los dos. La tensión sin resolver entre el solitario piloto que nunca llegó a tener su propia familia y la persona que le recuerda el gran lamento de su vida es el gran conflicto emocional de una historia, aunque siempre lo vemos desde el punto de vista del personaje de Maverick.
La película recupera algunos de los elementos más recordados de la cinta original (la canción al piano, la partida para unir al equipo, la relación entre los dos líderes del escuadrón que empiezan como rivales antes de converse inevitablemente en amigos). Afortunadamente, nunca cae en el afectado y, por momentos, casi paródico estilo de uno de los clásicos más horteras - y eso son palabras mayores- de los años 80.
Kosinski, un cineasta que ya se enfrentó al reto de hacer una tardía secuela con Tron: Legacy, y su equipo de guionistas aciertan de pleno al simplificar la trama alrededor de una misión imposible que casi parece sacada de la franquicia más famosa de su estrella protagonista y centrarse en el aspecto emocional del relato: las secuelas de la muerte de Goose, el carácter rebelde de Maverick que explica por qué nunca ha ascendido en la Marina y el único lazo que le queda al personaje con su etapa en la academia de pilotos: Iceman.
Top Gun: Maverick se reserva un emocionante homenaje en vida a Val Kilmer, un actor que perdió la voz después de sufrir un cáncer de garganta y cuya fascinante carrera y vida acaba de ser objeto de un interesante y revelador documental (Val) que llega a Filmin el 20 de mayo. Incluso para alguien que no tiene nostalgia alguna de Top Gun a pesar de haber crecido viendo películas de Tom Cruise en la pequeña y gran pantalla, su excelente continuación sorprende por su eficaz combinación entre su vertiente dramática y su desfile de espectaculares secuencias de acción que te harán preguntarte cómo demonios las han rodado.
El tres veces nominado al Oscar es objeto de chistes por su adicción al riesgo y a hacer él mismo las escenas de acción de sus películas, pero aquí volvemos a ser testigos de los frutos de su obsesión por entregar a la audiencia el mejor espectáculo posible que justifique el pago de una entrada de cine. Desde el prólogo en el que desafía los límites de la velocidad al clímax en el que se enfrenta a máquinas mucho más avanzadas que la suya, esta película declaración de intenciones de un soñador.
En una época en la que hasta las superproducciones que cuestan 200 millones de dólares están plagadas de escenas de mediocres efectos visuales y un evidente uso de la pantalla verde, Kosinski y Cruise consiguen crear una sucesión de impresionantes set pieces elevadas por el irresistible carisma de su actor protagonista, el abrumador diseño de sonido de la producción y la emocionante banda sonora en la que han colaborado por primera vez Hans Zimmer y Lady Gaga.
Algunos se sorprendieron de que el Festival de Cannes incluyera la producción de Paramount en su programación. Después de verla es muy fácil entender los motivos: es uno de los mejores blockbusters de la última década y ninguna estrella de cine ha hecho tanto por defender la experiencia en las salas (una obsesión que ha llevado al propio festival a enfrentarse a Netflix y el resto de plataformas de streaming) como Tom Cruise.
Para fans y escépticos de Top Gun, su secuela es una emocionante carta de amor al cine espectáculo y un filme que es mucho mejor de lo que jamás esperábamos… y de lo que debería y necesitaba. Una de las grandes sorpresas del cine reciente.
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