Nadie esperaba a estas alturas de la película que Val Kilmer volvería a ser uno de los nombres más comentados en pleno 2022. Su emocionante cameo en Top Gun: Maverick y el estreno del documental Val en Filmin nos han obligado a mirar a la estrella de The Doors, Batman Forever y El Santo con otros ojos. La película de Leo Scott y Ting Poo, construida a partir de cientos de horas de imágenes domésticas grabadas por él mismo y un seguimiento a su vida después de sufrir cáncer de garganta, prefiere pasar de puntillas por la principal razón que llevó a Hollywood a condenar al ostracismo a una de las mayores promesas de los años 90: su reputación de actor difícil.
Un explosivo artículo publicado por Entertainment Weekly de 1996 (Val Kilmer hace enemigos en Hollywood) nos contaba ya todo lo que Scott y Poo dejan fuera de su película en favor de un relato en primera persona de un artista que descubrió lo que quería y lo que no con el paso de los años y los golpes de la vida.
Los rodajes en 1995 de Batman Forever y La isla del Dr. Moreau, las películas que deberían haber cimentado su estatus en Hollywood, dejaron anécdotas y episodios que merece la pena rescatar 25 años después del annus horribilis de Kilmer. Lo más sorprendente de la investigación de Rebecca Ascher-Walsh es cómo una industria acostumbrada a esconder las miserias de sus estrellas por el bien mayor decidió tirar de la manta y sacar a la luz las vergüenzas del actor cuando todavía estaba en la cumbre.
El héroe que no fue
“Todo niño quiere ser Batman. Quiere serlo. Eso no significa que necesariamente quiera interpretarlo en una película”. Así explicaba Kilmer en el documental su decisión de renunciar a interpretar a Bruce Wayne en una segunda película, Batman y Robin. El actor alegaba que el rodaje no era compatible con su deseo de protagonizar El Santo, un proyecto que le permitiría experimentar y jugar como actor todo lo que no podía hacer en una superproducción en la que se sentía aislado y oprimido por el opresor traje del superhéroe del personaje.
La versión oficial de la historia es que Kilmer renunció voluntariamente a una de las sagas más lucrativas del momento. La extraoficial es algo más complicada. El propio Joel Schumacher, director tanto de Batman Forever como de Batman y Robin, explicó en 1996 que “más o menos dimitió, más o menos le despedimos nosotros, depende de quién cuente la historia”.
Una fuente de Warner Bros. contó entonces que Val estaba obligado a hacer una segunda película como Batman. Cuando el actor anunció que iba a hacer El Santo para Paramount, el estudio rival hizo las cuentas y se dio cuenta de que Kilmer solo tendría unos días para prepararse para Batman y Robin. Una conversación entre los estudios acabó en amenaza. Si tenían que cambiar sus fechas, Paramount haría la adaptación del serial de los años 60 con otro intérprete. Kilmer amenazó entonces con no volver a ser Batman, con la esperanza de que Warner retrasara unas semanas el rodaje de Batman y Robin. No sucedió.
Las anécdotas de la filmación de la tercera entrega de la franquicia más taquillera de DC Comics explicarían por qué ni Warner ni Schumacher insistieron demasiado en facilitar la agenda a su actor protagonista. El director recordaba cómo “había oído historias terroríficas sobre Val y me recomendaron que no le contratara, pero he oído cosas así de mucha gente con talento, les he contratado y no he tenido problema alguno con ellos”. No fue el caso.
A las dos semanas de un rodaje de seis meses, la tensión entre el cineasta y su estrella estaba ya por las nubes. Según Schumacher, Kilmer se mostraba “irracional e irascible con el ayudante de dirección, el cámara o el equipo de vestuario”. El director tuvo que amenazar al actor para que cambiara su comportamiento hostil e inapropiado y Val respondió estando dos semanas sin hablarle. Las más tranquilas del rodaje.
El mal ambiente no saltó a la pantalla y Batman Forever fue la sexta película más taquillera de 1995, con una recaudación mundial de 336 millones de dólares (la líder del año, La jungla de cristal: La venganza, no se quedó muy lejos con 366 millones). Ni siquiera el dinero, el poder que todo lo puede en la industria del cine, fue suficiente para que Kilmer y Schumacher limaran asperezas y se reunieran en Batman y Robin. Había llegado la hora de George Clooney.
¡Este rodaje es la guerra!
El rodaje de Batman Forever había terminado el 5 de marzo de 1995. El 1 de agosto de ese mismo año Val Kilmer ya estaba en Australia para rodar La isla del Dr. Moreau, la adaptación de la novela de fantasía y aventuras de H.G. Wells, también conocido como uno de los rodajes más accidentados y problemáticos en la historia de Hollywood. Sobre el papel, el actor estaba a punto de cumplir su sueño de compartir escena con el actor que más admiraba: Marlon Brando. La realidad fue muy diferente, como se puede ver en el escalofriante segmento de Val dedicado a una película por la que pasaron dos directores: Richard Stanley y John Frankenheimer. Kilmer no tuvo buena relación con ninguno de ellos.
Nada más llegar a Queensland, Val intentó que su personaje apareciera un 40% menos en la película. Stanley, que no volvió a dirigir una película hasta 2019 con Color Out of Space, se negó alterar drásticamente el guion. Para salvar la producción y su trabajo, sugirió que el actor cambiara de personaje y cediera el rol protagonista a otro actor. El estudio, New Line, aceptó y Rob Morrow fichó por la producción poco después de abandonar la serie que había lanzado su carrera, Doctor en Alaska. Dio igual.
Stanley sería despedido por el estudio antes de que pasara una semana de rodaje. Según un actor de la producción que prefirió no ser nombrado, Kilmer mantuvo un comportamiento errático desde el primer momento. “No dejaba de recitar las frases de otros personajes en otras escenas”. El segundo día de rodaje la estrella llegó a las tres de la tarde al set. El director no se preocupó. Un agente de CAA, la compañía que llevaba la carrera de ambos, le había advertido de que Kilmer acostumbraba a perder los papeles los primeros días de una producción. Stanley no llegó al cuarto día de rodaje.
Después de ver los dailies [las imágenes de lo que se ha grabado que pueden ver el director, los productores y ejecutivos al final de una jornada], New Line despidió fulminantemente al director, que en 1996 seguía defendiendo que Kilmer había tenido algo que ver. La producción se paró. Rob Morrow abandonó el proyecto y fue sustituido por David Thewlis (al que podemos ver en las imágenes detrás de las cámaras de Val). John Frankenheimer, un veterano con cuarenta años de experiencia en Hollywood a sus espaldas, fue contratado para intentar salvar la película. Spoiler: no funcionó.
La relación entre la joven estrella y el nuevo director no empezó en mejores términos. Cuenta la leyenda que una noche Kilmer le dijo a Frankenheimer, “¿sabes lo que pienso?”. El cineasta no le dejó seguir hablando. “No me importa una mierda. Fuera de mi set”. Con Brando el ambiente no era mucho más agradable. Según un miembro del equipo de producción, la película perdió hasta 12 días intentando controlar los egos de los actores.
El mismo trabajador recuerda cómo un día escuchó a Brando decirle a Kilmer que “tu problema es que confundes tu talento con el tamaño de tu cheque”. Los 13 millones de dólares que había recibido por protagonizar El Santo y La isla del Dr. Moreau le convirtieron en uno de los actores mejores pagados de Hollywood en 1997. Nunca volvió a aparecer en la lista.
Kilmer tampoco tenía demasiada consideración con los soldados rasos de La isla del Dr. Moreau. Tim Zinneman, productor ejecutivo de la película, explicó cómo Kilmer había hecho una quemadura en la cara a uno de los cámaras con un cigarrillo. Según el ejecutivo, fue una broma que salió mal. Según uno de los trabajadores, “quemó al cámara en toda la cara y, no, no estaba de broma. Fue queriendo. Al final se disculpó con el equipo”.
Frankenheimer acabó el rodaje como pudo, pero no pudo salvar de la quema a la película. La isla del Dr. Moreau fue uno de los grandes fracasos artísticos y comerciales de 1996. La paciencia de los grandes estudios empezó a agotarse con un actor que ya ni siquiera tenía la taquilla de su lado. El Santo había funcionado bien en taquilla, pero no lo suficiente como para que fuera rentable o se diera luz verde a una secuela. Los últimos coletazos de Kilmer como estrella de Hollywood, como el drama romántico A primera vista y la aventura espacial Planeta rojo, fueron rotundos fracasos de taquilla. La industria dejó de confiar en él con los 40 recién cumplidos.
El oasis en el desierto
A pesar de la fama de actor difícil que el documental explora tímidamente, Val Kilmer también encontró aliados en los platós de Hollywood. Michael Mann insistió en que había tenido una experiencia sensacional rodando Heat. “Se dejó la piel”. Kevin Jarre, su director en Tombstone: La leyenda de Wyatt Earp, destacó su generosidad en el rodaje del wéstern. Oliver Stone no tuvo problema alguno con el actor en The Doors, la película sobre The Doors en la que Kilmer interpretaba a Jim Morrison. “Val tiene mucha pasión por su trabajo, con una aproximación equivocada puede que veas un lado de él que no te guste”.
Robert Downey Jr. se negó a aceptar la narrativa de actor difícil de Kilmer, con el que protagonizó la comedia de acción Kiss Kiss, Bang Bang. Mira Sorvino, su compañera en A primera vista, defendió al actor y lamentó cómo una mala reputación puede destruir una carrera. El último en apostar por Kilmer ha sido Tom Cruise, que insistió en el regreso de aquel a Top Gun: Maverick a pesar de haber perdido su capacidad para hablar por culpa de cáncer de garganta que superó y cuyas secuelas aparecen en Val.
Leo Scott, el director del documental de Filmin y compañero de viaje durante años en su sueño por interpretar a Mark Twain en los escenarios de Estados Unidos, se decantó por no entrar en la reputacón del actor y explicó a SERIES & MÁS la naturaleza de su colaboración. “Para nosotros ha sido una experiencia muy bonita. Lo que pasa con Val es que si intentas presionarle para conseguir una reacción o una respuesta concretas, no te la va a dar. Tienes que ir con una mente abierta. Entre nosotros surgió una relación de confianza y amistad, y eso también consistía en que él hablara de las cosas cuándo y cómo quería hablar de ellas”.
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